Anne Chapman, rescatando el fin de un mundo

FOTOTECA

Antropóloga franco-estadounidense, Anne Chapman trabajó por la memoria de la nación selk’nam. Un mundo que se resiste a su propio fin.

De raíces franco-estadounidenses no fue sino en México, donde cursó sus estudios universitarios, que dio rienda suelta a su pasión por la arqueología, aquella que ejercería de profesión. Sin embargo, Anne Chapman seguiría haciendo uso del mapamundi para desplegar sus talentos, sus inquietudes. Tanto así que no dudó en llegar hasta el mismísimo fin del mundo: la Tierra del Fuego. Allí por donde, por sobre desolación y un frío yermo, Anne Chapman encontró a uno y otro lado del límite fronterizo con Chile la razón de sus más exhaustas investigaciones; más también su manifiesto compromiso con la sociedad toda: las sobrevivientes etnias australes a las que tantos creían extintas.

Diferentes pero iguales

Todo comenzó en la década del ’60, cuando invitada por una arqueóloga de la zona, Annette Laming-Emperaire, se introdujo en la cultura y la historia de los selk’nam. Fue entonces que conoció a Lola Kjepja, la última selk’nam nacida en el seno del pueblo como tal, cuando todavía llevaba éste un modo de vida tribal, conservando sus costumbres, tradiciones y memorias. De igual modo, estableció un amistoso lazo con Angela Loji, otra nativa selk’nam que la introdujo en el secreto mundo que representaba para los selk’nam la ceremonia del Hain. Y fue precisamente en ella que Anne Chapman focalizó su análisis, los sesgos de una sociedad patriarcal que ella evidenciaba, basada en una cosmovisión de mítica dominación femenina que era preciso doblegar. Y he allí una de las mayores virtudes de Chapman: su apertura hacia las vivencias, historias y visiones de sus protagonistas desde la inocencia de un aprendiz, con la reciprocidad del diálogo y una empatía humana, por sobre oficiar de detective y colocar bajo la lupa a sus “objetos de estudio” cual piezas de laboratorio, en un estilo tan propio de la antropología colonial. Anne Chapman fue ella mismo y fue l@s otr@s, y de allí la generosidad con que a ella han abierto su territorio y raíces, en el más literal y figurado de los sentidos.

A viva voz

El caso es fue que, de la mano de Lola, Anne vivió una de las experiencias más inmersivas en la cultura selk’nam. Aunque a los diez años había sido ella enviada a una Misión Salesiana, sus breves recuerdos de infancia en familia se nutrían de los relatos de ancianas con las que compartía en la misión. De modo que Lola conservaba aún el lenguaje, las historias y el sentir de la nación selk’nam. Y fue junto a ella que Anne Chapman logró recopilar y traducir los cantos chamánicos de su pueblo. Todos cuantos formaron parte de su libro “Fin de un Mundo”.  El del pueblo selk’nam que ya no era tal, sino apenas las astilladas almas de él sobrevivientes. El de una nación silenciada que, desde su pluma, recuperaba algunas notas de voz. Por lo que Anne Chapman continuó avivando fuegos, encendiendo gargantas, agitando memorias. No solo de involucró de lleno con la cultura selk’nam, sino que también realizó diversas investigaciones done los Yaganes, habitantes de las costas del Canal de Beagle, las islas vecinas y el Cabo de Hornos. Sí, porque la historia no había acabado. A la luz de su trabajo, vaya si continuaba.

Sin final

Así fue como Anne Chapman llegó a desarrollar un labor in situ a la que dedicó más de diez años de su vida, con la dificultad de ya no ser una testigo presencial, sino una recabadora profunda de pertenencias, visiones, significados y sentimientos rescatados de las memorias de los protagonistas sobrevivientes, de sus descendientes, incluso sin ser ellos vívidos protagonistas en tanto el pueblo selk’nam como tal ya no los habitaba en la cotidianidad de su vida, sino apenas en un rememorar constante de cuanto muchos ni siquiera habían alcanzado a vivir. Sí, una pelea ardua contra el olvido. Un batallar en el que Anna Chapman entregó al mundo su buena artillería. Para quien quisiera unirse a la causa y hasta para quien no quisiera oír, publicaciones varias, fotografías, discos que recuperan cantos, rezos y tradiciones orales así como documentales –tal es el caso de “Los Onas. Vida y muerte en Tierra del Fuego” (1977) – visibilizaron e hicieron audibles la verdadera historia y presente de los pueblos originarios del fin del mundo. Ese mundo al que quisieron poner fin. Todo por cuanto Anne Chapman, lejos de descansar en los laureles, se ocupaba de gestionar la disponibilidad de sus libros y películas a todo público en bibliotecas y demás instituciones de investigación.

 

Ni nómada ni sedentaria, Anne Chapman fue una ave migratoria siempre en busca de encender la voz en el silencio como quien da luz en la oscuridad. Pues cuando el verano austral acababa partía hacía el trópico o el hemisferio norte, donde desarrollaba trabajos paralelos, como su inmersión con los Lencas y Tolupanes, dos pueblos indígenas de Honduras y sobre los que escribió “Los hijos del copal y la candela” y “Los hijos de la muerte; el universo mítico de los Tolupanes”, respectivamente. Claro que, tras tanto trajinar, su otra residencia estable en París también aguardaba por ella cual nido. Y fue precisamente en tierra gala que Anne Chapman dijo adiós en junio de 2010. A los 88 años y tras una vida intensamente vivida. “Si los jóvenes quisieran volver los ojos hacia el pasado de sus mayores, podrían encontrar sus voces y su memoria”, supo decir Anna. No caben dudas, vaya si ha contribuido con ello…