En una Argentina surcada por historias de inmigrantes, los judíos han sabido escribir su extenso capítulo. ¿Qué tan fuerte ha sido la trama desarrollada en suelo nacional? Lo suficiente para constituir aquí la sexta colectividad judía más importante del mundo.
El puntapié
Corría la segunda mitad del Siglo XIX cuando Argentina decide abrir sus puertas al mundo: un aluvión de inmigrantes, capaz de saciar la avidez de nuevas poblaciones, aparecía en escena para encarnizar el nuevo proyecto de país. Un crisol de nacionalidades, razas, idiomas y religiones componía el nuevo entramado social. Ese en el que los judíos asoman apenas comenzada la sexta década. Más precisamente en 1862, cuando un grupo de franceses, alemanes e ingleses decide aunar destinos y crea la Congregación Israelita. Un espacio propio, capaz de legitimar su idiosincrasia en aquella amalgamada sociedad argentina. Bajo el marco de la Congregación, estos pioneros lograron ejercer sus tradiciones y rituales religiosos, tales como casamientos y sepulturas judías. Todo un punto de partida para el establecimiento del judaísmo en Argentina, ese que aún aguardaba por su mayor esplendor.
Sentando camino
Sin embargo, los judíos comienzan a ser multitud de la mano del vapor Wesser, nave que ancló en suelo argentino un 14 de agosto de 1889; y de la que desembarcaron más de 120 familias. Se trató del primer contingente de judíos organizado, aquel cuyos integrantes escapaban de las persecuciones sufridas en la Rusia zarista y el resto de la Europa Oriental. ¿Cómo fue posible esta huida? El Barón Mauricio Hirsch es quien se lleva todos los laureles: este filántropo judío alemán fue el creador de la Jewish Colonization Association (JCA), entidad que permitió la salida en miles de judíos sedientos de paz y libertad. Con Argentina como país estandarte de tal idealizada realidad, nace la colonización agrícola judía en nuestro país. Hirsch dio vida a decenas de colonias en diferentes provincias, facilitando a los colonos el acceso a la tierra, a las herramientas de trabajo y a una vida comunitaria que incluía la escuela, el centro sociocultural y la sinagoga.
Cosechando siembra
Las primeras dos décadas del siglo XX continuaron con los arribos en alza, especialmente durante la Primera Guerra Mundial. Ya en los años 40, este proceso inmigratorio alcanza prácticamente su final; y los sobrevivientes del Holocausto son sus protagonistas. Sin embargo, más allá de una misma religión, los recién llegados tenían procedencias dispares; por lo que las diferencias recaían en la cultura, lengua y costumbres propias de sus lugares de origen. Como salvavidas a dichos conflictos, en 1894 surge la Jevrá Kedushá -actual AMIA-. Entidad que promovió acciones solidarias tanto para auxilio económico como social. Así fue como, poco a poco, la presencia judía fue ganando terreno: sinagogas, escuelas, agrupaciones políticas judías, sindicatos judíos adheridos al movimiento obrero nacional, periódicos en castellano, idish, hebreo y hasta alemán (donde se publicaba literatura argentina traducida a esos idiomas y literatura judía traducida al español), centros sociales y asistenciales, centros culturales y deportivos, bibliotecas y teatros aparecieron en escena para arraigar el judaísmo al suelo nacional.
En ascenso
Pronto, la población judía iría escalando posiciones en el escalafón socioeconómico argentino. Dejó atrás el proletariado para instalarse en la clase media: el comercio, la industria y las actividades profesionales tocaron a su puerta. ¿De qué manera? La educación, el propio desarrollo del país a través de los años y la existencia de una descendencia nacida en Argentina hicieron posible tal promoción. Aquella que, ideologías y religiones aparte, ha contribuido al crecimiento de una sociedad íntegra. Fusionar, aprender, respetar…sólo algunas claves de esta nación multicultural en la que el pueblo judío ha aportado su generosa cuota de identidad.