Dicen que cuando suena el silbato y la número 5 comienza a rodar ya nada más importa. Dicen que se puede cambiar de novia/o, amigos, banda favorita y hasta religión… Pero nunca de camiseta. Dicen que no se puede explicar con palabras; pero en estas líneas haremos el intento. Es el fútbol nuestro de cada día, esa pasión tan argentina que conmueve al mundo entero.
Experiencia religiosa
Pocas cosas resultan tan inmaculadas para el argentino como la vieja y el fútbol. Aunque los primeros pasos en el camino de esta pasión sin retorno sean de la mano del viejo. Peregrinando hacia el club de sus amores, nos iniciamos en el ritual de los domingos: el chori, los trapos, las manos que se agitan…Los himnos propios y esos otros dedicados al histórico rival, el infaltable “vos sos de la B” para quien militó en las filas del ascenso, el réferi y los cordiales saludos a su familia, ese or-sai inexistente por el que también la liga el línea. Sudor y dientes apretados, gargantas que revientan cuando el crack del equipo cumple el sueño del pibe y desfonda las redes del Monumental o la Bombonera. ¿Lo habrá soñado en sus tiempos de potrero, cuando un par de buzos estrujados en la tierra dibujaban un arco imaginario? El grito se hace uno, ese que mueve el cemento, ese que eleva miradas al cielo. Sí, las mujeres también siguen los partidos. No sólo las terrenales; sino aquellas que, cubiertas con su mato sagrado, reciben las plegarias de los más encomendados fieles. Esto es fútbol señores, ese que golpeó las puertas de nuestra historia para escribir sus páginas más inolvidables.
Media inglesa
¿Quién sería capaz de sembrar la semilla del fútbol en nuestro país? Nada menos que su alma mater. Allá por 1860, en zonas aledañas al puerto de Buenos Aires, marineros ingleses despuntaban el vicio de la redonda durante sus ratos libres. Sin embargo, la patria futbolera nacería de la mano de un escocés: el profesor Watson Hutton, fundador de la primera institución educativa en la que el deporte tendría su espacio, el English High School. Así, la mecha del fútbol se enciende en otras entidades hasta dar a luz a la llamada Argentine Association Football League. Esa que en 1903 toma el nombre de Argentine Football Association (¿Una incipiente AFA?). Para entonces, el English High School ya se había convertido en Alumni: un “fenómeno” que monopoliza los títulos del fútbol desde 1900 hasta 1911, además de ser el primer equipo en adjudicarse un atuendo con colores propios para saltar a la cancha. Sin embargo, su escalada fue tan vertiginosa como su caída. En 1913 acaba disolviéndose: la estrellita inglesa fue el claro ejemplo de cómo un deporte ideado para minorías perdía sustento. Era hora de que el fútbol obtuviera su carta de ciudadanía y así lo hizo. Nuevos clubes fundados por argentinos e integrados por jugadores nacionales aparecían en escena. Y el primer gigante en asomar la cabeza fue nada menos que River Plate.
Duelo de titanes
En 1901 los clubes Rosales y Santa Rosa se unen para dar vida a River Plate ¡Es que los dos se encontraban frente al Río de La Plata! Vaya alegoría para este “Millonario” que se adjudicó tal mote al adquirir a Carlos Peucelle en la descomunal cifra de $10.000. ¡Qué decir de los $45.000 desembolsados por Bernabé Ferreyra en 1932! Para entonces terminaba aquello de “jugar por la camiseta”. Sí, en 1931 se inició la era del profesionalismo, y el “millo” salió a jugarla con los tapones y la billetera de punta. Claro que no estaba sólo allí, en las inmediaciones del Riachuelo ¡Si River nació en el sur! Y, desde 1905, un superclásico rival le haría compañía: reunidos en la Plaza Solís, un grupo de muchachos da origen a Boca Juniors. ¿La musa inspiradora de sus colores? La bandera de un buque sueco presente en el puerto de La Boca. Así surge la “azul y oro”, esa que debutó en el profesionalismo gritando campeón. Sin embargo, la historia catalogaría a River -amo y señor del fútbol elegante- como el más ganador de títulos locales; mientras que Boca se alzaría como el mayor conquistador de torneos internacionales.
Copados
Pero… ¿Quién se adjudicó el título de “Rey de copas” mucho antes de que Boca alcanzara este record? El “Rojo” de Avellaneda: alzando la bandera del buen trato a la pelota, Independiente llega al mundo allá por 1904. Se convertiría, 60 años después, en el primer equipo argentino campeón de la Libertadores. ¿Y quién haría lo propio con la Copa Intercontinental? Su vecino -y acérrimo enemigo- Racing Club, ese que surgió en 1903 y conquistó al mundo en 1967. Así, la “Academia” sacaba lustre a su apodo tan bien ganado tras 7 títulos consecutivos en el amateurismo. Pero… ¡Atención! Al fútbol todavía le quedaba otro “grande” en la galera: en 1908 nace el Club Atlético San Lorenzo de Almagro… ¿O Club Atlético Sin Libertadores de América? ¡Nada de eso! El “ciclón” se sacó la mufa en este 2014, convirtiéndose en el último campeón de este torneo continental.
Fenómeno mundial
¿Hay algo capaz de esfumar rivalidades y olvidar las chicanas entre equipos rivales? Claro que sí, la Selección Argentina amalgama colores en un sentimiento unánime. Y cual placebo, la Copa del Mundo irrumpe en la sociedad argentina desplazando todo lo demás: las miradas y los corazones se posan allí, en ese rincón del mundo en que la pelota rueda. Y, más allá de los sueños cumplidos en 1978 y 1986, el material siempre ilusiona. ¿Acaso los mejores equipos del mundo no tienen en sus filas algún jugador de industria nacional? El potrero, la gambeta, la garra… El fútbol argentino tiene esa marca registrada que desparrama enfundado en la querida celeste y blanca. Esa que, al igual que el fútbol de cada fin de semana, excede la línea de cal: la pelota ocupa la portada de los diarios, define el humor de los lunes, alienta promesas, regala abrazos. Es una expresión genuina de argentinidad, un grito que lo define todo. Ya lo decía Eladia Blázquez en su tango “Domingos de Buenos Aires”: Después de la pasta y la siesta feroz/sin teléfono y sin ruido/al levantarse la radio/ el mate, el estadio/¡Y a gritar el GOL!