Atravesaban el Atlántico en viajes interminables y en condiciones infrahumanas. El tormento comenzaba ya antes de embarcar, cuando recibían brutales golpizas como estrategia disciplinante. Su vida transcurría en trabajar para otros, vivir para otros, con nombres impuestos por esos otros y con la esperanza de algún día fugarse o comprar su libertad.
Miles de esclavos africanos que se vendían por contrabando fueron traídos al Río de la Plata desde mediados del siglo XVI. Según el investigador Gabriel Di Meglio, hacia 1810 Buenos Aires tenía más de 43.000 habitantes, de los cuales 10.000 eran esclavos. De la más perseguida y negada sangre que heredamos -junto a la indígena- brotó una de nuestras más libres expresiones culturales.
Candombe es una de esas palabras que encierra nostalgia en sí misma, como la irreemplazable saudade en portugués. O casa, que siempre nombra en parte a la actual y otro poco la de la infancia. Será por eso que decir casa es tan distante a vivienda; y siempre más cotidiano que hogar. Candombe es una mixtura que asociamos directamente a danza de negros, a varias danzas, a diferentes vertientes, pero todas al mismo tiempo. Una de esas palabras con la enorme potencia de generalizar y a la vez definir identidad. Candombe se pronuncia necesariamente descalzo. Y el paladar resuena a parche.
“Compañelo di candombe”
Escobero; gramillero y mama vieja, junto al porta-estandarte son algunos de los personajes típicos de los desfiles de candombe. En épocas de carnaval, las llamadas reúnen a decenas y decenas de comparsas que acompañan los instrumentos con banderas, estrellas y medialunas.
El gramillero representa a los antiguos brujos de la tribu, ataviado con galera, bastón y un maletín del que siempre asoman hierbas para curar cuerpo y alma. Mientras que el escobero abre paso a la cuerda de tambores, al tiempo que con su escoba va limpiando de tristezas el ambiente. Su rol, casi de maestro de ceremonias, hace que su figura sea clave en los desfiles. La mama vieja recuerda a las abuelas de los conventillos, que siempre podían cuidar de un niño más; o de todo aquel que necesitara. En su figura, se rinde tributo a la sabiduría de los viejos.
Los barrios del tambor
Los orígenes de las danzas afro-argentinas se asocian a comparsas que aparecieron a fines del siglo XVII en Buenos Aires: “Los Humildes”; “Muchaguas”; “Flor de Cuba” y “Luceros de África”, son las consignadas por el investigador Rubén Carámbula. Según sus estudios, en el aspecto ritual, el candombe recrea de manera irónica la coronación de los reyes del Congo, aunque con el tiempo esas figuras se fueron mezclando con símbolos de la realeza europea. En lo religioso, aparece el legado de la espiritualidad yoruba y bantú, que sincretismo mediante, luego incorporó a figuras del cristianismo. Aunque es probable que también se diera al revés, y que fuera el catolicismo el que con el tiempo tuviera que adoptar a santos morenos, cuyas figuras recayeron en San Benito y el rey mago San Baltasar.
Las primeras celebraciones se realizaban en “huecos extramuros” o en ranchos construidos en baldíos. Con el tiempo, los alrededores de las parroquias de Monserrat, San Telmo, La Concepción y Santa Lucía pasaron a ser los “barrios del tambor”, en los que predominaba la población africana.
Alegría peligrosa
El 23 de diciembre de 1789, el Cabildo de Buenos Aires emitió un acta en la que reiteraba su prohibición del candombe: “por lo obsceno del baile de los tambos y las perniciosas consecuencias que acarrea”. Se trataba de una respuesta negativa al pedido de Agustín Borja y Sebastián Pellizar, representantes de la nación camunda (proveniente del puerto de Angola). La solicitud apuntaba a realizar libremente los bailes públicos que los esclavos acostumbraban durante días de fiesta en un descampado contiguo a la Iglesia de Montserrat.
Pero el baile siguió. Con o sin grilletes, en diferentes sitios y con más o menos oficio de clandestinidad, el candombe resistió. Aunque mucho fue cambiando de su propio ritual en ese transcurrir. Y en medio del batir de tambores, se mantuvo aunque la fiebre amarilla, la discriminación o la pobreza hicieran estragos en la comunidad afro. Pero además arreció dictaduras, silencios impuestos, mudanzas y recambio generacional. Fue así como las llamadas -reunión y desfile de comparsas de distintos barrios- llegaron a nuestros días, ya no sólo en Montevideo, sino también en Buenos Aires. Año tras año, los tambores suenan y se buscan. Su eco nada a brazo partido y vuelve menos ancho el Río de la Plata.