Fiebre de Tabarís por la noche

FOTOTECA

Emblemático y sin igual. El Tabarís encandiló la noche porteña con sus luces de cabaret. Lujo de importación al mejor estilo nacional.

El siglo XIX ya entraba en su epílogo cuando, del otro lado del océano, la ciudad luz concebía a su más mítica creación nocturna: el cabaret. Diversión y placer para la alocada bohemia que despuntaba el vicio de la noche entre las paredes del Folies Bergère, allá por 1886. Tan sólo 38 años después, una Buenos Aires que se miraba en el espejo de París iniciaba su propia historia de trasnochada lujuria: burbujeante champagne, humeantes cigarrillos, sugerentes encajes y mucho cajetilla al acecho de las más desprejuiciadas féminas. ¿Algo más? Sí, tango… y del bueno. Con ustedes, el Tabarís. Ese que abrió sus puertas a la historia un 7 de Julio de 1924.

Pelando la billetera

Cuando asomaba el siglo XX, en Corrientes 825 existió un periódico de nombre El Censor. Luego sería el turno del llamado Teatro Royal, cuya planta baja fue ocupada por el cabaret Royal-Pigall. Aunque no por mucho tiempo: el Pigall terminó tomando las dos plantas del edificio, dando paso al legendario Tabarís. Los arquitectos Sammartino y Brodsky -sí, los mismos que construyeron el distinguido Hotel Alvear- fueron los encargados de la remodelación de este club nocturno de categoría. Y vaya si la tenía: la planta baja era el sitio destinado a las cenas y agasajos; además del obligado salón de baile. Eso sí, siempre con el infaltable champagne francés. ¡Su consumición era obligatoria después de la medianoche! Era entonces cuando más de uno perdía la chaveta y propiciaba su propio espectáculo ¡Si se habrán armado riñas del Tabarís! Claro que antes de que las burbujas cobrasen sus víctimas, todo era glamour. Aristócratas, bohemios, turistas y visitantes ilustres ingresaban de riguroso traje. Smoking para los caballeros y vestido largo para las damas, esas que encandilaban con sus esmeraldas y brillantes a cuestas. Es que si había un lugar bacán, ese era el Tabarís. Tanto así que una copa costaba casi medio sueldo de un empleado raso. Bolsillos flacos, abstenerse. Y el que quiere celeste…

Lujo con pasaporte

En resumidas cuentas, el Tabarís era lo más exclusivo de la noche porteña. Nada tenía que envidiar a sus semejantes en París: las fabulosas actuaciones provenían de Londres, Viena, Berlín, Nueva York y hasta de la propia ciudad luz. Una refinada gastronomía y el sabor de afamados vinos y licores acompañaban la velada. La parte superior albergaba los palcos y reservados. Cubiertos por finos cortinados de brocados, mantenían a resguardo de inoportunas miradas a quienes cayeran en la tentación de las poupés de importación. Francesitas y polacas que, jóvenes y bellas, amaban tanto el tango como la abultada billetera de los concurrentes. Incluso, fueron ellas quienes impusieron en las mujeres la moda de fumar en público. Acto, hasta entonces, reducido a los caballeros. ¡Tomá mate!

Que pase el que sigue

¿Qué ocurría en el centro de la escena? Espectáculos de diversos géneros se presentaban sobre un escenario levadizo. El varietté, los números acrobáticos, el music hall y el tango convivían en un verdadero popurrí. Desde Troglio, Pugliese y Tita Merello hasta Josephine Baker y las gloriosas piernas de Mistinguette. Todos al servicio del emblemático, cosmopolita y lujoso cabaret porteño. Ese que se vio engalanado por la presencia de los más disímiles asistentes: Orson Welles, Gatica, Carlos Gardel, Federico García Lorca, Maurice Chevalier, Luigi Pirandello y hasta el maharajá de Kapurtala asomaron desde los distinguidos palcos para disfrutar del espectáculo de turno.

Pasando revista

Claro que la historia del Tabarís también nos habla de la revista porteña. Pasada la fiebre europea, las plumas y lentejuelas locales tomaron la posta. Bajo la conducción del empresario teatral Carlos A. Petit, el Tabarís ofreció espectáculos de hasta 70 artistas en escena. Bien a lo grande, como su historia así lo exigía. Corrían los años 50 cuando los tantos camarines, desparramados por los pasillos del teatro, albergaban a Moria Casán, Estela Raval, José Marrone y hasta los Cinco Latinos, quienes hicieron allí su debut. Ya en la década del ’60, se inauguran el Cine Royal y el Petit Tabarís, una sala teatral propiamente dicha. Ana María Campoy y Pepe Cibrián fueron, obra mediante, los encargados de comenzar a escribir esta nueva etapa.

El show debe continuar

Los años 90 golpean la puerta y nuestro querido Tabarís no estuvo exento de sus embistes. Es que la revista deja de ser un género redituable, por lo que su esencia muta. Y al escenario lo copan las comedias con ciertos pasajes de revista, al menos hasta que la crisis lo permita. Ya en el 2000, y con Carlos Rottemberg como dueño del Tabarís -o lo que quedaba de él-, se decide rentar la sala a una Iglesia Evangelista. Sí, aquel “santuario” del erotismo estaría dedicado a la prédica. Irónica salvación para nuestro protagonista, que de no convertirse en un reducto de fe hubiera corrido la misma suerte que el inolvidable teatro Odeón: convertirse en una playa de estacionamiento.

Sin embargo, no está muerto quien pelea. Y el espíritu del Tabarís dio lucha hasta el final. Cuando ya parecía imposible encender en él las luces del espectáculo y la farándula porteña, el tiempo le dio revancha. En abril del 2007 el Tabarís volvió a abrir sus puertas con dos bellas salas teatrales. Desde entonces brilla en la noche y el corazón de la porteñísima Corrientes. Esa que, sin dudas, lo echaba de menos.