Horacio Pagani, el sueño del pibe

FOTOTECA

Campeón fuera de las pistas, el diseñador de superdeportivos Horacio Pagani creó un diseño en honor al gran Fangio. No deje de subirse.

En el largo camino que separa a su Casilda natal (pagos de Santa Fe)  de la italiana ciudad de Módena, para Horacio Pagani hubo un alto, una mesa, un sueño barajado sobre su mantel. Él, un diseñador de autos deportivos que se las traía; el otro, entre tantos amigos que compartían charla y comida, un campeón del mundo sobre ruedas. Sí, el chueco Juan Manuel Fangio, su manojo de llaves al más prometedor de los destinos: aquel que lo convertiría en número uno pistas afuera, tras bambalinas de las carreras. Corría entonces el mes de febrero de 1988; y, desde entonces, ya nada sería igual.

Pura fibra

Vaya uno a saber si de puro apasionado o testarudo, Horacio Pagani daba rienda a su ingenio para construir automóviles desde muy joven. Así fue como, de las creaciones caseras, llegó a concebir, ya habiendo profesionalizado su oficio, un auto Fórmula 2. Pero sus pretensiones no terminarían allí. Le digo más, en su cabeza rondaba ya una idea que lo haría distinto al resto, y que, no sin empujoncito mediante, lo catapultaría a las pistas grandes. El bueno de Horacio Pagani había entendido que un auto superdeportivo precisaba de una construcción ligera. Por lo que el desarrollo de componentes de fibra de carbono se convirtió en una idea fija. ¿Y quién mejor que un cinco veces campeón para dar empírica prueba de ello? Sí, Juan Manuel Fangio, había aceptado el reto, bocado va, charla viene, de ponerse en manos de don Horacio para que un superdeportivo al estilo Pagani tuviera su nombre. Intervención del también diseñador Oreste Berta mediante, quien presentó a ambos cracks en suelo italiano, el único requisito del chueco fue un motor Mercedes-Benz. Y vaya si hubo trato…

Rancho aparte

Acuerdo cerrado, sí. Y un poco más también. Pues Fangio dio certera prueba de su fe al escribir más de una carta de recomendación a las fábricas más importantes de Italia para que Horacio Pagani pudiera abrirse camino en lo suyo. Hasta que, finalmente, Lamborghini dio el visto bueno para tenerlo en sus filas. Allí llegó, nada menos, que a estar a cargo de las carrocerías, e incluso se atrevió a compartir la proyección que para él tenía la incorporación de la fibra de carbono. Sin embargo, Lamborghini no se hizo eco de ello. Y fue aquella negativa toda una oportunidad para Pagani, quien tomó entonces el impulso de abandonar la empresa y crear, allá por 1991, la propia. Aquella que habría de dar a luz dos grandes criaturas: los hiperdeportivos Zonda y Huayra. Sí, con motores Mercedes-Benz, cómo no;  y diseñados especialmente para Pagani.

Viento a favor

¿Qué si era el Zonda aquel que superdeportivo que, en los papeles, en ese ida y vuelta entre amigos, mesa de por medio, iba a perpetuar el nombre de Fangio, literalmente, sobre cuatro ruedas? Sí. Más aunque los bocetos de la criatura estuvieron listos en ocho meses, la confección llevó una década de ardua dedicación. Por lo que, tras la muerte del chueco, en 1995, Pagani no vio con buenos ojos un bautizo póstumo. De allí que decidió llamarlo como el viento emblema de la Argentina: Zonda C12. Siendo la letra “C” en honor a su esposa Cristina y el número 12 en alusión a los cilindros del motor. Presentado en el Salón del Automóvil de Ginebra en 1999, fue éste el primer auto de su marca. Y el venidero también tendría auspiciosos aires en su solo nombre: Huayra es, pues, la deidad quechua de los vientos.

 

Así, Horacio Pagani cumplió, consagrándose como un grande, el sueño del pibe. O, mejor dicho, un sueño de pibe. El de “construir el coche más lindo del mundo”, como supo decirle, con todo su ímpetu, al entonces ingeniero de Lamborghini, Giulio Alfieri, en sus primeras conversaciones. “Incluso si me contrataras para fregar el piso”, así lo haría. A la historia nos remitimos, así lo hizo. Y de qué manera…