Telégrafo Mercantil, un periódico de primera

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Inaugurando la prensa escrita, el Telégrafo Mercantil fue el primer periódico de Buenos Aires. Pase y hojee la historia de este precursor.

Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata. ¿Algo más? Definitivamente, el Telégrafo Mercantil no se anduvo con chiquitas a la hora de salir a las calles de la Buenos Aires colonial, y así lo dejó expreso con tamaño subtítulo. ¿Qué otra cosa podía esperarse del primer periódico impreso de la ciudad? Auspicioso fue su debut, aquel 1 de Abril de 1801, con sus ocho páginas cargaditas de una realidad que, desde entonces, hallaba su mejor voz en la tinta y el papel. ¿Gusta de darle una hojeada, paisano?

Con voz y voto

Concebido por el buen genio de Antonio Cabello y Mesa (abogado y militar español), e impreso en la Real Imprenta de los Niños Expósitos (primera imprenta de Buenos Aires), el Telégrafo Mercantil se jactó, desde su primera edición hasta la última, de ser un periódico independiente. Sin subsidios a la vista, esta publicación bisemanal -salía los miércoles y sábados- supo mantener su trayectoria por el aporte de sus 100 suscriptores. Aquellos que repasaban sus escuetas páginas -aunque no por ello carentes de contenido- en busca de la novedad política de turno, de los artículos de historia, costumbres y anécdotas que nunca faltaban, de las fábulas escritas en versos y algún que otro soneto. Aunque nunca sentenciando verdades absolutas: si a algo dejaba la puerta abierta el Telégrafo Mercantil era al debate, a la polémica. Aquellas que se iban desarrollando en los sucesivos números. Qué cómo debían de evaluarse las obras literarias porteñas, que de qué iba tal o cual suceso político, que si ésta o aquella maniobra económica resultaba beneficiosa, qué cómo marchaba el comercio en el Virreinato, y la lista sigue. De allí que el Telégrafo Mercantil haya sido considerado, no solamente escuela, sino tribuna. Esa en la que un lindo desfile de personajes históricos ha tenido voz y voto. Veamos, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Domingo de Azcuénaga, el Deán Funes… Sí, sí, buena parte de los cerebros ilustrados de la época. Por lo que la proclama del Telégrafo Mercantil como un periódico al servicio de la patria y la educación del prójimo terminó por ser su principal bandera.

Apto para todo público

Y si de ilustrar iba la cosa, todos estaban invitados a hojear el Telégrafo. Le digo más, con tan noble causa patriótica a cuestas, ¿quién no habría de querer suscribirse? No sólo por la causa en sí; sino por la mirada ajena, vio. Todo patriota que se jactara de ser tal, debía ser parte de la lista de suscriptores. Imagínese sino a donde iría a parar su reputación. Claro que a quien no le diera la billetera para hacerlo (reiteramos que de ilustrar iba el asunto), bien podía acudir a los estratégicos sitios donde leerlo por chirolas, alguna monedita a la gorra: los cafés. Sí, señores. Así no habría, pues, quien tuviera denegada la publicación. Sin embargo, no serían las clases bajas, el pueblo raso, los desvalidos campesinos, los pobres artesanos, ni, mucho menos, las mujeres, quienes fueran y vinieran por las páginas del Mercantil. Los textos eran breves, sí, y lo dicho de los cafés (y hasta algunos billares y pulperías), para gracia de los bolsillos flacos. Pero lo cierto es que los más empedernidos lectores resultaron ser los hombres provistos de educación, pertenecientes a la elite mercantilista, y, a fin de cuentas con cierto poder de acción sobre la realidad del virreinato, con noción suficiente como para hacerse eco de algún debate, de algún relato, y dar inicio al boca a boca de los acontecimientos. Pues esos mismos hombres eran quienes, en definitiva, merodeaban diurnamente, y con toda su intelectualidad a cuestas, los agitados cafés porteños, esos en los que todo se comentaba y todo sucedía, gestas políticas incluidas.

Marche un Telégrafo Mercantil

¿Pasamos lista? El Café del Colegio, suscripto, el Billar de Don José Mestres, suscripto, la Pulpería de Don Pablo Vilarino, suscripto. ¿Y a qué no sabe que viejo conocido también se suscribió? El Café de Marco, con Don Pedro José Marco a la cabeza. ¿Lo recuerda? Si fue el propio Telégrafo Mercantil quien anunció su apertura. Y el propio padre de la criatura, Antonio Cabello y Mesa, uno de sus parroquianos. Le digo más, él fue quien organizó la Sociedad Patriótica, Literaria y Económica, a propósito de lo dicho, fundada en el mismo café. Así las cosas, no muy cerca estuvo el Telégrafo Mercantil de ser la fuente de educación de quienes carecían de ella. Pero sí que su proclama patriótica, sus críticas de corte político y hasta sus sátiras costumbristas le valieron su buen público. Ese por el que se incorporó una tercera edición, los días domingos. Fueron en total 110 ediciones y cuatro suplementos extraordinarios. Un año y moneda de supervivencia. Hasta el 8 de Octubre de 1802 llegó su existencia, pues aquello que lo enalteció también acabó por cavar su fosa. Preso de la censura, el Telégrafo Mercantil fue clausurado por el Virrey del Pino, quien decidió acallar las críticas y los actos de corrupción de poder denunciados, para entonces, por la publicación.

¿Qué si ha sido una corta vida? Tal vez, aunque suficiente como para dejar su imborrable huella. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, como dicen por ahí. Y lo del Telégrafo Mercantil, sin dudas, fue buenísimo.