¿A dónde vamos cuando vamos al boliche? Si lo invitan, por las dudas, asegúrese de reconfirmar el destino. No vaya a ser que caiga, con pilcha desentonada y todo, en el lugar equivocado. ¿Cómo así? Ocurre que bolichear no siempre implica sacar buen lustre a la pista de una discoteca, no, no. Si sabrán de boliches las esquinas de campo, las noches de barrio y los parroquianos que, ávidos de un vermú, una guitarreada, una buena charla o un generoso plato de comida caliente, marchan presurosos en busca de la mesa de siempre, de su lugarcito en la barra…El boliche es el bar, bodegón, restaurante, café y todo sitio en que usted pueda toparse con todo lo dicho hasta aquí de sólo cruzar su umbral. Historia archiconocida para las viejas pulperías del virreinato y hasta para las que se perpetuaron en los tiempos republicanos. Y no es para menos, pues precisamente allí radica el meollo de la acepción que hoy nos convoca.
¿Bola de boliche? No, boliche de bola
Por cierto, casi olvido decirle: si le proponen una buena bolicheada, sepa que también puede acabar juagando a las bochas…o a las bolas, como usted prefiera. ¿Esto sí que suena más cabal, verdad? Al fin este término polirubro deja asomar cierta cuestión etimológica…Pues sí, boliche viene de bola; aquella que, ya desde tiempos virreinales, adquiriría la familiar denominación de bocha. Y cómo no, si fue a fines de 1700 que el hoy popular juego de bochas comenzó a instalarse en la sociedad como gran divertimento gran. ¿En las plazas, en los patios de las casas, en la calle? La respuesta es la recurrente, paisano amigo: en las pulperías. A un costado del local, el propio pulpero se encargaba de instalar la cancha. ¿Por qué tamaña molestia? Porque el juego de bochas era cosa seria, con billete de por medio y todo. Poniendo estaba la gansa, si es que usted resultó perdedor; y platita fresca para los ganadores, quienes se iban de copas a la pulpería, a puro fervor. Mientras tanto, el pulpero hacía click caja, por lo que la cancha de bochas, sí que era flor de negoción.
Corta la bocha
El asunto iba -y aún hoy- más o menos así: lo primero era lanzar una bocha pequeña, que era tomada como objetivo. Luego todos los participantes debían arrojar y arrimar su bocha lo más cerca posible de la bocha en cuestión. ¡Qué lío de bochas! De allí que la pequeña bocha adoptara el diminutivo de bochín. Claro que, para quienes la bocha no era más que una bola, el bochín no era más que un boliche. ¡Ha aquí el origen de la palabra! Bochas o bolas, bochín o boliche, lo mismo daba el modo en que cada jugador prefería llamar a los elementos del juego. El caso aquí es que, como las canchas se hallaban en las inmediaciones de las pulperías, el término boliche acabaría por referir a los propios reductos pulperos. ¿Qué tal? Así, la pulpería acabó por ser un boliche, y luego los almacenes, y las fondas, y los bodegones, y los cafés, y el restaurante de sus pagos, querido paisano. Sí, por extensión y costumbre. Así nomás.
Siga el baile
No me diga nada, se está preguntando qué cómo pasamos de la citada acepción de boliche a las discotecas. La respuesta es sencilla: bien sabe usted que si algo no faltaba en las pulperías era jarana, y de la buena. Guitarra, música y baile. Sí, sí, los bailongos también eran asunto de pulperos y parroquianos, así que si usted andaba con ganas de bailar, nada mejor que ir a la pulpería… o al boliche. Total, ya consumado el rebautizo, lo mismo da, ¿no? Así la historia, la palabra “boliche” acabó por identificar a los reductos de baile en general. Incluso, a las discotecas.
Ahora sí, ya despejadas toda duda, la pregunta es nuestra. ¿Para cuándo su visita por el boliche Quilapán?