Italiano de pura cepa pero argentino de trayectoria, ese fue Juan Bischiazzo. Es que, arribado a los pagos nacionales con apenas cuatro años de edad, vaya si tuvo su buen recorrido por estas tierras. Y en el más literal de los sentidos: personalidad destacada en la obra pública nacional, el rastro de su urbanismo y visión arquitectónica es hoy uno de los legados que numerosas ciudades del país se dan el gusto y el lujo de portar en su haber.
Todos los títulos, todos
Hijo de maestro mayor albañil, Juan Buschiazzo siguió el camino de los picos y la palas; aunque al servicio de una visión superior. Recibido de arquitecto en 1878 en la Facultad de Buenos Aires –el segundo estudiante en hacerlo–, los laureles de la consagración le llegarían de la mano de la intendencia de Torcuato de Alvear, dos años después, con el nombramiento de director de Obras Públicas de la Municipalidad. Menuda responsabilidad la suya, en tanto Buenos Aires debutaba en su flamante condición de Capital Federal, por lo que tal condición se presentaba como un antes y un después. Aunque ya lejos de la noción de ciudad aldea, pasados también los tiempos coloniales, llegaba el turno de la ciudad se calzara la pilcha de Metrópolis. Y Juan Buschiazzo sí que estuvo al pie del cañón para hacer de las más elevadas aspiraciones una realidad.
Abran cancha… y avenida
Buenos Aires crecía y crecía en tejido y población, a desorden e irreconciliable convivencia de construcciones precarias y edificaciones a todo trapo. Una combinación poco armoniosa para los alrededores de lo que sería el epicentro del poder político: la Plaza de Mayo. Allí donde Juan Bischiazzo comenzaría a meter mano. Así es como, la polémica apertura de la Avenida de Mayo, es una de sus más emblemáticas obras: el primer boulevard de Buenos Aires, aquel que conectaría el poder Ejecutivo con el Legislativo, costara lo que costara. El rompimiento de manzanas enteras en su centro, un sector del ala derecha del Cabildo. Pero la emancipación colonial, también en la impronta arquitectónica (de allí que Buschiazzo estuviera a cargo de la demolición de la Recova Vieja), parecía saldar el alto precio. Una misión por la que nuestro protagonista también intervino en edificios de diferente índole: iglesias, bancos, residencias particulares y edificios gubernamentales. Y lo hizo desde un doble rol: gestión y ejecución. De hecho, hasta se cargó al hombro buena parte de la estructuración y diseño de una ciudad opuesta a Buenos Aires en su condición de novata: ni más ni menos que La Plata.
Todo terreno(s)
Como si poco fuera hasta aquí, Juan Buschiazzo se involucró en la obra de hospitales, mercados y cementerios. En tanto no solo se trataba de procurar una arquitectura de “fachadas”; sino de hacer modificaciones de base, funcionales al desarrollo, la higiene y el crecimiento constante de la ciudad. Así es como encontramos al Cementerio de Chacarita y Recoleta entre sus planos y planes de mejora y remodelación. En lo que a éste último respecta, confeccionó el trazado de su terreno como si de una urbe se tratase: avenidas principales y arterias secundarias con pavimento, diagonales, arboledas y desagües. Claro está, sin olvidar la estética, aquella que le dio especial monumentalidad al pórtico, de orden dórico.
Otra joyita resultó el emblemático Mercado de San Telmo, inaugurado en 1897 para abastecer la gran oleada inmigrante que para entonces cruzaba el Atlántico para anclar en suelo nacional. Íntegramente suyo, el proyecto contemplaba una estructura que aún se conserva en su forma original: vigas, arcos y columnas de metal con techos de chapa y vidrio; coronados por una gran cúpula central.
Tal vez no tan recordado su nombre, no tan familiar a los oídos de los porteños, aún con los cuestionamientos del caso que su obra pudo haber generado, su condición de hombre bisagra en el urbanismo porteño es innegable. Omnipresente en su obra, en el rastro de su idea de progreso, Juan Buschiazzo no solo ha hecho camino al andar; sino que ha impregnado a Buenos Aires de una estela indeleble a los años y todo posible porvenir.