¿Se acuerda, don Fulano, de cuando el tomate tenía gusto a tomate? Ahhh…si habrá usted “mojado” el pancito en el fondo de la ensaladera cuando ya ni medio gajo quedaba a la vista…Pues déjeme decirle que no se trata de ningún revival momentáneo. Jugoso, regordete, contundente, el tomate del bueno ha vuelto para quedarse. Sí, sí, se trata del Tomate Platense, aquel cuya producción fue resucitada de la memoria inmigrante, de aquellos lejanos años ’30 en que españoles, italianos y portugueses supieron, arduo trabajo en la tierra mediante, dar vida a los polos hortícolas del país. Para alegría de nuestros paladares, la historia continúa…
Crack
¿Dónde? En la capital bonaerense, en el llamado cinturón hortícola de La Plata, desde donde se provee de diversas verduras tanto a la Ciudad de Buenos Aires como al conurbano. Sin embargo, el tomate siempre ha sido el niño mimado, quien históricamente ha acaparado todos los flashes. De modo que los quinteros pusieron manos a la obra para dar con una versión naturalmente mejorada: el mencionado Tomate Platense. Y había con qué ilusionarse… El muy gauchito era, sin dudas, un cultivo de fácil adaptación a las condiciones ambientales y ecológicas de la zona, rústico, capaz de tolerar la tan temida “peste negra”, y, como si poco fuera, proveedor de semillas cuya selección permitió la progresiva y natural mejoría del cultivo.
Desplazados
Todo viento en popa hasta aquí. Más precisamente, hasta fines de los años ’80. Cuando entra en escena la hibridez hecha tomate, un cultivo cuya artificial manipulación acabó por originar el hoy llamado tomate de “larga vida estructural”. ¿De qué va éste? Como su nombre lo indica, de una longeva subsistencia -y hasta mayor firmeza- luego de la oportuna cosecha. El incremento en el consumo y las distancias entre los centros urbanos y los centros productivos metieron la cola. Los tomates debían, y aún deben, bancarse tamaños traslados como caballeros, sin magulladuras ni putrefacciones a la vista. Eso sí, de sabor ni hablar, pues brilla por su ausencia. De proteger la producción nacional, tampoco: cerca del 80% de las semillas con que se cultivan los tomates “larga vida” son importadas. ¿Quién podría defender entonces al Tomate Platense y su tan necesaria natural condición?
Rebelde con causa
Un grupo de quinteros afanosos por no perder la tradición lo hicieron posible. La memoria de las generaciones pasadas así lo demandaba; más también los paladares. El desabrido y perfectísimo tomate que comenzó a copar verdulerías y supermercados no habría de salirse con la suya. Allí estaba el Tomate Platense, dispuesto a dar batalla con su sabor intenso, su forma irregular y caprichosa, y sus numerosos lóculos (esos en los que descansan buena cantidad de semillas y el tan añorado “jugo”). Sin dudas, un rebelde con causa, aquel capaz de romper con los tradicionales y masivos esquemas productivos: los productores generan su propia semilla y conciben una agricultura familiar, de bajo impacto ambiental. Lo que denota un doble compromiso, con la producción misma y también con el entorno, alzando la bandera de la autonomía y el esfuerzo. ¿Nos olvidamos de algo? Sí, claro. Los productores de Tomate Platense (o “raya verde, “raya negra” y “colorado grande”), también se comprometen con la sociedad consumidora. ¿Quién más le garantiza, acaso, un tomate con gusto a tomate?
De rescatar al tomate y su auténtico sabor va el asunto, sí. Pero también, como los propios productores aseguran, de rescatar la cultura de producir, y en el buen sentido de la palabra: con la madre naturaleza y toda su biodiversidad como máximos estandartes.