Huecos intramuros, recortes de intemperie que habrían de sucederse con el propio crecimiento urbano, el de una Buenos Aires infinita. Esos fueron los patios porteños, aquellos que, de la mano de jesuitas, dominicos, franciscanos y mercedarios, hicieron su aparición en claustros y conventos; aunque bien dispuestos a copar las venideras construcciones civiles. Atrás quedaba entonces la ciudad-aldea de aquel incipiente siglo XVII, y bienvenida era la ciudad-patio. ¿Alguna duda sobre quienes fueron sus protagonistas?
Primereando los planos
¿De modo que los ambientes no se pensaron en torno a los patios, sino los patios en torno a los ambientes? Lejos de surgir como espacios residuales, los patios fueron, más bien, concebidos como epicentro de las edificaciones. De allí que, sin dudas, se trate de un elemento vital de la primitiva arquitectura porteña. Un elemento no construido, pero pensado, en tanto se trató de un espacio real, aquel en cuyo redor se organizaban cuartos y salones, y en cuyo seno se desarrollaba la vida misma. Vaya si han visto correr historia sobre sus baldosas… Escenario de la realidad social de turno, su sólida superficie supo ser tierra fértil para la germinación de la identidad porteña. ¿Será que todos los caminos conducen a los patios? ¿Y ellos?, ¿hacia dónde conducían?
Un patio, dos patios, los patios
En la Buenos Aires virreinal del siglo XVIII, las casonas de dos o tres patios constituyeron un modelo de vivienda. Un patio que conducía a otro patio, y eso otro patio a otro patio más. Sí, una ordenada y para nada azarosa sucesión, pues el tamaño de los patios iba disminuyendo en sintonía con el escalafón social de quienes por ellos deambulasen. Claro que también existieron versiones menores, con un único patio protagonista en torno al que se distribuían todos los ambientes. ¿Fin de la historia? Desde luego que no, pues tal modelo llegó a reciclarse en una versión especulativa, presta al lucro de sus propietarios: las llamadas viviendas Insula. Mínimos cuartos de alquiler unidos en filas, volcados sobre patios reducidos. ¿Le suena a historia conocida? No es para menos, pues la ciudad-patio no habría de esfumarse tan sencillamente; sino que su metamorfoseada supervivencia sería asunto de los siglos venideros.
Recalculando…
Cierto es que el proyecto de “Buenos Aires parisina” que se gestó a fines del siglo XIX nada tenían ya que hacer ya las rejas de hierro forjado y las tejas musleras. ¡La balaustrada y la mansarda eran el último grito! Acabar con toda cuanta huella colonial se erigiera aún en Buenos Aires era la misión. De modo que, mientras el norte comenzaba a poblarse de exponentes academicistas, el marginado sur sufría la condena del olvido: los sobrevivientes patios permanecían en pie cual botón de viejos tiempos de gloria. Sin embargo, de sus orígenes coloniales, los patios apenas mantendrían la filiación: reformulados al servicio de las necesidades de turno (¿dónde alojar a la creciente oleada inmigrante?), no tardaron en ser los más estelares ambientes de los conventillos.
Tu cuna fue un patio
Inspirados en las desafortunadas viviendas Insula, los conventillos fueron viviendas múltiples destinadas a la masa migratoria que colmaba la ciudad. ¡Si le habremos contado ya! El hecho fue que, háyase tratado de un conventillo construido con tales fines, o una casona colonial devenida en tal, el patio se alzó por sobre cualquier otro espacio. Motivos no le faltaban, historia tampoco. Hemos dicho: el patio era un espacio real, vinculante, y, si de conventillos se trataba, afecto a la convivencia de costumbres, idiomas y dialectos; así como al nacimiento de otros tantos. Sin repetir y sin soplar, extranjeros, criollos y provincianos; hombres, mujeres, jóvenes y niños fueron sus actores todos. Así la historia, juegos, amoríos, quehaceres domésticos, rencillas, payadas, duelos a punta de cuchillo, desencantos, nostalgias e ilusiones fueron las escenas cotidianas de este escenario por excelencia.
La pregunta es: ¿qué ha sido los patios en pleno siglo XXI? Deglutidos por una urbe agigantada, los ejemplares sobrevivientes parecen ser menester de curiosos y nostálgicos. Del modernismo y el trajín de una frenética Buenos Aires aún los resguarda la estrechez de los zaguanes, el respeto de los memoriosos. ¿Es usted uno de ellos? Aquí lo esperamos entonces, aquí lo espera nuestro patio. Pues cuando la nostalgia llama a la puerta, bienvenidos son los anacronismos, aquellos capaces de suspendernos, más no sea por un puñado de minutos, en nuestros más valiosos ayeres.