Las fuerzas de la naturaleza acompañan su vida, gustan del aire puro que eligieron para su vida y del que esperan que puedan sus hijos seguir gozando. No mueren sino que recorren el mundo para seguir perfeccionándose. Es el pueblo Mapuche que mantiene firmes sus perspectivas de vida aunque parezca que todo a su alrededor se desmorona.
Ser Mapuche
Se presentan como parte integrante del cosmos, respetan desde ese lugar cada una de las cosas que pueblan la naturaleza, dialogan con ella y le piden su bendición. También en ese diálogo directo le ofrendan su trabajo y le brindan su amor. No buscan saber cómo Dios se acuerda de ellos, sino simplemente creen en la divinidad como dadora de todo lo que existe. Para hablar usan el mapudungun o mapuzungun llamado literalmente “el hablar de la tierra”.
Su establecimiento en Argentina
Originarios de Chile, los Mapuches llegaron a Argentina, más precisamente a la Patagonia, conservando su característica de vida: eran cazadores y recolectores. Cazaban ñandúes y guanacos, recolectaban semillas y raíces y en sus procesos nómades también se dedicaban a la caza de presas marinas. Instalaron con su llegada un propio calendario que aún sigue vigente cuyo comienzo de año se pacta para el 24 de junio por ser el amanecer tras la noche más larga del año.
Ya desde su nombre dejan asentado el fuerte vínculo que existe entre el pueblo y la tierra que les da vida. “Nosotros, primero somos tierra y luego gente, por eso primero ‘mapu’, tierra y luego ‘che’ gente”, explicaron en una de las tantas manifestaciones en defensa de lo que desde siempre les fue coartada: su libertad territorial. El pueblo Mapuche quedó dividido entre Chile y Argentina y el despojo territorial así como también la devastación cultural son algunas de las marcas de su historia que tuvieron nombres como la “Conquista del desierto” o la “Pacificación de la Araucanía”. Hoy las precarias condiciones heredadas hacen que se movilicen constantemente con el objeto de recuperar sus tierras ancestrales.
Leyendas de su tierra: Pehuén o Araucaria
Varias son las leyendas que el pueblo cuenta como base del entendimiento de lo que los rodea. He aquí la historia en la que se explica cómo el fruto de la Araucaria se convierte en fuente de alimentación.
“Nguenechén, el dios mapuche, hizo crecer el pehuén en los bosques, pero al principio las tribus no comían los piñones porque creían que eran venenosos. Al pehuén o araucaria lo consideraban árbol sagrado y lo veneraban rezando a su sombra pero los frutos quedaban en el piso sin ser utilizados. Sucedió un tiempo con gran escasez de alimentos y todos estaban desahuciados hasta que Nguenechén se hizo presente a través de un anciano.
– “¿Qué buscas, hijo?” – le preguntó
– “Algún alimento para mis hermanos de la tribu que se mueren de hambre. Por desgracia no he encontrado nada”.
– “Y tantos piñones que ves en el piso bajo los pehuenes, ¿no son comestibles?”
– “Los frutos del árbol sagrado son venenosos, abuelo” -contestó el joven.
– “Hijo, de ahora en adelante los recibirás de alimento como un don de Nguenechén. Hiérvanlos para que se ablanden, o tuéstenlos al fuego y tendrán un manjar delicioso”.
Enseguida comieron en abundancia piñones hervidos o tostados, haciendo una gran fiesta.
Si tenés la gran oportunidad de vincularte con integrantes de esta tribu, nunca dejes de establecer esa comunicación de aprendizaje que cada Mapuche puede lograr con solo expresar lo que ellos buscan para su propia vida.