Barón Biza, el hombre de la pluma negra

FOTOTECA

Catalogado como “escritor maldito”, Raúl Barón Biza hizo de su negra literatura un arma tan controvertida como su propia vida.

Escritor y político. Sí, aunque a juzgar por su agitada y oscura vida, el currículum de Raúl Barón Biza supo reunir, de más de una boca, las más variadas y apuntadoras catalogaciones: millonario, decididamente sí, militante radical, también, ¿prepotente?, ¿excéntrico?, ¿hedonista?, ¿antisemita?, ¿misógino?…las adjetivaciones que nuestro protagonista ha recibido a lo largo de su existencia parecen trazarle un perfil no del todo amigable. ¿Qué opina usted? ¿Acaso ha oído hablar de  su historia? Por si aún no lo ha hecho, pase, lea y saque sus conclusiones.

Vida y obra

Nació en cuna de oro, pues el pudiente matrimonio de Don Barón y Doña Biza era poseedor de vastos terrenos en suelo cordobés, allí donde Raúl habría de pasar buena parte de su vida, hasta que sus aventuras de dandy y los destierros propiciados por la política zigzaguearan su rumbo. Su militancia en el partido radical (por demás extraña para alguien de su clase, considerando el perfil popular de Hipólito Yrigoyen, líder partidario) y la literatura fueron sus pasiones de juventud; aquella en la que no faltaron viajes llenos de derroche, dignos de niño bien. Y sería precisamente en uno de ellos donde habría de conocer a su primer amor: Barón Biza andaba por Venecia cuando se topa con Rosa Martha Rossi Hoffmann, actriz y aviadora suiza conocida bajo el seudónimo de Myriam Stefford. Y fue amor fulminante, que le dicen, porque rápidamente se unieron en matrimonio y comenzaron su vida en Argentina, entre la Ciudad de Buenos Aires y Alta Gracia, Córdoba. Corría entonces el año 1930 y el tiempo de comer perdices acabaría en lo que un suspiro. Al año siguiente, en 1931, Myriam estrella el avión con el que aspiraba a unir 14 provincias y cae en tierras sanjuaninas. ¿Un accidente fatal? Las versiones que colocaban a su marido como responsable de tal desgracia no tardaron en llegar. Hasta se dijo que él había aflojado una pieza de la nave para provocar la muerte de su esposa. Creer o reventar, sí. Pero lejos de todos los dichos, Barón Biza no se detuvo. Su actividad política seguía en el candelero, aunque desde la vereda de enfrente: derrocado Yrigoyen, sus publicaciones de corte opositor le valieron el exilio en Uruguay, donde también fue perseguido y llevado a prisión. Para entonces, Barón Biza ya  llevaba cuatro títulos en su haber; pero fue tras las rejas donde terminó de “cocinar” su novela estrella, tan célebre como controvertida: El derecho a matar, pieza literaria basada en la tradición del Marqués de Sade. Imagínese usted el revuelo causado. Con decirle que el presidente Agustín P. Justo ordenó confiscar la primera tirada de cinco mil ejemplares, allá por 1933, y hasta inició un proceso judicial contra el autor por obscenidad. Sin embargo, no tardaría en salir una segunda y más accesible edición, cosa de que los flacos bolsillos del proletariado no impidieran el acceso a la obra.

La niña y el Barón

Ya recuperada su libertad, el amor volvió a llamar a su puerta. Esta vez se trató de una jovencita argentina, hija del gobernador cordobés, Amadeo Sabattini, político radical con el que hizo buenas migas hasta que comenzó el cortejo de su niña: ¡Rosa Clotilde Sabattini tenía apenas 17 años! Dos décadas menos que su nuevo enamorado, aquel a quien correspondió en el sentimiento aún contra la voluntad de su padre. Y Barón Biza se salió con la suya: secuestró a Rosa del colegio en que Don Amadeo la había internado y huyó con ella al Uriguay, donde contrajeron secreto matrimonio en 1935. Cuatro años habían pasado de la muerte de Myriam, y los nuevos cónyuges se instalaron en aquella misma estancia de Alta Gracia, bajo la atenta mirada que la difunta les propiciaba desde un enrome retrato. Pero no sólo de amor iba la vida de nuestro protagonista, la literatura seguía presente en su existir, dispuesta a redoblar la apuesta de sus anteriores obras: en 1942 sale a la calle Punto Final, y un nuevo proceso por obscenidad tocó la puerta de Barón Biza. ¿Habrán sido las constantes controversias de la vida de Raúl el detonante de su matrimonio? La relación llegó a su punto final en 1953, Rosa empacó sus maletas con rumbo a Montevideo y lo propio hizo su ex amor con destino a Hungría; pues el radical Arturo Frondizi, ya asumido presidente, ofreció a Barón Biza un cargo diplomático en aquel país europeo.

Claro que siempre es posible llegar más alto, más no sea hundiéndose más abajo aún. Ocurre que, en 1963, Barón Biza publica su “obra cumbre”: Todo estaba sucio. Por cierto, más cruda y oscura que las precedentes, con una explícita hostilidad con el judaísmo. Negro el destino que Raúl anticipaba para la humanidad toda, y nada más acorde para su propio e inmediato porvenir: en 1964, durante una reunión con Rosa Sabattini y sus abogados, una discusión acalora de los ánimos de Barón Biza, quien arroja el contenido de uno de los tantos vasos de whisky allí presentes al rostro de su antiguo amor. Sólo que dicho vaso no poseía bebida alguna, sino ácido sulfúrico. Acto seguido, los abogados conducen a la mujer, ardida en quemaduras, al hospital; mientras que Barón Biza huye del lugar. ¿El destino? Su domicilio porteño, residencia en la que, al día siguiente, la policía halla el cuerpo de Raúl con un disparo en la sien. Suicidio, sí. Final tan oscuro y funesto como turbia supo ser su vida. Esa cuyos destellos de perversa genialidad hayan su inmortal e irrefutable testigo en la palabra escrita.

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