Alpargatas, huella registrada

FOTOTECA

Pisando fuerte en el mercado, Alpargatas es marca y producto. Caminata por la historia de un gigante del calzado nacional. Tradición a pata.

Negras, blancas, de colores. Para usar sobre el caliente asfalto urbano, la sinuosa arena de las playas o el verde fresco que ofrece el pasto. Las alpargatas son ese calzado gauchito, el que te “hace la gamba” vayas a donde vayas. Amigas del mate y la torta frita, comenzaron a andar suelo nacional para expandirse en las paisanas tierras uruguayas y brasileñas. Desde el campo y la peonada hasta los más asediados escaparates. Las alpargatas son toda una institución argentina, “huella registrada” de una marca que las lleva en su nombre.

Uno más uno… ¡Alpargatas!

La historia comenzó allá por 1883, cuando un fabricante de calzado de lona con suela de yute hace migas con un productor de máquinas y telas. Se trató de Juan Echegaray y Roberto Fraser, respectivamente. Nada menos que los padres de las criaturas. Sí, en plural. Juntos dieron a luz a “las” alpargatas. Aquellas que se harían llamar como su propia empresa progenitora: Alpargatas Calzado SA. Corría el año 1885 cuando la sociedad en cuestión lanza la marca Rueda. Con la mira puesta en el campo como epicentro de la actividad nacional, saltaría al mercado para satisfacer las necesidades rurales (comodidad y frescura) sin causar dolores de bolsillo. Fueron las primeras alpargatas hechas de manera 100% artesanal en el país; al tiempo que su estética reforzaba su carácter rústico y tradicionalista: el yute de su suela fue, sin dudas, un golazo de media cancha. O mejor, dicho, de potrero. Tal como la vida rural así lo demandaba.

Una pinturita

El éxito no tardaría en tocar las puertas de las gauchas fronteras; y así fue como la firma se expande a Uruguay y Brasil. Y a negocio grande, producción masiva. La maquinaria industrial entraba en escena para sustituir a la fabricación manual (todo muy lindo, mientras duró) y se abre una planta a todo trapo sobre la calle Patricios, en la Ciudad de Buenos Aires. ¡Alpargatas se nos iba para arriba! Tanto así que comienza a cotizar en bolsa, llegando a tener más de 25.000 accionistas. ¡Tomá mate! Sin embargo, a nuestras queridas amigas nunca se les subió la yerba a la cabeza. Consientes de la tradición rural que imperó sobre su aceptación masiva, su estrategia de posicionamiento no se apartaría del ámbito campechano. Así fue como, en 1930, el artista plástico Florencio Molina campos es convocado para pintar 12 obras dignas de su pincel. Las cuales formarían parte del almanaque que Alpargatas editaría al año siguiente. Lo que resultó ser toda una pegada; al punto tal que la tradición del calendario continuó hasta el año 1945.

Abriendo el juego

Ya en los años 60, Alpargatas dejaba de jugar todas las fichas a las tradicionales Rueda para lanzar una marca de calzado informal: nacían así las livianas pero poderosas zapatillas Flecha. Y ese sería sólo el comienzo. Los 70 vinieron con pan bajo el brazo…o unos cuantos. Se lanzan las marcas Topper y Palette; al tiempo que se inauguran nuevas plantas en el interior del país. Y así, con las espaldas anchas, camina el mercado como quien más y “picotea” en diferentes negocios: bancos, compañías de seguros, petróleo, etc. Grandes jugadas en las que Alpargatas alternó buenas y malas, pero siempre lista para recular a tiempo. Así, acomodándose a la época en que le tocaba transitar, la firma obtiene -en 1987- la licencia Nike para los territorios argentino y uruguayo. Una seguidilla de nuevas marcas serían lanzadas en los 90, década en la que la compañía divide las aguas para abarcar aún más: Alpargatas calzado por un lado, Alpargatas textil por el otro. Chile, Bolivia y España asomaban, desde entonces y en los albores del siglo XXI, entre los nuevos horizontes. ¿Qué tal?

Y así la historia sin fin de las Alpargatas y sus nobles alpargatas. Una marca con historia que empezó, como se dice, bien desde abajo. Más literal y precisamente, desde los pies argentos. A fin de cuentas, a las Rueda no había con que darles. Ya lo decían los afiches… ¡No hay mejor pa’ un criollo!