Bombo legüero, folklore a la legua

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Oriundo de la provincia de Santiago del Estero, el bombo legüero es el perfecto asistente del folklore argentino… un grande a la legua.

Vital, de esos que ostentan asistencia perfecta. Y cómo no… ¿acaso es posible imaginar una chacarera sin bombo de por medio? Imposible sin sus graves compases, también para las zambas, malambos o vidalas. En resumidas cuentas, el bombo es folklore; y si de bombo legüero hablamos, folklore a la legua, y en el más literal de los sentidos.

 

A la legua

Así, pues, no vaya a creer que su bautismo es casual. El bombo legüero supone que su sonido puede oírse a una legua de distancia, de allí su nombre. ¿Y qué hay de su tierra natal? La provincia de Santiago del Estero, precisamente, los pagos “chacarereanos” por excelencia.  Aunque el siglo XIX habría de expandir al bombo legüero y sus bondades por todo el norte argentino. Es que, gaucho como pocos, no sólo hizo las veces de instrumento musical; sino que, en suelo santiagueño, hasta se utilizó para delimitar territorios. ¿Hasta dónde se extendía un pago y comenzaba otro? ¡Hasta donde se oía el bombo! Es decir, hasta la legua.

 

Toda una criollada

Claro que, en tren de desandar su historia, la pregunta se torna inevitable: ¿cuáles son los orígenes del bombo legüero? Cierto es que el hombre ha sabido expresarse, sonidos mediante, desde tiempos prehistóricos. Ya fuera golpeando piedras, troncos o hasta su propia cuerpo, el hecho pasaba por comunicarse, tanto con los seres de este mundo, como con los del más allá, pues la generación de sonidos también era moneda corriente en rituales religiosos. Y así lo fue para nuestros pobladores originarios, quienes daban rienda suelta a la percusión en festividades y ceremonias, a través del llamado “bombo nativo”: un tronco ahuecado cuyo parche no era más que un trozo de piel curtida. Por su parte, los conquistadores españoles arribaron a estas tierras con sus “bombos militares” a cuestas, inspirando así a las poblaciones nativas a incorporar anillos y tensores. Nacía entonces el “bombo criollo”, aquel que hallaría en el legüero una particular versión de sí mismo.

 

Vamos por partes

¿De qué va, entonces, el bombo legüero? Para su fabricación se recurre, primeramente, a un tronco ahuecado de ceibo, tala o quebracho blanco, de 60 cm de alto. ¿Qué si la especie marca la diferencia? Claro que sí, la madera de ceibo implicará un mejor sonido, al tiempo que dotará al instrumento de una mayor vida útil. Aunque, claro está, su alto costo ha derivado en variantes de maderas más delgadas, cuyas láminas se apilan en pos del obtener el grosor adecuado.

Del mismo modo, los parches también tienen su pretensión: cuero curtido de cabra, oveja o chivo. En el mejor de los casos, un parche de cuero de cabra en un extremo, y uno de oveja en el otro, cosa de que el bombo pueda generar dos sonidos distintos. Y no vaya a creer que allí acaba el asunto, pues, sea cual fueren los parches en cuestión, ambos se unen al cuerpo del bombo legüero mediante aros de madera y correas de cuero. ¿Cualquier madera? No, madera dura, como la del palo blanco. A fin de cuentas, el instrumento se percute tanto en los parches como en los aros.

 

¿Sencillito? Ni tanto. Bien sabemos que, en comparación con otros instrumentos, el bombo legüero no permite generar grandes variaciones de sonidos; aunque en la profundidad de sus notas radica su inigualable virtud, aquella cuyo secreto radica tanto en la intensidad de la percusión como en la tensión de los parches. ¿Vio que no es moco de pavo? ¡Si lo sabrán sus más grandes ejecutantes! No en vano, el gran Domingo Cura ha sacado buen lustre a sus dotes musicales. ¿De quién hablamos? A la legua, del percusionista más destacado de la historia del folklore argentino. Imagine pues, quien ha sido su sin igual compañero…