Postas: un alto en el camino

FOTOTECA

Nacidas cual necesidad de la primitiva red de correo, las postas se convirtieron en el anhelado alto de los caminos. ¿Se toma un descansito?

Caminos desdibujados, poblados de huellas perdidas, sin dirección. El calor del verano hace de los senderos pura polvareda; las lluvias un barrizal. ¡Más nos vale que algún baquiano nos eche una mano, paisano amigo! De lo contrario, la cosa se pondrá bien fulera. Y cómo no…Menuda empresa resulta aventurarse hacia las afueras de Buenos Aires, hacia los pueblos de interior. Le recuerdo que cuando el trazado urbano queda atrás, y las circundantes quintas suburbanas hacen lo propio, sólo resta el vasto y verde llano de la campaña. ¡Ni le digo si se nos viene un malón! ¿Será que es posible hallar “oasis” alguno a lo largo de tamaño periplo? Lo que se dice oasis, pues no. Pero créame que, en este incipiente siglo XIX, las tan preciadas postas surgen a salpicadas, y por todo el virreinato, como lo más parecido a ello.

De posta en posta

Los pagos del Río de la Plata, Chile y Perú. Vaya si los españoles tenían territorio por dominar y comunicar en nuestra Sudamérica. De allí que, allá por 1748, el Correo Mayor de Indias, con sede en Lima, creó los llamados Servicios Públicos Fijos. Sí, un servicio de correo regular inspirado en el incaico sistema de chasquis (jóvenes corredores, portadores ellos de mensajes o recados a través de una red de extensos caminos y sus respectivas postas, donde daban con el relevo que habría de continuar la misión). Mire lo bueno que habrá sido el entrenamiento de estos jovencitos, que la efectividad del sistema acabó por sorprender y encantar a los españoles. ¿Cuál fue la novedad, entonces? La designación de un único mensajero, un teniente del Correo Mayor. Claro que este pobre hombre, por más pulmones que tuviese, no hubiera resistido recorrer a trote todo el trayecto Buenos Aires-Lima… Es entonces cuando entra en acción la figura del caballo, actor que supo resignificar el sentido de las postas: ya no serían un sitio destinado a la muda de recadero, sino al recambio de equino; y donde el jinete de turno accediera, por tanto, a los mínimos servicios requeridos para continuar camino. He aquí el inicio de una nueva etapa en la vida de las postas: además de abrir sus puertas a los mensajeros; también habría de acoger a simples viajeros. Eso sí, no vaya a creer que el tema se ha dejado al libre albedrío, no, no. En 1792, el Administrador Principal de Correos de Buenos Aires, Don Manuel de Basavilbaso, redactó un Reglamento de Postas que se aplicó a todas las postas establecidas en el Virreinato de Río de la Plata. Le digo más, ya consumada la Revolución de Mayo, los criollos recogieron el guante de lo hecho hasta la fecha: se continuó con el envío de visitadores a las diferentes postas para tener el debido registro de cada una de ellas. Nombre del establecimiento, maestro (ya le explicaremos de quién se trata), personal, localización y cualquier otro dato que resultara de importancia eran de la partida a la hora de confeccionar el “padrón”.

La posta de las postas

¿Qué si cualquier Don podía montarse una posta? Claro que no, para ello se debía contar con pastos y aguas cercanas, imprescindibles para la alimentación de los caballos. Por lo demás, la edificación de la posta no requería demasiadas musas: paredes de adobe y techo de paja, punto. ¿Cada cuántas leguas? No más de cuatro (algo así como 22.000 metros), cosa de que el pobre equino no acabara con la lengua afuera, vio. A fin de cuentas, la caballada era del maestro, patrón o mandamás, como prefiera usted llamarlo. El asunto es que es que el maestro era quien dirigía la posta, con firma de contrato por determinada cantidad de años y todo. Una vez transcurridos, la posta quedaba en manos de los hijos. Mientras que, en caso de fallecimiento, la viuda era quien tomaba las riendas de la posta hasta que el tiempo de contrato se cumpliese. ¿Vio que organizado estaba todo? Y aquí no termina la cosa, porque el maestro contaba con ayudantes, encargados ellos de acompañar a los viajeros hasta la posta siguiente. Lo que se dice, un servicio completo. Incluso, si el trayecto venía con río de por medio, los llamados canoeros se encargaban de garantizar un cruce seguro. ¿Se hizo de noche y gusta de continuar mañana? Déjeme decirle que no faltaron los maestros aposentadores, quienes brindaban un plato de comida y alojamiento a quien así lo necesitara. Eso sí, no vaya a creer que se trataba de una estancia cinco estrellas, ni mucho menos. Sólo que las extenuantes jornadas a caballo hacían del catre más rústico y la comida más pobretona las más confortables y sabrosas opciones de descanso y alimentación. Y a todo esto… ¿de cuántos morlacos se hacían el maestro y compañía? La tarifa establecida era de medio real por legua, siempre y cuando el terreno fuera llano como la mismísima pampa. Geografía montañosa o desértica ya cotizaba el doble. Y si se precisaba carruaje, pues un real por legua y otro por caballo. Poniendo estaba la gansa.

Con la vara alta

Así la historia, las comunicaciones marchaban viento en popa. Sin embargo, en los primeros tiempos de independencia, algunas cosas comenzaron a cambiar: los caballos pasaron a ser propiedad del Estado. Y nada de entregarle un equino a cualquier fulano…Quien quisiera utilizar la red de caminos y postas debía presentarse ante el maestro con un pasaporte expedido por las fuerzas policiales o militares pertinentes, además de una hoja de ruta que expedía el Administrador de Correos. De lo contrario, minga que iría a recibir caballo alguno. ¿Gusta de tomar algo durante el papeleo, paisano? Grapa, ginebra…Sí, sí. Ocurre que, con la reforma de 1817, los maestros están autorizados a montar pulperías. Y quienes puedan aspirar a un poco más, un parador o posadita. Lo que sí, todas las postas deben ofrecer, al menos, una habitación para el correo o viajante de turno: condición sine qua non de la nueva reglamentación….y sin que usted saque un peso de su bolsillo para acceder a ello. ¿Cómo la ve? No me diga nada, bastante nublado. Es que del dicho al hecho…Ni cuartos aseados, ni huerta de verduras, ni aves de corral, más que algún otro pavo o pato que revolotea por todos los rincones del rancho; aquel en que, por cierto, más de un gaucho ronca ruidosamente, tumbado en un rincón. A fin de cuentas, el ideal de posta solo se adecuaba a la realidad de unas pocas; mientras que los aires de pobreza solían invadir al grueso de ellas.

Usted ya sabe,  si a caballo regalado, no se le miran los dientes; a la tan ansiada posta en el camino, tampoco un mundo se le pretende. ¿No?