Anclada a la historia del país, la arquitectura colonial sufrió los embates del huracán progresista que se propuso finiquitarla. Ante el avance de tendencias europeas, Buenos Aires -ciudad colonial por excelencia y capital del virreinato del río de La Plata- fue protagonista del “borrón y cuenta nueva” que se practicó sobre su patrimonio. Claro que toda tormenta tiene sus sobrevivientes…y los descubriremos en estas líneas.
Puertas afuera, puertas adentro
Propia del siglo XVIII, la arquitectura colonial pregonó la simpleza en las fachadas, reemplazó el adobe (tierra húmeda con paja) por el ladrillo; al tiempo que incorporó molduras en los marcos de las puertas, hierros para barrotes en las ventanas y nichos profundos para las puertas. Pero eso no sería todo: aparecieron las tejas musleras (en referencia a su forma de “muslo”), la cerámica y el uso de grasa animal para aislar la humedad; así como la sangre vacuna para dar color a las paredes. Sí, técnica no apta para impresionables pero eficaz al fin. ¿Qué pasaba puertas adentro? Se incorporó la azotea, el aljibe (para canalizar las aguas de lluvia) y caños de cerámica. Y si de diseño hablamos, las casas comenzaron a contar con patio de carruajes y portones de acceso para el posterior desarrollo de una secuencia de patios, alrededor de los cuales se encontraban las habitaciones.
Sobrevivientes
Lo cierto es que las ansias de convertir a Buenos Aires en la “París de Sudamérica” culminaron en la demolición y remodelación de numerosas construcciones coloniales para dar lugar a suntuosos edificios con aires de clasicismo europeo. Hasta el histórico Cabildo de Buenos Aires fue víctima de tal metamorfosis; recuperando su fisonomía tradicional en el año 1940. Mientras que la Basílica del Pilar, situada en Recoleta, es una sobreviviente íntegra. Construida en 1716, conserva su estilo original. Basta con mirar su fachada: techo con tejas musleras, una doble “espadaña” o “campanario abierto” (construcción que no se repite en toda la ciudad) y “pináculos” situados sobre el frontis. Elementos comunes a la arquitectura española, implementados por los arquitectos Jesuitas Bianqui y Prímoli. ¿Jesuitas? Si, los constructores eran -mayoritariamente- religiosos de esta orden; enviados con propósitos evangelizadores.
Nada por aquí… mucho por allá
No es casual entonces que la mayoría de las construcciones coloniales presentes en nuestro país sean iglesias. Y si bien muchas han sufrido modificaciones, traspasando las fronteras de Buenos Aires, el panorama se presenta distinto. En el noroeste las iglesias coloniales florecen en numerosos pueblitos.
Al tiempo que la ciudad de Córdoba conserva aún la Manzana Jesuítica, Patrimonio Cultural de la Humanidad declarado por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Siendo la Iglesia de la Compañía de Jesús un claro exponente colonial. Fuera del tejido urbano, pero sin abandonar el suelo cordobés, las Estancias Jesuíticas de Santa Catalina, Jesús María, Caroya, Alta Gracia y La Candelaria componen el llamado “Camino Real”. Otra perla de la época que corrobora el refrán: “el que busca encuentra”… y rememora los lejanos tiempos coloniales.