Tasca de cuchilleros, amor al filo

FOTOTECA

Amor y tragedia signaron la construcción más antigua de Buenos Aires aún en pie. Filosa historia enclavada en el corazón de San Telmo.

Recortada en la singular geografía de San Telmo, la antigua tasca de cuchilleros, reluce su blancura frente al empedrado de la calle Carlos Calvo. Haciendo honor a los viejos tiempos en que fue concebida, sus muros de ladrillo cocido, barro y paja destellan la claridad de la cal con que fueron blanqueados. Un techo de teja a dos aguas refuerza su identidad colonial; mientras los patios que conforman su planta hacen lo propio. ¿Qué irá a aguardarnos allí? Un viaje en el tiempo capaz de conducirnos al siglo XVIII. Sí, sí. Leyó bien, estimado paisano. Cual mojón urbano, estamos nada menos que ante la casa más antigua de la ciudad. Aquella que data de 1730; aquella que guarda, en su prodigiosa memoria, una historia de amor por demás filosa.

El gran escape

La preciada construcción cumplía un siglo de edad cuando los tiempos rosistas asomaban en la escena nacional; y cuando la pequeña ventana enrejada, que aún luce su fachada, mantenía prisionero el corazón Margarita Oliden. Se trataba de la hija del General Oliden, quien fuera el sargento de los mazorqueros, una especie de policía afín al Gobernador Juan Manuel de Rosas. Sin embargo, el mandamás en aquella historia era Don Ciriaco Cuitiño. Jefe de la mazorca y, como ya le hemos contado, querido amigo, parroquiano de la cercana pulpería La Paloma. Allí donde los payadores y poetas hacían de las suyas. Sin embargo, el corazón de Margarita se derretiría por otros cantos. Los del payador y domador de caballos Juan Cruz Cuello. Y fue amor correspondido; aunque también resistido. ¡Margarita debía ser la mujer del jefe! Pero los intentos de su padre para que aceptara a Cuitiño fueron vanos. Tan vanos, que la joven decide escapar junto a su amado. Y lo hace nada menos que por los túneles secretos que tenía el solar. Para Oliden, con cariño.

Fugitivos

Así eran las cosas en aquellos tiempos de organización nacional. Aunque, a decir verdad, los túneles subterráneos eran moneda corriente desde los tiempos coloniales; ya fuera para eventuales escapes o para contrabando. El puerto era siempre el destino final de aquel entramado abovedado. Llegando a servir, incluso, como refugio durante las invasiones inglesas. Menuda suerte la de nuestra enamorada, quien contara con una trampa de salida en su propio hogar. ¿Y la desembocadura? La iglesia de San Pedro Telmo. Sin embargo, los tortolitos no fueron marido y mujer. Aunque si una certeza tenían, era que sólo la muerte iría a separarlos. Y en ello pensaron los detractores de este gran amor.

Final infeliz

Don Ciriaco ordena perseguir a la parejita feliz, quien ya contaba con un hijo en su haber cuando es descubierta por la mazorca. Gran paliza fue la que se llevó el payador Juan Cruz; aunque la peor parte se la llevó Margarita. La Herida de muerte que sufrió no era para ella; sino para su adorado payador. Aquel cuya muerte, no consumada, había sido ordenada por el mismísimo Rosas. Desconsolada y moribunda, la joven es llevada de regreso a su casa. Y allí, en su cuarto, fallece a pocos días de a aquella trágica embestida. Pura oscuridad fue su habitación desde entonces. Es que, se dice, la ventana nunca más fue abierta. Al menos, mientras allí vivieron sus padres. Su impronta en la fachada de la casa no fue más que un cuadro, una silenciosa imagen que sólo cobró vida en el relato de quienes aún no olvidan esta historia.

¿Y qué fue de Juan Cruz Cuello? Dicen que acurrucó fuerte a su pequeño hijo y, envuelto en un poncho, huyó a todo galope de la ciudad. Perdiéndose en el horizonte y en el registro de toda posteridad.

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