Pachamama, madre nuestra que estás en la tierra

FOTOTECA

La Pachamama es culto, tradición y religión sembrada por los pueblos originarios. La diosa fértil y un ritual que aún sigue germinando.

De identidad latinoamericana, el culto a la diosa de la tierra ha echado raíces en la memoria colectiva de los pueblos originarios. Bolivia, Perú y el norte de Chile aún protagonizan rituales en su honor. Kollas, diaguitas, quechuas, calchaquíes, wichís, qoms, aymarás, lules, guaraníes y criollos -entre otras etnias- han mantenido encendida la llama de su devoción en el noroeste Argentino. La Pachamama es Fiesta Nacional, una adoración genuina a quien todo lo provee.

De la tierra venimos, a la tierra vamos

A la hora de comprender su significado, vale recordar que la voz Pachamama proviene del lenguaje quechua. Ese en el que pacha quiere decir “lugar”, “mundo” o “cosmos”; al tiempo que mama significa “madre”. De allí se que se trate de la “Madre Tierra”, una diosa que da vida, engendra y produce desde las entrañas del propio universo para nutrir y sustentar al ser humano. Exponente de la fertilidad, es concebida como una divinidad agrícola. ¿Acaso el cultivo de la tierra y su calendario no marcan los compases de la vida indígena? Así es como agosto se convierte en un mes clave: el día 21 ha de comenzar la siembra, en tanto julio es protagonista de la cosecha. Sólo que, vaciada de todo fruto, la tierra despierta con hambre en el octavo mes del año. ¿Qué debe hacerse entonces? Alimentarla. De lo contrario, puede ofenderse y provocar enfermedades. Por ello, cada 1 de agosto, los pueblos sacian el apetito de la Pachamama: a través de sus ofrendas devuelven a la tierra lo que les ha dado durante todo el año; además de pedirle prosperidad y salud para los 12 mese venideros. Es que el poder de esta diosa fértil está en hacer crecer las cosechas, multiplicar el ganado y hasta cuidar de los animales silvestres. Porque a panza llena, corazón contento… y tiempos de bonanza para todos.

En tu grato nombre

Sin embargo, el ritual de la Pachamama no es asunto sencillo. El challaco (pago o tributo) comienza, incluso, en la noche de víspera. La luna del 31 de julio encuentra a las familias preparando la tijitincha, comida especial para la ocasión. Ya amanecido agosto, la veneración alcanza su máximo esplendor. Hojas de coca, vino, chicha, aloja, yerba, lanas multicolores, fetos de llamas y ovejas, grasa de vaca y cerdo, incienso, copal y hasta cigarros componen el banquete de la Madre Tierra: la “mesa”. En relación directa con la misa católica, así se le llama a esta ofrenda que, carbones, hierbas y aceites esenciales mediante, se hará humo en las profundidades de un pozo. Una vez consumada la quema, el hoyo es cubierto por grandes piedras chatas; convirtiéndose así en una apacheta. Visibles en las sendas de los cerros, las apachetas permanecen durante todo el año como lugar de culto y guía para los viajeros, en tanto la Madre Pacha también ayuda a los peregrinos a llegar a destino.

La mesa está servida

“Pachamama de estos lugares
Bebe, masca la coca y come a gusto esta ofrenda
Para que sea buena esta tierra
Pachamama buena madre
¡Se propicia! ¡Se propicia!”

Con este llamado ancestral, el amawta (sabio oficiante de la ceremonia) convoca a las deidades de la naturaleza en medio de los cerros. A su cargo también está el preparado de la mesa y la quema en el fuego sagrado. Mientras que el yatiri, culto y conocedor anciano, pronostica la suerte y diagnostica posibles enfermedades. Rezos, bailes y danzas se suceden en el momento de cubrir el pozo, el cual se volverá a abrir el 1 de agosto del año próximo. Mientras tanto, el ambiente se puebla de alboroto y juerga. Ritmos aborígenes resuenan en el aire; al tiempo que los parroquianos agradecen bendiciones entre cintas de colores y papel picado, si es que el almidón no aparece en escena para teñir de blanco a más de uno.

Porque la madre nuestra está en la tierra, y desde su más profundo seno se eleva este ritual sin vencimientos ni fronteras.