Baqueanos, profetas en su tierra

FOTOTECA

Conocedores de las más indómitas geografías, los baqueanos fueron guía y referencia sin más brújula que su propia sabiduría. ¿Los acompaña?

Leguas y leguas, a diestra y siniestra, en el horizonte y a nuestras espaldas. ¿Qué si hay caminos delineados o señalización alguna? Nada de eso. Tampoco un mapa capaz de develarnos la topografía que aguarda en un periplo, cuanto menos, temerario para cualquier mortal. ¡Menos mal que están ellos! Dueños de un olfato privilegiado para orientar nuestros pasos aún en medio de la nada… ¿Será que han sido dotados por una especie de don? El zorro sabe por viejo pero más sabe por zorro. Y para estos hombres de la tierra, gauchos sobrios ellos, la sabiduría de su eterno trajinar es cosa seria. Imprescindible, bien vale decir, para quien, en el incipiente siglo XIX, se atreva a aventurarse por la geografía  nacional. Llanos, bosques, esteros, montañas…nada parece estar fuera de radar para los baqueanos, hombres a quienes cualquier signo de la naturaleza (¿la posición de las estrellas? ¿La presencia de un charco de agua? ¿Las formas y colores que ofrece el paisaje?) parece oficiarles de inequívoca brújula. ¡Síganme los buenos!

En la palma de la mano

Para ser directos y precisos, los baqueanos (o baquianos, como prefiera usted llamarlos), conocen los secretos mejor guardados de la tierra. Por supuesto, sin importar su superficie, pues todita y toda parece caber en la palma de sus manos. Ellos podrán saber cuántos días y horas serán precisos para llegar al destino elegido, y hasta el mejor camino para hacerlo, con atajo incluido y todo. ¿Qué tal? Así como lo oye. Bajo su ala, cualquier empresa por tierras extrañas no será más que un transitar por pagos amigos, pues ellos sabrán de cuanto accidente geográfico, camino y aguada habrá de facilitar su trayecto. Definitivamente, un sentido de la orientación de aquellos; y una memoria que ni le digo. Es que los baqueanos fotografían cada postal en su retina, y así acaban por inventariar las más remotas latitudes en un envidiable acervo de sitios y paisajes respectivos. Así que no se vaya a extrañar si, en su andar, se cruza con un sendero sin aparente destino: ellos sabrán a donde conducen, delo por seguro. Y si un río o arroyo aparece en el camino, déjeme decirle que no los tomarán por sorpresa: hasta sabrán indicarle el vado por el que efectuar un cruce seguro. ¿Cómo dice? ¿Está cayendo el sol? La oscuridad no es problema para los baqueanos. Como si de sonambulismo padecieran, aún en la más cerrada de las noches sabrán continuar camino. Porque si la vista ya nada puede detectar, bien vale recurrir del gusto y el olfato: bastará la mascada de un par de raíces y el sentir del aroma de la tierra para saber si algún curso de agua es de la partida en las proximidades de nuestra posición. Y lo más importante, en qué dirección se halla, claro.

Sí mi baqueano

Ahora bien, con todo lo dicho, Imagínese usted la importancia de estos hombres durante las empresas militares. ¿Acaso existía mejor mapa que la cabeza de un baquiano? A juzgar por el modo en que los generales les fiaban los movimientos de sus tropas, parece que no. Así que allí iban ellos, sin más alarde que la convicción con que hacían valer sus conocimientos, sus decisiones. Metidos de lleno en la cocina del asunto, los baqueanos eran, a fin de cuentas, grandes responsables de la suerte del ejército que seguía sus pasos. Pues un solo pasito en falso…y andá a cantarle a Gardel. Así que la palabra del baqueano era palabra santa. Hasta a generales de la talla de Facundo Quiroga, Martín Miguel de Güemes y el mismísimo José de San Martín no les quedó más que rendirse a sus servicios en las más despobladas e inhóspitas regiones, aquellas en las que la cartografía no había incursionado aún. Le digo más, no se trataba sólo de determinar un camino corto, de sencillo transitar, no, no. Los baqueanos también eran capaces de detectar el peligro que, para los ejércitos, representaban los malones. Cualquier mínima huella les daba cuenta del paso de los indios, cuántos habían sido y cuánto hacía que habían pasado por allí. Completito, completito, vio…

Así la historia, los baqueanos se convirtieron en amos y señores de la tierra indómita, esa que bajo su guía pareció mansita, rendida a sus pies. Porque la naturaleza aprieta pero no ahorca, y dichosos los que supieron agudizar sus sentidos y sagacidad para, lejos de temerle, hacerla su maestra. Raza extraña la de los baqueanos, sabia como pocas, necesarias como ninguna en tiempos de geografía severa y desconocida. Misteriosa aún aquella virtud de avanzar, retroceder, girar y volver a retomar direcciones indescifrables para cualquier mortal. No así para estos profetas de una tierra que hicieron propia de tanto galopar. De día, de noche, con frío y calor…el baqueano va. Y todos los demás, los siguen por detrás.

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