Macho ¡Y argentino! dijo la partera

FOTOTECA

100% nacional, el macho argentino es una especie masculina sin riesgo de extinción. Aquí, el manual una hombría que ya es marca registrada.

Si aplicamos el concepto de “macho” al hombre, de algún modo estaríamos exacerbando su condición masculina y aquellos rasgos que la definen. Ahora bien… Si de macho argentino hablamos, sin dudas estamos ante una especie aparte. ¿Alguna duda de ello? Por si las hay, aquí las despejamos.

De manual

Imaginemos una posible definición enciclopédica para el macho en versión nacional: Dícese del hombre que estereotipa su masculinidad. ¿Cómo? Bajo la figura del guapo, del tipo piola que tiene la pelota bajo la suela, la pisa y gambetea con caño incluido. Sí, el macho argentino nace sabiendo cómo se juega al fútbol y, si de destrezas se trata, siempre consigue ganarse a la mujer que le interesa. Su encanto lo acompaña desde la cuna; y si así no es, saca su mejor chamuyo de la galera. Eso sí, la amistad no se mancha: las mujeres de los amigos son intocables… Y las hermanas casi que también. Después, todo vale a la hora de salir a la cancha: el auténtico macho argento es competitivo, y siempre se las arreglará para ser “el más”. Un ganador total. Claro que no dejará al descubierto las formas. ¿Peluquería y algún que otro producto cosmético? Que no se diga. A nuestro protagonista no le interesa el espejo, aunque lo espía de reojo.

Homo machos

Si el macho argentino es una raza particular… ¿Cómo no habría de tener su evolución? Si bien responde a ciertos parámetros, su constitución como figura social responde a las influencias de las épocas en las que se ve inmerso. El pragmatismo y el consumo le han agregados ciertos rasgos “foráneos” que han mutado su esencia. En este sentido, el macho del siglo XXI dista mucho del macho recio y autoritario propio de los años 50. Y la metamorfosis ha ido acompañando los vaivenes de la sociedad nacional. Así como en la década del ’60 la utopía era digna del macho; en los ’70 se dio paso a la militancia y combatividad como rasgos salientes. Contrariamente, el esnobismo de los ’90 suavizó la imagen del macho. Hasta que el nuevo milenio dio paso al macho ejecutivo, aquel que está al día con la tecnología y cuya imagen pulcra lo hace caminar por la cornisa de la masculinidad. Aunque… ¿Quién determina el límite? ¿Cuáles son acaso las máximas de la hombría?

Machos eran los de antes

Si buceamos en las profundidades de la verdadera masculinidad argentina, nos encontraremos con quienes han sentado sus bases. Y vaya si han tenido peso para hacerlo: Manuel Belgrano, José de San Martín y Martín Miguel de Güemes -entre otras grandes figuras históricas- han sido los grandes hombres argentinos. Claro que valores como la honestidad, el respeto, la solidaridad y la valentía fueron sus principales estandartes. Sacrificio y perseverancia en silencio, más allá de todo reconocimiento. Casi una antítesis del narcisismo que ostentan los machos actuales. Claro que no es necesario cruzar los Andes para reivindicar tales virtudes. Tan simplemente la valoración del otro, como materia esencial de aquel prototipo, implicaría retomar la vieja senda de la hombría nacional. Y es aquí cuando entra en escena el personaje más contradictorio en la vida del macho: la mujer.

Porque te quiero te aporreo

Atracción y rechazo. En esta contradicción cae el macho argentino frente a su trofeo más codiciado. Y es que en dicha condición de “premio” se encuentra el meollo de la cuestión. La mujer exalta la condición de predador del hombre; al tiempo que marca los límites al punto de convertirse en inalcanzable. Pero como nada es imposible para el macho argentino, entonces es a él a quien ya no le interesa. Mejor apuntar las miras a quien pueda “ganar” y mantener bajo su ala, mostrar como viva prueba de su éxito. En este sentido, el macho nacional es sólo un ganador en los papeles. Lejos de ser naturalmente avasallador, su perfil versero siempre lo deja en evidencia. Así, más cerca de la chantada que de la épica, el macho argentino ya es un inconfundible personaje de la sociedad nacional. Las minas, el asado, los fierros, el fulbo y demás rudezas están a la orden del día en su menú diario. Nada de sushi, películas románticas y coqueterías. ¿O sí? Licencias del neo-macho que, profesando su incorruptible culto, sostiene su rótulo como una auténtica institución nacional.

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