Sin rastros de su presencia más que el solar que alguna vez supo ocupar, el Gran Hotel Argentino renace desde sus cenizas… O desde las más indelebles palabras gestadas en su interior. Pues, desde el 30 de junio del 2020, el actual edificio de la AFI (Agencia Federal de Inteligencia) nos recuerda, honorable rebautizo mediante, que en uno de los cuartos del allí extinguido hotel cobraba vida el gaucho de los gauchos, la criatura máxima de un grande de la literatura nacional: José Hernández.
Acovachado
Calle 25 de Mayo 11. Sí, sí, de narices a la Plaza de Mayo. ¿Desde qué altura? Primer piso. ¿Puede acaso imaginar la panorámica de don Hernández allá por 1872? La Casa Rosada, inaugurada en 1898, era cosa del futuro para entonces. Sin embargo, el federalismo ya daba vueltas por su cabeza, latía en su pulso; aunque a contramarcha de la causa liberal y unitaria abrazada por Domingo Faustino Sarmiento, su perseguidor de turno. De allí la clandestinidad, de allí las cuatro paredes del cuarto en el que se cobijó dentro del Gran Hotel Argentino, desde donde dio vida a un obra literaria antitética al “Facundo” de su perseguidor. Recién llegado de su exilio en Brasil, don Hernández no se dio por vencido e intentó sellar la paz y la comunión con el más eterno de los cantos: el del gaucho Martín Fierro. ¿En cuánto tiempo? Dicen que dicen, entre siete y diez días le tomaron apenas al gran José escribir la primera parte de su obra cumbre. Y a su pluma se rindió la multitud que hizo de su publicación en la Imprenta La Pampa un verdadero éxito. Popularidad de la buena, a pura identificación con el protagonista, sus pesares, ilusiones y profundos pensamientos.
Después de usted
Comodidad ante todo. Pues sí que no escatimaba en el Gran Hotel Argentino. Construido en 1869, y con entrada principal en la esquina de 25 de Mayo y Rivadavia, se trató de “el” establecimiento hotelero de fines de siglo XIX. Distinguido por su recova sobre Rivadavia y la balaustrada que coronaba su segundo piso, también contaba con balcones de herrería fina desde los que deleitarse con una inmejorable vista al río. Es que el hotel estaba, para entonces, muy cerca del muelle de pasajeros. Por lo que su ubicación era toda una pegada. Y sus distinguidos servicios, también. Con decirle que contaba con un establecimiento de baños públicos anexo. Y aunque solo disponía de un cuarto con bañera, por diez pesos, los huéspedes podían acceder de baños fríos-tibios-calientes y de ducha desde octubre hasta mayo. Lo que se dice, todo un lujo para la época. Ah, y con iluminación a gas y todo. ¿Qué me cuenta?
Internacional
El caso es que las miles no le duraron mucho al Gran Hotel Argentino. Ya para 1890 cambió de manos y categoría: desde entonces fue “La Internacional”. Sí, “la”; pues ya no fue un hotel sino una “casa amueblada”. Eso sí, de mobiliario apenas el preciso, pues aquel era el nombre que se le daba a los hoteles de citas. Por lo que la buena reputación se convirtió en una materia pendiente. Y eso que, a simple vista, la fachada insinuaba lo suyo: con un piso más en su haber, y rematado con francesa mansarda, la intención de prestigio estaba; más no era suficiente. A manos de las familias Elortondo y Martínez de Hoz, acabó siendo demolido en 1928. ¿Fin de la historia? Apenas el principio de una nueva criatura edilicia, la misma que aún perdura. Y para entonces entraría en escena nada menos que el mismísimo Alejandro Bustillo. Sí, pues, antes de poner manos al gran Banco de la Nación, le esperaba otro asunto allí, a metros nomás.
Por encargo de los Martínez de Hoz, Alejandro Bustillo diseñó el actual edificio en 1929. Se trató de un inmueble de rentas de oficinas, aunque ya para los años ’40 fue adquirido por el Estado, junto a otros edificios vecinos. Por lo que, desde mediados de década, comenzaron a funcionar allí las oficinas de Inteligencia del país, hasta el día de hoy. Eso sí, desde ahora, custodiadas por la voz omnipresente del Martín Fierro, por los ideales de su creador. Pues aunque el Gran Hotel Argentino ya sea historia, a las palabras no se las lleva el viento. Mucho menos, tinta impresa mediante: Los hermanos sean unidos / porque ésa es la ley primera, / tengan unión verdadera, / en cualquier tiempo que sea, / porque si entre ellos pelean / los devoran los de ajuera. Cual grito de conciencia, don Fierro sigue entonando.