¿Acaso lo antiguo es sinónimo de trasto viejo? De algo parecido iba la cosa allá por los años ’60, cuando toda noción de progreso urbanístico se desentendía del pasado para hacer foco en “lo nuevo”. Fuera abajo al ayer y sus mojones, a excepción de los edificios monumentales, destinatarios ellos de los únicos salvavidas a disponibles para la concepción de ciudad que se gestaba entonces. Claro, del dicho al hecho al hecho hubo un largo trecho, y nuestro querido barrio no se las vio tan negras. La demolición de San Telmo acabó siendo puro bla bla, pero el eco de tanto palabrerío sí que hizo temblar cimientos…
Operación rescate
La sucesión de gobiernos de facto no era el mejor contexto en materia de conservación patrimonial, por lo que no existía marco constitucional que abrazara tal cruzada. Sin embargo, hacia fines de los ’60 un grupo de arquitectos se puso la causa al hombro. Comienza entonces el interés de profesionales por recuperar antiguas casas de los barrios de Monserrat y San Telmo, a lo que sumó a la creación de una Comisión Técnica Municipal. ¿El objetivo? Seleccionar y clasificar todas aquellas piezas que, rescatadas de las demoliciones que implicó el ensanche de la avenida 9 de Julio, tuvieran valor testimonial para la arquitectura porteña y la vida cotidiana de los pobladores. Así la historia, con el gran José María Peña a la cabeza (¿lo recuerda?), puertas, balcones, llamadores y demás etcéteras, con originario destino de venta por parte del Gobierno, fueron archivados en un galpón municipal. El destino sería, luego, una institución museística dirigida por el mismo Peña: el actual Museo de la Ciudad.
Victoria consumada
¿Qué si tal movida tuvo su buen efecto? Desde luego que sí. En 1967, año en que Peña y compañía crearon la mentada Comisión Técnica Municipal, el Poder Ejecutivo deja sin efecto su modernoso plan de remodelación para la zona sur. Y aquello sería el puntapié desde el que construir un sentido de significación en dicha área de la ciudad, tanto desde el ámbito público como privado. A la Creación del Museo de la Ciudad se sumó la apertura de la Feria de San Pedro Telmo, en la Plaza Dorrego, para el mes de noviembre de 1970. Una instancia más en pos de que los habitantes redescubrieran el barrio y su historia. Con semejante colchón de acciones, y no precisamente de las que cotizan en bolsa pero sí en la protección de la memoria e identidad colectiva, comenzaba a gestarse entonces la U24, primera ordenanza de preservación histórica de la ciudad. El fantasma de la demolición de San Telmo comenzaba así a ser ahuyentado de forma definitiva.
Intocable
Corría el año 1978 cuando el Consejo de Planificación Urbana de la para entonces ciudad de Buenos Aires propuso, en conjunto con el Museo de la Ciudad, delimitar una Zona Histórica. Un año más tarde, la proposición fue un hecho. El Gobierno sancionó la Ordenanza de Preservación del Área Histórica U24, una medida que obtendría un contagioso y provechoso efecto dominó, dando lugar a nuevas áreas protegidas. La idea de que “lo viejo” era obsoleto daba paso a la certeza de que “lo antiguo” era un recurso. En el caso de la U24, nada menos que 140 manzanas del centro urbano, comprendidas ellas entre Rivadavia, Avenida de Mayo, Tacuarí y Martín García. Aunque para 1892 se redujo la zona original a la superficie presente abarcada por la Avenida De Mayo, Perú, San Juan y el entorno del Parque Lezama. Presiones inmobiliarias jugaron su partida, pero no lograron vencer del todo. Y aunque desde entonces no ha estado exento de demoliciones ilegales –lo que ha implicado el castigo de sus responsables–, San Telmo resiste.
Porque la historia no se toca, y la memoria tampoco. Fuente identitaria de toda nación, bien vale su arquitectura de pie para saber quiénes fuimos, comprender lo que somos y proyectar ser lo mejor que podamos ser.