La vecindad es una especie de hermandad que nace entre seres extraños, determinada por una proximidad geográfica, es decir, la mayor cercanía que pueda existir con el otro “puertas afuera”. Un vecino no se elige, simplemente “te toca”. Y ahí entra en juego el azar, con el cual sólo se puede aprender a convivir. O mudarse, para que, de un modo u otro, se repita la misma historia con gente de similares características. El mundo es mundo, con la gente que lo habita.
Especies
Los vecinos no sólo existen: se respetan o se padecen. De la amplia categoría “vecino” se desprende una colorida e interminable gama de subcategorías definidas por los prototipos más frecuentes, al menos en Argentina: el vecino denso, que siempre tiene una excusa para tocar el timbre; el vecino perseguido, que vive con las persianas cerradas y rara vez se muestra; el vecino ruidoso, cuyo hábito es causar sonidos molestos; el vecino chusma, siempre asomado a la ventana; el vecino copado, que te da una mano cada vez que puede; el vecino intolerante, que “no se banca una”… y así hasta el infinito.
Cuestión de actitud
El término “vecino” deriva del latín vicīnus (que proviene de vicus: barrio o lugar). Un significado bastante global que adquiere cierta relatividad según a cuál región se aplique. Por supuesto que no es lo mismo ser vecino en el campo, en el bosque, en la ciudad o en la playa. Tampoco en un country o en un conventillo (casa antigua y angosta habitada por varias familias hacinadas). A su vez, las actitudes propias de cada vecino dependen mucho de su personalidad, además de su idiosincrasia: un vecino puede ser “conventillero” (entrometido y reaccionario) sin haber habitado nunca un conventillo.
El continuo granito de arena
Ninguna ubicación terrenal específica da sentencia firme a la felicidad o infelicidad entre vecinos. Hay factores circunstanciales que intervienen en estas relaciones, como así también hábitos muy acentuados que pueden originar “grietas” que afectarán la añorada paz del hogar. Sin duda, hay mucho de voluntad para poner, y también una gran cuota de sabiduría para anticiparse y largar un chiste justo antes de que ese amague ajeno se convierta en un brote de furia.