Su solo nombre genera, cuanto menos, recaudo. Es que la asociación libre entre energía nuclear y conflictos bélicos resulta, en cierto modo, inevitable. Y no es para menos. Al fin del cuantas, la historia del mundo bien se ha encargado de ello. Sin embargo, por estos pagos nacionales, la energía nuclear ha sido motivo de orgullo. Cuando los hidrocarburos mandaban, la Argentina metió sus narices en ella, primereando a toda Latinoamérica en su utilización como fuente generadora de electricidad.
Misión Atucha
Claro que el comienzo de la historia bien puede tomarse para la chacota. ¿Recuerda al oportunista de Ronald Ritcher? El encantador del general Perón llegó a convencerlo de que él mismo podía desarrollar energía termonuclear controlada. Labor para la que han llegado a montarle un laboratorio en la patagónica isla Huemul. Y si bien el tipo resultó un charlatán de primera mano, la conciencia de que el petróleo algún podía acabarse no dejaba de sobrevolar. La misión era entonces diversificar la matriz energética, y la central Atucha I fue la primera criatura concebida en pos de la misma. La primera en Argentina, sí, y también en toda América Latina. Erigida en la bonaerense localidad de Lima, a la vera del río Paraná, la flamante central sale a servicio en 1974. Equipada con un reactor de tecnología alemana, su combustible base es el uranio natural y su potencia eléctrica alcanza los 357 MWe. Sin embargo, poco le duraría el cetro. Porque la unión hace la fuerza, o más bien dicho, la energía, Atucha I no estaría sola por mucho tiempo.
Buenas compañías
Apenas una década de soledad. Sí. Pues en 1984 comienza a funcional la segunda central nuclear del país: Embalse Río III, en la vecina provincia de Córdoba. Esta vez, con casi el doble de potencia eléctrica (548 MWe) y tecnología de origen canadiense, también a base de uranio natural. Sin embargo, una nueva central se estaba cocinando mientras Embalse Río III abría sus puertas: nada menos que Atucha II. Ya para 1980 se encontraban avanzadas tanto las determinaciones técnicas como las contractuales. A saber, uranio natural una vez más, y una superadora potencia que alcanzaría los 745 MWe. ¿Cuándo? Tras unos cuantos gobiernos corridos bajo el puente. Las obras se iniciaron efectivamente en 1981, pero, detenida luego, conoció el abandono durante dos décadas. El hallazgo de grandes y provechosas reservas de gas natural en territorio nacional le restó trascendencia, dejó de tornarla imprescindible. O, al menos, de primera necesidad. Por lo que Atucha II pasó a la fila de las inconclusiones nacionales.
Recalculando
Con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia es que resurge la intención de poner definitivas manos a la obra de Atucha II. Claro que el asunto no era tan fácil. A la culminación de las obras, sucedida en el 2014, se sumó entonces la constitución de equipos técnicos especializados. Toda una vacante tras 20 años de inactividad, de espacios vacíos, de producción ausente, de vapores inexistentes. Sí, vapor. Aquel que, generado por el calor que producen las reacciones controladas del reactor nuclear, accionan las turbinas capaces de generar electricidad. Nada diferente a la operación de las centrales térmicas comunes, en lo que al último tramo del proceso refiere. ¿O sí? Sí. Pues los efectos de la combustión de hidrocarburos son más contaminantes que los provocados por las reacciones nucleares. De hecho, la energía nuclear no genera gases de efecto invernadero. ¿Qué tal?
No hay tres sin cuatro… ni cinco
A falta de tres, el Congreso de la Nación aprobó en 2009 la ley que autoriza la construcción de la cuarta y quinta central nuclear del país. Buena parte de los acuerdos pertinentes se sucedieron en el 2015, bajo la presidencia de Cristina Kirchner. Sin embargo, fue Mauricio Macri quien tuvo que recoger el guante y concluir las negociaciones con China, allá por mayo de 2017. ¿Será que la energía nuclear es la nueva apuesta a futuro? El proyecto CAREM (Central Argentina de Elementos Modulares), con vistas al 2020, parece reafirmar la premisa: eficiencia superior a baja y mediana potencia (25MWe), sin necesidad de tuberías de gran diámetro ni bombas con las que transferir el calor resultante a los generadores de vapor. Todo cuanto reduce riesgos y fallas en el circuito energético.
Por lo pronto, el largo camino andado en los pagos nacionales parece haberle quitado algo de rechazo, de ese temor no del todo infundado. ¿Si genera daño es temer? Pues si también brinda bienestar y desarrollo, más bien de respetar. Lo sabe el hombre desde la misma manipulación del fuego, cuando la energía nuclear no cabía ni en las más insospechadas imaginaciones.