Dan las cinco de la tarde en la plaza principal, y la población se da cita a su redor, en las aceras de la gran avenida que de ella nace, allí donde se erige el arco triunfal. Dos parantes de madera, una viga transversal a dos o tres metros de altura y, de ella pendiente, débil cinta de tela mediante, la empedernida obsesión del jinete: esa pequeña sortija destellante en el horizonte. Y va el gaucho, va, a todo galope, con brazo en alto y palillo en mano, de pie sobre los estribos, en el tramo final de aquellos 100 metros de carrera que lo separan de la codiciada argolla metálica. ¿Será que tendrá la pericia de llevársela consigo? Pues de nada sirve librarla de la cinta si no se la retiene en el palillo…Oficio gaucho, como le dicen. ¿O, más bien, destreza, pulso, y puntería? Todo eso junto exhibe el triunfador, quien al grito de “¡viva!,¡viva!” se lleva los aplausos y admiración del público presente. Sí, señor. Habemus corrida de sortija.
Nobleza gaucha
Lo cierto es que la escena relatada, puede remitir a alguna contemporánea festividad pueblerina… o a la Buenos Aires del 1800. Es que la corrida de sortijas data ya de tiempos inmemorables. Con decirle que su origen ni siquiera es propio de nuestro suelo; sino que los primeros jinetes que despuntaron tal vicio fueron los moros. ¿Qué me dice? El resto de la historia es previsible: la invasión de los moros en tierra española introduce esta práctica en los cristianos caballeros de nuestra Madre Patria, y lo propio ocurriría luego, al sucederse la conquista de América. Claro que, una vez arraigada a la sociedad española, la corrida de sortija dejó de ser una simple destreza para convertirse en una prueba de alarde y lujo. Durante la Edad Media y el Renacimiento (nada menos que cuatro siglos de vida), esta carrera era de la partida en las competiciones que la caballería celebraba en ocasiones de coronaciones, bodas de príncipes y reyes, conquistas, coronaciones y demás acontecimientos de valía. Imagínese usted, los nobles y las damas de la corte componían el distinguidísimo público. De modo tal que, para todo honorable caballero, no había nada mejor que despertar los aplausos y suspiros de una refinada señorita. Claro que, de sólo cruzar el charco, la cosa se torna más populosa: la nobleza se vuelve gaucha si de jinetes hablamos, aquellos que, por cierto, ya no ensartan la sortija en la punta de su lanza; sino en un palillo o rama de árbol, conocido como “puntero”. ¿Más diferencias arrojadas por la rioplatense versión de esta corrida? Nada de cortesanas a la vista; aunque las paisanas también tienen lo suyo, eh…
Sortija con yapa
No me diga nada, con todo lo dicho hasta aquí, bien debe estar pensando usted que, en nuestros pagos, la corrida de sortija era asunto de campo. Error. Si de algo ha podido jactarse esta competición, es de haber llevado el espíritu campestre a la ciudad, al epicentro de los pueblos, allí donde la plaza, el edificio municipal y la calle mayor oficiaban de escenario predilecto. A fin de cuentas, con más o menos lujo que del otro lado del océano, la corrida de sortija no dejaba de ser un gran acontecimiento gran. Y la sortija en cuestión, de una pieza para nada menor. Ocurre que, hoy por hoy, se trata de una argolla metálica sin valor alguno; más no así un par de siglos atrás. Mire lo valioso que sería el anillo que, promediando el 1800, el ganador hasta se daba el lujo de obsequiárselo a laguna de las animosas paisanas que componían el público presente y alentaban a los hombres en tal difícil misión. Sí, sí, de la viga derechito a su anular. Siempre y cuando, el afán por la recompensa no pesara más, claro. Es que, en aquellas épocas, el triunfador de la corrida bien podía presentarse el jefe político o juez de paz con la preciada sortija para reclamar su premio. Mire si después tendría con qué cortejar a una fémina…Le digo más, en los tiempos del gobernador Juan Manuel de Rosas hasta se otorgaban anillos de diamantes y mantas indias a los flamantes ganadores. ¡Sí que valía la pena afinar pulso y puntería!
Ni diamantes, ni mantas indias, ni nada que se le parezca. Tan sólo el orgullo de mantener viva una tradición y una habilidad de la que aún no goza cualquiera. De ello va la inoxidable carrera de sortija hoy, en este siglo XXI que se resiste a olvidarla y que, como en sus mejores épocas, continúa llevando sus aires campechanos a donde quiera que vaya. Algo que, en estos tiempos modernos, viene como anillo al dedo…o como sortija al puntero.