Clásico de los clásicos si de viñetas con aires gauchescos se trata: la pampa verde e infinita, sí, y la indómita Patagonia, también. Por esos pagos anda el Cabo Savino, con la angustia propia de la calma que antecede al huracán: el ataque de los malones frente a los que se defiende a pura lanza y facón. ¿Quién lo ha mandado a ser parte de aquella contienda? ¿Es el enemigo realmente tal? El mate amargo es su fiel compañero en ese mundo de fortines y guardias montadas; y su poca pasta de militar, el guiño al que Carlos Casella ha recurrido para hacer de Savino una entrañable criatura ilustrada. Esa que asomó al mundo de la historieta el 1 de Abril 1954, desde la contratapa del diario “La Razón”.
Yo, Cabo Savino
“El milico está ahí, frente al indio con el que son medio primo hermanos, y que además ninguno se va a quedar con nada de lo que conquiste. Entonces con ese panorama yo hice un soldado que tenía un poquito de mando cuando llevaba tres soldados, pero que cuando llegaba el sargento ya tenía que obedecer; y que además se equivocaba. Ese fue el Cabo Savino”. Así lo definió el dibujante Carlos Casella, alma máter de esta creación cuyo guión recayó en Chacho Varela, Jorge Morhain y Julio Álvarez Cao, responsables de la menuda tarea de darle voz a este cabo. Grado militar que, por cierto, no le fue azaroso: “el cabo es apenas algo más que soldado raso; no manda nada”. Humano, tan sólo. Así era este gaucho miliciano de frontera, quien lejos estaba de recrear a un fatuo y omnipotente militar; sino más bien a un alma errante, vagabunda por el marginal mundo que azotaba a los fortineros durante la llamada Conquista del Desierto, capaz de cuestionar que tan lícita resultaba aquella misión. Aunque Savino ya tenía su buen andar sobre el lomo: el grado de cabo lo había alcanzado en la Guerra de la Triple Alianza, convirtiéndose así en el primer militar de la historieta argentina; y en el único de tan perpetua existencia: luego de debutar en “La Razón” pasó por el diario “Democracia” y la revista “Puño Fuerte”; para desembarcar, allá por 1957, en la Editorial Columba, con quien mantendría un largo e intenso vínculo. Tanto fue así que, entre 1971 y 1973, Columba edita la revista “Cabo Savino, colección Todo Color”; además de imprimir las andanzas de Savino en las revistas “El Tony”, “D’artagnan” y “Fantasía” (la cual continuó publicando la historieta hasta el año 1994, nada menos). Le digo más, hasta su llegada a Columba, Savino era “Sabino”, en honor al famoso boxeador Néstor Sabino y en referencia al tipo de pelaje del caballo criollo. Luego, su autor decidió cambiar la “b” por la “v”, ya que “la palabra tendría más fuerza y además era el apellido de un compañero”. Definitivamente, el cabo se nos iba para arriba. Al menos, en la industria gráfica; más no así en el escalafón militar. De eso bien se ocupó Casella.
Gaucho, y a mucha honra
Ni el paisaje, ni la vestimenta, ni ningún otro detalle parecieron escapársele a Don Carlos en la creación del Cabo Savino y su histórico contexto. Con su pañuelo al cuello, su gorra militar con visera negra (aquella que mantenía apenas oculta una melena inspirada en el cacique Fovel, amigo del Perito Moreno) y su facón caronero, hasta se vio cara a cara con una de las más míticas y controvertidas figuras gauchescas al que la historia real diera origen, (aunque no por ello menos asiduo a folletines y filmes). ¡El gaucho Juan Moreira! ¿Y adivine qué? El Cabo Savino se negó a matarlo, mucho menos, por la espalda. Pues hubiera sido una traición entre gauchos. Así fue como, a pesar de su destacada participación en la Guerra de la Triple Alianza y la Campaña del Desierto (donde formó parte del Regimiento de Caballería Nº3, más conocido como “los Blancos de Villegas”, en alusión a su temido jefe, el general Cornado “el toro” Villegas), el pobre no habría de pasar de Cabo. Y así lo sería por el resto de su inacabable existencia. Es que una vez acabadas las andanzas en la revista “Fantasía”, el Cabo de Savino recalaría en las tierras sureñas que tanto conocía ya: las páginas del diario “Río Negro”. Provincia en la que Casella ha sido declarado Ciudadano Ilustre, y en la que ha echado raíces desde 1962, cuando se instaló en la ciudad de Bariloche. Desde ese rincón Patagónico es que el Cabo Savino ha seguido a todo galope, empuñando su cuchillo, surcando las fronteras del tiempo y desafiando no sólo a los malones indios sino también al temible olvido. Ese que se ha encargado de hacer añicos. Su mismísimo creador así lo ha conseguido: Carlos Casella se ha convertido en el historietista que más tiempo ininterrumpido ha llevado trabajando en la misma creación, dentro del género.
A fin de cuentas, 60 años y moneda no son nada para el bueno de Don Carlos; tampoco para su incansable y mítico fortinero.