Tu cuna fue un conventillo

FOTOTECA

El conventillo fue mucho más que una casa de inquilinato. Cuna del tango y testigo de las memorias inmigrantes, invita a abrir puertas.

Hacia fines del siglo XIX la ciudad comenzaba a mirar de reojo a las capitales del viejo continente. Suspiraba por sus palacetes e ilustrados pobladores, ansiosa por ser una más de ellas -más no fuera- de este lado del charco. Desprecio a todo lo criollo, así “sentenciado” por los gobernantes de turno. Y la apuesta fue tan fuerte como su legado. Testigo urbano de aquellos tiempos, el conventillo fue terreno fértil para la consolidación de un verdadero fenómeno social.

Haciendo la América

O repoblando la ciudad. La inmigración fue el vehículo ideal para “importar” cultura europea de primera calidad. O esa fue -al menos- la idea original. Pero resultó ser que los recién llegados no traían consigo la tan deseada sangre azul de los países nórdicos. Apenas algunas pertenencias, ilusiones de una prosperidad falsamente prometida y la urgencia por huir de la persecución social o política. ¿Cuál fue el sitio de bienvenida? Un saturado Hotel de Inmigrantes. Claro que el episodio de fiebre amarilla ocurrida en 1871 encendió las luces para idear una solución al aluvión migratorio. Ante tal epidemia, los pobladores del casco antiguo se mudaron hacia el norte y sus antiguas residencias quedaron deshabitadas. Las inmensas casonas se remodelaron en pequeños cuartos de cuatro metros por costado. Casi, casi como los diminutos cuartos de los monjes en los conventos. Sí, este sería el nacimiento de los “conventillos” o “casas de inquilinato”. Y, en consecuencia, el surgimiento de los especuladores que hicieron fortuna con el alquiler de sus cuartos: viveza criolla en estado puro.

A cielo abierto

¿Qué ocurría puertas adentro? En los mencionados cuartos se amontonaban no menos de cuatro o cinco personas, y hasta alguna mascota a la que se le daba refugio. Como si pocos fueran, los inquilinos hacían allí mismo sus necesidades y hasta cocinaban con braseros. ¿El mobiliario? Camas, algún armario enclenque, el retrato del ser querido añorado en suelo europeo y la infaltable imagen de un santo o virgencita. Sin embargo, aún no llegamos al sector principal. Ese sitio alrededor del que se disponían innumerables habitaciones como las hasta aquí descriptas: el patio. De ese espacio que solía recibir a visitas distinguidas, apenas sobrevivía el aljibe como mojón de su pasado. En el patio del inmigrante sobresalían las piletas para el lavado y las sogas en las que flameaba la ropa al sol. Aunque eso no sería todo.

Viva la diferencia

“Un patio de conventillo,
un italiano encargao,
un yoyega retobao,
una percanta, un vivillo,
un chamuyo, una pasión,
choques, celos, discusión,
desafío, puñalada,
aspamento, disparada,
auxilio, cana…¡telón!”

Los versos de Alberto Vaccarezza reviven la dinámica del patio: protagonistas de todas las nacionalidades reunidos en un crisol de idiomas, religiones e ideologías. Riñas, peleas y amores; dialectos, versos y cantos. El patio fue libreto del lunfardo, seno de payadores y cuna del mejor vehículo que encontraron los inmigrantes para canalizar su nostalgia, desilusiones, desfachatez y tristeza: el tango. Ese que llegaría para ya no marcharse.

Así, todas las historias parecen confluir en una sola, como las de cada abuelo y bisabuelo que gestaron la sociedad de hoy… Como aquellas que colmaron los patios de cada conventillo. Ese que sigue atravesando las fronteras de la memoria y el tiempo.