Claudio Brindis de Salas, el violín sigue sonando

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El violinista cubano Claudio Brindis de Salas luchó contra el prejuicio de su linaje a puro talento. Argentina, testigo de su triste adiós.

Habanero de pura cepa, Claudio José Domingo Brindis de Salas y Garrido dio cuerda a una vida de claroscuros, poblada por las luces de la fama y las persecuciones sufridas por su linaje. Nacido el 4 de agosto de 1852 en una modesta casa de la calle Águila, violinista sin fronteras fue Claudio Brindis de Salas y Garrido, aquel que supo batallar contra el lastre de la esclavitud y su condena perpetua.

Fenómeno mundial

Una, dos, tres décadas; allá en el epílogo del siglo XIX, cuando los escenarios de Europa y América lo vieron sacar lustre a las cuerdas de su violín sin tapujos. Y Claudio Brindis de Salas y Garrido tuvo su buena e imparcial cosecha ante tanta exquisitez: el reconocimiento internacional de la crítica especializada. El mundo fue su hábitat, sí. Y por allí floreó su vida con sus idas y venidas. Con decirle que hasta se casó en Berlín con una baronesa alemana, con quien tuvo dos hijos que, sí, habiendo mamado el talento de su padre, acabaron siendo violinistas del emperador Guillermo II, monarca que lo condecoró barón y, por tanto, le sirvió en bandeja la ciudadanía alemana. Y entonces ni España ni Portugal quisieron quedarse atrás, entregándole honores que también lo convirtieron en caballero. Un caballero mundano, un alma trotamundos por la que su matrimonio acabó en divorcio. Nada de vida familiar estable. Nada de echar raíces. Lo suyo era dejar estela. Salpicar con su agua salada, la de su mar Caribe, un territorio  musical anclado en Europa.  Y eso lo convirtió en un artista incomparable.

A las buenas y a las malas

Claro que, desandando la historia de Claudio Brindis de Salas, bien vale decir que su pasado sí lo condenó. A lo bueno y a lo malo. Pues habiendo sido su padre músico, habiendo éste tenido vínculos con el Conde de Casa Bayona, el natural talento de nuestro protagonista se vio pulido por una buena educación e influencias, como la del profesor belga José Vander Gutch, un as del violín radicado en La Habana, quien promovió el su musical debut en el Liceo Artístico local con apenas 11 años.  Sí, vaya si su pasado lo catapultó, más también puso piedras en su camino echando mano a su señalada condición. Promediando el siglo XIX, Brindis de Salas y su talento no fueron indultados por el horror de la llamada Conspiración de la Escalera (una conspiración entre la oligarquía criolla y las autoridades coloniales destinada a neutralizar a los criollos blancos a favor del abolicionismo así como sofocar la ascendente influencia social y económica de negros y mestizos). Brindis de Salas no solo vio interrumpida su carrera, sino que fue expulsado de la isla por el Gobernador. De regreso en 1848, fue encarcelado por dos años. Detenido y torturado junto así como tantos otros de misma piel se enteró de que la mayoría de sus integrantes habían sido ejecutados.

Argentina presente

¿Y qué aconteció con Claudio Brindis de Salas por estos pagos? Si le contamos que fue invitado por el mismísimo Bartolomé Mitre a tocar en su casa, ya es mucho decir, ¿verdad?  Así fue como, de hecho, pudo abrirse exitoso camino en suelo nacional, aunque la fama, tan afecta a la crueldad de lo efímero, le hizo pagar su precio. Tras aquel aterrizaje dorado, en el que recibió un valioso violín Stradivarius, su segunda estancia en Argentina lo encontraría siendo uno más, uno menos. Ya sin un peso en sus bolsillos, preso de una tuberculosis, llegó hasta vender el preciado violín en una casa de empeños de la calle Rivadavia. Y fue en esta misma Buenos Aires que tanto lo quiso donde la muerte no tuvo rodeos para consigo. Estaba solo, enfermo, sucio, agonizante en una humilde pensión. Los enfermeros que lo atendieron dieron con un pasaporte, un programa de presentaciones y un retrato de mujer (¿mentira o verdad los rumores que, decían, tenía una hija en este país?). Eso era todo de cuanto quedaba del gran violinista. Aquel que ya ni recordaba su idolatría, aquel que no pidió auxilio a quienes, cómo no, habían estado en la gloria. Fue el 2 de junio de 1911 cuando Claudio Brindis de Salas dijo adiós en un hospital porteño. Una muerte tan silenciosa y por tantos desapercibida, así como su, para entonces, presencia en Argentina.

No habrá más pena ni olvido

¿Qué si Brindis de Salas puedo haber quedado sepultado en el olvido? Sí. Pero la colonia cubana residente en el país así lo impidió. Con la colaboración de la revista musical ilustrada PBT y personalidades varias del espectáculo y el arte nacional, Claudio Brindis de Salas tuvo su sepultura en el Cementerio de La Chacarita, hasta que la repatriación fuera un hecho. Y no lo fue incluso hasta alcanzada la fecha límite establecida por las autoridades del recinto: 11 de junio de 1917. Claudio Brindis de Salas volvía ser noticia del modo más triste, pues sus restos parecían destinados al osario general. Esta vez, el diario la Razón tomo cartas en el asunto por su nombre, alzó la voz y tanto corporaciones artísticas como el propio gobierno nacional impulsaron las negociaciones necesarias para que sus restos descansaran en el mismo sitio por más tiempo. Y fue en Abril de 1930 cuando, finalmente, el niño pródigo volvió a su nido, a su tierra, a su mar, a su Habana, a su gen, a todo cuánto lo hizo ser quién fue. Él y solo él, Claudio Brindis de Salas.

 

Cerca del puerto, casi pronto a surcar las aguas, a conquistar el mundo como supo hacerlo, Claudio Brindis de Salas descansa en la antigua Iglesia y Hospital de San Francisco de Paula. Allí donde su recuerdo siempre seguirá sonando.