Desde la Prehistoria, el ser humano ha utilizado la danza para expresarse. De hecho, el hombre recurría al baile como parte fundamental de sus rituales, relacionados con la fecundidad, la guerra y las celebraciones. Bajo la denominación de folklóricas, se encuentran aquellas que son fruto de la creación colectiva de un pueblo y que forman parte de su riqueza etnográfica.
Durante la colonización, los españoles trajeron -además de sus tradiciones- danzas típicas, dentro de las que se pueden mencionar la Zarabanda y el Minué, aunque sin duda alguna, el Fandango fue uno de los bailes más difundidos en Buenos Aires en el Siglo XVIII. Este es un ritmo picaresco, a tal punto que en 1743 el obispo José Peralta Barnuevo y Rocha lo prohíbe bajo pena de excomunión mayor. Diez años después, el Cabildo Eclesiástico mantiene la prohibición y solo en 1776 se autorizó su práctica libre. De todos modos, las danzas picarescas no tuvieron mucho éxito en los salones, sino que más bien los ritmos serios, tales como la Contradanza -bailanta española, inglesa, francesa- el Minué y la Gavota. Asimismo, hacia 1800, el Vals, la Polca, la Mazurca y la Habanera tuvieron aceptación paulatina hasta llegar a convertirse en tradicionales.
Ya entrando en el Siglo XIX, los criollos crean y recrean bailes, hoy, típicos. Dentro de las danzas que pertenecen al folklore vivo -aquellas que se practican espontáneamente entre la población- podemos mencionar el Gato, la Chacarera, la Zamba y la Danza de las Cintas.
¿Cómo nace cada una de ellas? Aquí las 4 reinas del folklore argentino.
El Gato
Esta danza se bailó en varios países de América -Perú, Chile, Uruguay y Paraguay, entre otros- pero fue en Argentina donde se arraigó con mayor fuerza, logrando una extraordinaria difusión. “Creo que no existirá un gaucho que no sepa por lo menos rascar un gato”, dijo Ventura R. Lynch en un folleto acerca de la provincia de Buenos Aires publicado en 1883. Y es que esta movida danza se practicó en todas las provincias de la Argentina desde 1820 en adelante y perduró hasta nuestros tiempos. Cabe destacar que en este baile se palmotea bastante, lo que deriva directamente del uso de las castañuelas en las danzas españolas.
La Chacarera
Esta es una danza alegre, ágil y galante. Se le dice baile suelto, ya que los danzantes son independientes el uno del otro. Ambos simulan coquetear. Él se acerca a ella con evidente intención de conquistarla, y luego la persigue. Finalmente, lo logra. Para algunos autores, la Chacarera se creó en honor a las hijas de los extranjeros; para otros, viene desde los tiempos de la colonia y lo único modificado fue su nombre. Su apelativo viene del vocablo Chacarero, referido a la persona que trabaja en un chacra o granja… Aquí comienza todo, en el campo. De todas formas, con el pasar de los años, este baile se ha ido adentrando en la ciudad. Sin embargo, a principios de siglo XX, la Chacarera no pudo competir con el Tango, por lo que encuentra su espacio en el Gran Chaco, Chuquisaca y el Sur de Santa Cruz. Es la danza favorita de todos los pulperos.
La Zamba
A la Zamba se la puede llamar madre de todas las danzas nativas. Su coreografía es sencilla, pero en su expresión demuestra todo el cariño por los bailes regionales. Es amorosa por excelencia y el pañuelo es su objeto predilecto. Simboliza, sin duda, el afecto sincero nacido entre los acordes de música suave y delicada. “En las palabras blancas de los pañuelos se esconde la esperanza del criollo que te baile”, decía Atahualpa Yupanqui. La zamba no se zapatea, es lenta, aunque picaresca. Esta se difunde en el centro y noreste argentino, pero baja a lo largo de las costas de Pacífico, donde se la conoce también como Zambacueca.
Danza de las Cintas
Este es un baile colectivo, que tiene un carácter religioso y un estilo rítmico similar al de los villancicos. Esta emotiva danza de trenzar se practica en torno a un mástil y es muy apropiada para las fiestas de fin de año. De hecho, es muy común que se practique en Jujuy, donde los niños la bailan para navidad. El investigador Carlos Vega la describe por primera vez en 1935 y dice que su origen se encuentra en la prehistoria, cuando los pueblos primitivos bailotean en torno a árboles o montículos de frutos con el fin de ofrendar y pedirle prosperidad a las divinidades. Más adelante, en la época de la Colonia, Los Españoles traen esta danza a la Argentina -y al resto de Sudamérica- y su tradición perdura hasta el día de hoy.
Actualmente, estas cuatro reinas forman parte del folklore vivo de la Argentina y se bailan tanto en el campo, como en la ciudad. ¿Un consejo? “En ningún caso el concurrente a una farra debe pedir que bailen un Gato antes de la Zamba, porque demostrará ignorar la costumbre tradicional de la gente de campo y le tildarán de pueblero, lo que trae aparejado el desconcepto entre las mozas”, recomendaba el investigador Rafael Cano.