Léonie Matthis, la pintora de la revolución

FOTOTECA

Cuando el arte era cosa de hombres, a Léonie Matthis le pintó la revolución. He aquí la francesa que hizo de nuestra historia su obra toda.

La vida ordinaria y sus más formidables gestas la incitaron a revalidar la propia, una lucha desigual en la que combatió limpiamente y con sus mejores armas: el talento. Lejos de apichonarse por su sola condición de mujer, la francesa Léonie Matthis le puso el pecho a la historia. A la nuestra. Esa que, nobleza obliga, la congració con el más certero de los motes: la pintora de la revolución. Pase y conózcala.

 

Con polenta de mujer

Asomó al mundo en la francesa ciudad de Troyes, allá por el año 1883. Y lo cierto es que el destino tendría para ella planes para nada mundanos: a los 15 años ingresó a la Escuela de Bellas Artes de París, donde quemó sus pestañas durante una década. Y bien recompensada le fue la perseverancia, ya que en 1904 ingresó a la prestigiosa Academia, siendo parte de la primera camada de mujeres admitida por tal institución. Sí, Léonie Matthis empezaba a hacer historia, y las fronteras no representarían freno alguno. Así fue como en un viaje artístico por España conoció a quien sería su gran amor: el retratista asturiano Francisco Villar, quien la convenció de juntar sus petates y cruzar el gran charco. La revolucionada Buenos Aires ya era tierra conocida para él, y pronto lo sería para ella. Más no sin las formalidades del caso: el matrimonio se celebró en la porteña iglesia de la Merced, en 1912; aunque su hogar se situaría en las afueras de la ciudad. Más precisamente, en los bonaerenses pagos de Turdera, allí donde ambos constituirían una numerosa familia. ¡Imagine que se despacharon con ocho hijos! Siete de los cuales fueron varones.

 

En serie

Léonie Matthis comenzaba a florear sus dotes, y el primer reconocimiento no tardó en llegar. En 1919 obtuvo el primer premio único para extranjeros en el Salón Nacional. Sin embrago, la francesita pintaba con el corazón de una local. Los años ’20 la encontraron sumergida en temáticas históricas, aquellas que desarrollaba en pinturas en serie. Y fue precisamente en 1936, al cumplirse el IV Centenario de la Fundación de Buenos Aires, que produjo una inolvidable serie de trece grandes obras. Titulada “Historia de la Patria a través de la Plaza de Mayo”, esta consagratoria creación sería adquirida, ya en los años ’60, por el Museo de la Ciudad Cornelio Saavedra. Vaya joyita… Es que la pintura de Matthis tenía lo suyo, lo propio.

 

Con opacidad propia

Léonie recurría a una técnica llamada gouache. Similar al óleo, la misma consistía en realizar pinceladas con acuarela opaca, plasmando colores claros que, una vez secos, ofrecían una composición cálida y luminosa. Asimismo, los trazos dotaban al paisaje de movimiento, de vida. Una vida sin héroes sobresalientes, sin protagonistas, ya que la artista priorizaba la expresión de lo grupal por sobre lo individual. Los suyo eran las multitudes anónimas, todas cuantas protagonizaban la historia cotidiana y real. De allí la verosimilitud de las obras, a punto tal de que semejaban ser contemporáneas a los hechos. Es que Léonie Matthis no iba directo a los bifes… Cada pintura implicaba una investigación previa, capaz de entregarle una eficaz percepción de los tiempos y sucesos en los que habría de centrar sus cuadros.

 

Peregrina

Desde el asesoramiento de intelectuales, como Enrique Udaondo y Leopoldo Lugones, hasta la inspección de la litográfica obra de Charles Herni Pellegrini –ideal para la detallada reconstrucción de la arquitectura pública–. Léonie Matthis sumaba desde todos los costados. Como buena y apasionada profesional, hasta recurrió a museos, archivos, relatos de viajeros… Cada obra implicaba un viaje retrospectivo, aunque también supo ponerle el cuerpo a unos cuantos otros. Sí, Matthis recorrió buena parte del país, junto con Bolivia y Perú. ¡Si hasta se animó a retratar la ciudad sagrada de Machu Picchu!  Y hacia allí partió sola, cuando el legendario camino del Inca era una senda digna de intrépidos aventureros; más no aún de turistas. A lomo de mula, para la valiente Léonie fue posible. Aunque su corazón le pasaría factura de tan corajuda empresa.

 

El caso fue que, a la afección cardíaca, los años le sumaron una especie de ceguera. Vaya ironía para nuestra protagonista. Aquella que, fiel a su esencia, dejó de frecuentar la calle; pero no de pintar, entre los muros de su casa de Turdera. Dijo adiós el 31 de julio de 1952. Pero ya nada sería igual. No para los anónimos protagonistas de la historia. Esos cuyas indefinidas facciones supieron copar lienzos por sobre semblantes de afamados próceres y laureados héroes. De alguna manera, Léonie Matthis sabía, era una más de ellos.

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