Padrinazgo presente, padrinazgo presidente

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Lejos de toda maldición, los séptimos hijos del mismo sexo son ahijados de ley. ¿El padrinazgo? ¡Del Presidente de la Nación!

De lobisón a ahijado presidencial. ¡Vaya destino el de los séptimos hijos varones! Del mito a la legislada realidad, esta extraña transición bien tiene su explicación. Y si no se quiere quedar con las ganas, lea lo que se viene a continuación: un padrinazgo de aquellos, y sin exageración.

Desde Rusia, con superstición

Todo comenzó en el año 1907, y, una vez más, de la mano de la inmigración. Se trató de una pareja de alemanes, de larga residencia en Rusia y, para entonces, incipiente arraigo en la bonaerense localidad de Coronel Pringles. Tan incipiente que, aún lejos del país euroasiático, los enamorados tenían bien presente una antigua tradición rusa: el séptimo hijo varón estaba condenado a convertirse en hombre lobo; mientras que la séptima hija mujer tenía destino de bruja. ¿Y qué sucedía cuando el séptimo crío del mismo sexo llegaba al mundo? Sólo el padrinazgo de los zares era capaz de romper tal maléfico hechizo. De allí que, instalados en Argentina, y con el séptimo hijo varón en sus brazos, Enrique Brost y Apolonia Holmann no tuvieron mejor idea que pedir apadrinamiento al presi de turno: don José Figueroa Alcorta. Pedido que, por cierto, no fue denegado; sino aceptado con gusto. Así pues, el pequeño José Brost se convirtió el primer ahijado presidencial. ¡Flor de padrino el suyo!

En clave guaraní

Claro que, el que busca, encuentra. Por lo que aquella historia del lobisón no es exclusiva de los lejanos pagos rusos. Acá nomas, en pleno litoral argento, la cultura guaraní supo gestar su propio mito en torno a la cuestión. Los protagonistas fueron Taú, el mal hecho cuerpo, y Keraná, la doncella más hermosa de la tribu. Claro que ésta no habría de fijarse en Taú así nomás. De allí que, para conquistar a la jovencita, Taú se encarnó en un joven bueno y apuesto, capaz de enamorarla. El hecho es que, quien con el mal anda, mal acaba. Y Keraná no estuvo exenta de ello. De modo que la desgracia recayó sobre la pareja, quien concibió siete hijos malditos. El último de ellos, Luisamo, el lobisón.

Con todas las de la ley

¿Vio que tamaño mito desconoce latitudes? Tanto así, que se convirtió en asunto de Estado. Y la creencia popular de que todo séptimo hijo varón tendría destino de lobisón llevó a tomar serias cartas en el asunto, cosa de que la condena social no generara discriminación alguna. Así pues, con el antecedente de Figueroa Alcorta como pionero del caso, el padrinazgo presidencial se instituyó por decreto en el año 1973, durante la presidencia de Juan Domingo Perón. Un año más tarde, tal apadrinamiento se extendió por ley a las séptimas hijas mujeres, estableciéndose que, en ambos sexos, los ahijados gozarían de una beca para sus estudios primarios, secundarios y superiores. ¿Qué tal?

Porque los lobisones no existen, pero que los hay… ¿los hubo? Ante la duda, los presi hacen lo suyo.

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