La actuación le llegó a su vida como juego. En la azotea de su casa creía que era un rey y con una sábana recién lavada que sacaba de la soga armaba una corte digna de un relato épico. Y así se vio inserto, de pronto, en un mundo de fantasías del que poco pudo escaparse durante todo el recorrido de la vida terrenal que abandonó un 11 de abril cuando había alcanzado 84 años de magia actoral.
¡Pero ellos también sienten!
Cuando se piensa en cómo nace una vocación, en general, se vincula con los momentos de la infancia en que ese tipo de actividad se haya podido presentar de una manera significativa. Así, Alfredo Félix Alcón Riesco, -pues así se llamaba en esa época- da cuenta dos eventos que consideró determinantes. Por una lado, la sana envidia que le causó la conmoción que vio en el público durante la representación de un baile español por parte de Carmen Amaya. Él sintió en ese momento que esas sensaciones de cierta “catarsis” son las que podía brindar a la sociedad. Pero por otro lado, fue un evento en que vio a Bette Davis sonarse la nariz, lo que le hizo sentir posible su vínculo con el arte actoral. Descubrió, con cierto desencanto, que los actores también eran personas comunes y corrientes.
Buen actor no se nace, se hace
“Cuando empecé sólo era un galancete almibarado; un actor pésimo. El tiempo sirvió para darme cuenta, señal que sirvió para algo”. Alfredo Alcón fue el nombre que, acotado, eligió para presentarse en la industria artística. Él mismo reconoce haber filmado sus primeras apariciones cinematográficas porque su imagen daba bien en cámara. Y llegó, de esa manera, a debutar junto a Mirtha Legrand en Las tres caras del amor y, en teatro, con Analía Gadé en Colomba, de Anouilth.
Fue corriéndose de la fama mediática por elección propia, para poder sentirse un hombre común afuera del escenario y tal vez, esa misma doctrina era la que le sirvió para ser, en el escenario, un verdadero actor. El compromiso con su rol actoral se fue consolidando de manera de darle un gran espacio a la representación por considerar al teatro como el “sitio donde el hombre se plantea grandes interrogantes” y que, por lo tanto, debe estar actuado a la altura de sus necesidades.
La suma de todos los gestos
La participación de Alfredo Alcón en cine, teatro y televisión es insondable. Fue determinante en el comienzo de su vida la participación en el Cine clásico de eventos nacionales como pueden ser varias de las películas dirigidas por Leopoldo Torre Nilson, por mencionar una, El santo de la espada. Esos inicios fueron una cuna donde su formación salió a trote. Le puso cuerpo y voz a personajes de Lorca, de Allan Poe, de Shakespeare y muchos otros clásicos del arte dramático universal. Y así fue gestando amigos, discípulos y un público vibrante con sus representaciones, tal como él lo había anhelado.
Alcón pervive en las tablas porque no fue tan solo artífice, se convirtió en un maestro que tal vez, sin siquiera percibirlo fue dejando con su obra y pensamiento una teoría de la actuación: “Si para componer un personaje tenés que identificarte con él, es que padecés falta de imaginación. Lo lindo es jugar como los chicos. ¿Dale que somos tal? “