Si del ingenio del gaucho hablamos, la bota de potro es un claro ejemplo de ello. Es que si el dinero no alcanzaba para comprar alpargatas, la imaginación debía entrar en acción. Y así lo hizo… ¿Cómo calzarse sin gastar dinero? Utilizando la materia prima que más abundaba en el campo: el caballo. Sí, de la pata de un potro nuestro gaucho confeccionó sus propias botas. Veamos de qué modo…
Para todos los gustos…y clases
Originaria de la pampa húmeda, la bota de potro surgió como un calzado entero de color natural o amarillento. En su mayoría, poseía la punta recortada para que se asomaran los dedos; en tanto se usaba sin medias. La caña de las botas se doblaba casi a la altura del tobillo; o bien -una vez estirada hasta la rodilla- se sujetaba con guascas o cintas de borlas, llamadas ligas. Por su parte, la bota cerrada y el uso de medias de lana o algodón se reducían a los estancieros; quienes solían usar espuelas para asegurar los talones y acicatear al caballo. Generalmente eran de hierro o bronce; aunque también de plata cincelada… ¡Hasta con incrustaciones de oro! Todo un lujo de detalle.
Manos a la obra
Ahora bien… ¿Cómo es posible obtener la bota en cuestión? Este verdadero tubo de cuero con “codo” se saca de las extremidades posteriores del animal muerto. Se hacen dos cortes transversales: uno en el muslo -lo más arriba posible- y el otro en la pierna -un poco más arriba del pichico-. Se lo quita tironeándolo y dándole vuelta de arriba hacia abajo, para obtener el “tubo” con el pelo hacia adentro. Se lo moja y se le quita a cuchillo todos los restos del tejido subcutáneo; lo que se llama “descarne”. Luego se “lonjea” para sacarle el pelo y, finalmente, llega el turno del “amolde”: momento en que se engrasa la pierna del portador de la bota para que deslice. ¿Qué resta? Calzar el talón en el “codo” que formara la rodilla del animal. Claro que el cuero no dede terminar de secarse sobre la pierna, ya que podría causar serios daños. Para ello, tras el amolde es necesario “sobar” la bota para ablandar el cuero . Y dejarlo, como dice el refrán, “flojo como bota bien sobada”.
Bota de potro y algo más
La práctica generó sus polémicas: a fin de cuentas, se ejercía la matanza de un animal para sacarle nada más que las botas; desperdiciando carne y cuero. Por lo que a principios de 1800 se llegó a prohibir su uso. Luego, el Cabildo daría nuevamente “luz verde” a las botas. Aunque, desde entonces, se obtuvieron mayoritariamente de las yeguas; menos apreciadas por el hombre que su incondicional potro.
Así, este fiel amigo del gaucho dio nombre y vida no sólo a una simple bota; sino a un verdadero símbolo pampeano.