Hay oficios que calzan como un guante a determinados individuos. Un caso muy gráfico es el de los paseadores de perros, en su mayoría jóvenes amantes de las mascotas, quienes adoptan esta actividad como una alternativa laboral independiente que ofrece buenos ingresos y puede complementarse con otras rutinas.
Crecimiento
En la Ciudad de Buenos Aires, el “paseo de perros” surgió espontáneamente hace más de dos décadas. Debido a la creciente expansión de la actividad, que hoy incluye a 600 trabajadores, fue necesario establecer una regulación que planteara límites en la práctica laboral. El decreto 1.972 del año 2001 designó a la Secretaría de Medio Ambiente y Espacio Público de la Ciudad como entidad fiscalizadora que exige a los paseadores de perros gestionar una credencial que los habilite oficialmente como tales.
Actores urbanos
Transeúntes y conductores suelen toparse cada vez más seguido con grupos de paseadores y perros que despliegan sus energías en calles y veredas. Hay quienes lo viven con cierto temor y también quienes observan con admiración a estos hábiles apuntaladores de menesteres caninos, malabaristas de impulsos instintivos y caminantes de espacios abiertos, que con un simple tirón de correa saben ejercer el dominio. Tal vez no parezca, pero pasear perros de manera profesional y consciente es un hueso duro de roer: requiere de un excelente estado físico, atención, paciencia, disciplina e higiene. Buen combo.
La confianza no tiene precio
Tanto ha proliferado esta actividad, que se fue profesionalizando hasta convertirse en un rubro empresario más en Argentina. Hoy coexisten los paseadores cuentapropistas y los paseadores en relación de dependencia. La ventaja del primero es la autodisciplina y la gestión de su propio “negocio”, sin requerimiento de inversión previa. En el segundo caso, se ofrecen servicios más costosos que implican presupuestos asignados y tecnología de primera; por ejemplo, un mapeo del recorrido de la mascota mediante gps, monitoreado por el dueño desde una computadora o un celular. Muy buen invento, pero… a no olvidar la clave para supervivencia del oficio: la confianza ciega que deposita el propietario del animal en su paseador. Esa apuesta no tiene precio.