Galería Güemes, alta en el cielo

FOTOTECA

Convertida en hito de la arquitectura urbana, la Galería Güemes supo ser la cumbre de una ciudad con aires europeos. Glamour de avanzada.

Una Buenos Aires que nada pretendía envidiarle a las grandes metrópolis europeas picó alto, allá por 1900. Y vaya si así lo hizo: 87 metros de altura, 3000 metros cuadrados, 14 pisos y unos cuatro ascensores capaces de recorrer 140 metros en 1 minuto. Tecnología de primera para el primer rascacielos de Buenos Aires. Ese que, rozando los cielos, se convirtió en exponente cumbre del art-nouveau porteño. Con ustedes, la Galería Güemes.

Todos los records, todos

¿Alguna otra distinción para la presente? Claro que sí. Inspirada en las estelares galerías internacionales, la Galería Güemes se convirtió en el primer pasaje público de más de 100 metros de longitud; conectando la peatonal Florida con la calle San Martín. Toda una revolución urbanística que, como era de preverse, llevó su tiempito. Fueron necesarios 33 meses y 660 obreros para que esta estructura de cemento armado cobrada vida. Pavada de obra supo proyectar el arquitecto italiano Francisco Gianotti, quien culminaría su edificación maestra con neo-góticos remates desaparecidos en el tiempo. 1912 fue el año en que se pusieron manos a la obra. Y lo cierto es que, más allá de las demoras propias de toda monumental obra, la suerte no pareció jugarle una buena pasada a la Güemes. O mejor dicho, a sus dueños. Para empezar, el barco que traía los mármoles italianos a utilizarse en la fachada se hundió en altamar. Al tiempo que, con el correr de los meses, la obra se encareció en cinco millones de pesos fuertes. Soga al cuello para don David Ovejero y Emilio San Miguel, propietarios de la casona que habitaba el terreno de la galería. Oriundos de Salta, este par de buenos hombres no encontraron mejor homenaje para el héroe salteño que bautizar con su nombre tamaña edificación.

Multifacética

Y la esperadísima inauguración llegó en diciembre de 1915. ¡Si hasta contó con la bendición del arzobispo de Buenos Aires! El por entonces Presidente de la República Victorino de La Plaza y los nietos de Martín Miguel de Güemes fueron algunas de las estelares presencias. Es que la Galería Güemes estaba en boca de entendidos y extraños, su magnificencia era motivo de alabanza tanto para la enorgullecida élite porteña como para la crítica especializada en arquitectura. Y no era para menos: el edificio contaba con refrigeración y calefacción, distribución de correo interno en base a un sistema de tubos neumáticos y hasta letreros luminosos con lo que se indicaba la ocupación de las oficinas. Sí, oficinas. Los pisos presentes sobre la galería propiamente dicha estaban destinados a dependencias comerciales y viviendas. Incluso, llegó a funcionar allí un petit hotel donde se alojaban artistas nacionales y extranjeros ¿El huésped más recordado? Sin dudas, Saint-Exupery, quien no sólo se dio el gusto de escribir allí su libro “Vuelo nocturno”; sino que contó con la grata compañía de su particular mascota: un cachorro de foca que había traído desde el sur. ¿Cómo hizo para que la pobre criatura sobreviviera fuera de su hábitat? ¡La colocó en la bañera! No apto para ecologistas.

De pies a cabeza

Una vez superadas las viviendas y oficinas, el piso 12 daba paso al 14 (¿Para qué atraer a la yeta con un piso 13?) y a su magnífico restaurante. Y por encima de éste, el flamante mirador: punto más alto del país construido por el hombre (hasta la aparición del Palacio Barolo en 1923), desde donde la ciudad se dejaba espiar en 360º y con detalle; caso se depositaran los correspondientes 25 centavos para que funcionara el binocular allí presente. ¡Si llegaba a espiarse la costa uruguaya! Al tiempo que el faro, donde culminaba el metro 87 del edificio, servía de referencia para las embarcaciones del Río de La Plata.
¿Qué ocurría en el otro extremo del edificio? El primer subsuelo estaba destinado a los depósitos de los locales comerciales; mientras que en el tercero se ubicaba la sala de bombas y maquinarias. ¿Y en el segundo? Allí estaba el plato fuerte de las profundidades. Una lujosa confitería-cabaret destilaba esplendor con sus ornamentos en dorado a la hoja y sus detalles en terciopelo azul francés. Mientras que un contiguo teatro también ofrecía lo propio: palcos de lujo y una sin igual platea cuya estructura podía modificar su pendiente a pedir del espectáculo de turno. Obras que, mayoritariamente, pertenecían a los más distinguidos autores nacionales. Allá por 1917, el mismísimo Carlos Gardel llegó a actuar en aquella sala. Hoy rebautizada como Astor Piazzolla, guarda en su acervo la filmación de algunas escenas de las películas Evita, protagonizada por Madonna, y Gatica, el mono, de Leonardo Favio. Memoria estelar.

La transformación

El paso del tiempo haría imposible que tanto glamour se mantuviera intacto. De hecho, acudir al segundo subsuelo de la Galería Güemes en los años ’20 no era digno de gente bien. La confitería ya se había transformado en el club privado Abdulla, reducto de baile y copas poblado por tangueros. Mientras que en la década del ’70, el teatro burlesque y las películas condicionadas eran moneda corriente allí. Pero aquella no sería la única transformación: el piso 14 fue reorganizado, se subdividió su superficie y adiós a la confitería respectiva. El faro también correría la misma suerte; al tiempo que las viviendas dieron paso a nuevas oficinas, como consecuencia de los cambios que la ley de 1968 introducía en los contratos de arrendamiento habitacional. Tres años más tarde, un incendio destruyó por completo el sector de la calle Florida, provocando daños a la primera cúpula del hall central. Como si poco fuera, la reconstrucción respetó poco y nada del primitivo estilo. Recién en el 2004, y ya en manos de un grupo bancario, la Güemes repatriaría algo de sus aires originales. El 2008 la encontró con una imagen restaurada y leal a su legítima fisonomía, sin dejar de mencionar la reinauguración del ya mencionado teatro Piazzolla. ¡Y todavía faltaba la frutilla del postre! En Abril del 2013 se abre definitivamente al público el genial mirador. Porque aunque el tiempo pase y los records se superen, la Galería Güemes sigue estando a la altura.

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