Afincada a una y otra orilla del Río de la Plata, la garrapiñada tiene alma callejera. Vagabunda de esquinas y veredas, hija dilecta de vendedores ambulantes, no hay diciembre en que no abandone su andar de fajinas. Pues es en época de fiestas cuando, desentendiéndose de su cotidiano nylon, para engalanar las mesas de fin de año a pura dulzura.
Chin-chin
¿Estamos hablando de un snack?, ¿un tentempié?, ¿un simple capricho dulce post comilona? La garrapiñada y su buen contenido calórico es amiga del invierno… Para qué mentir. Sin embargo, la tradición ha hecho que no se quede afuera del brindis navideño ni de la cuenta regresiva del nuevo año. Copa va, copa viene, la garrapiñada entretiene. Sí, aun con el termómetro en rojo. Ocurre que, así como el viejo y querido pan dulce, forma parte del combo gastronómico que importamos de los países acostumbrados a los diciembre bajo cero. Habida cuenta del peregrinar que la garrapiñada ha hecho hasta nuestros pagos, nobleza obliga.
Dulce migrante
La pregunta es, ¿cuál es el origen de este maní acaramelado? Su origen preciso es incierto, aunque, la brújula de su esencia nos conduce al mundo árabe, allí donde el acaramelado de los frutos secos es una práctica de siglos. Por lo que, conquista musulmana mediante, la garrapiñada habría desembarcado en suelo español. De hecho, “garrapiñada” se deriva de “garapiñar”: acción de bañar golosinas con almíbar al punto de la cristalización. ¿Que por qué “garapiñar? Algunas voces afirman que proviene del vasco garai-piña, que significa “puesto encima”.
Ha garapiñar se ha dicho
Plazas, teatros, estadios de fútbol, estaciones de ómnibus y trenes. Y cómo no, su tan especial mesa de fin de año. ¡Que allí no falte la garrapiñada! Y de la buena. Vaya, pues, tomando nota de la receta…
- 250 gramos de maní con o sin piel y crudo
- 250 gramos de azúcar
- 250 centímetros cúbicos de agua
- Dos cucharadas de chocolate en polvo
- Una cucharadita de esencia de vainilla
En una cacerola, mezcle el maní con el azúcar, el agua y el chocolate en polvo. Lleve a fuego lento y cocine revolviendo con una cuchara, idealmente de madera, durante 30 minutos. Si la cacerola en cuestión es de cobre, mucho mejor, en tanto evitará que se pegue la preparación.
Retire del fuego cuando la mayor parte del agua se haya evaporado e incorpore entonces la esencia de vainilla. Eso sí, nunca deje de revolver para que los maníes no se peguen. Una vez que ya se haya formado el caramelo (verá usted como el azúcar se va torna marrón dorado), la garrapiñada estará lista. Coloque en una bandeja o fuente plana, de modo que la cosa no acabe siendo una pegatina, y deje enfriar unos minutos. ¡O de rienda al tentador picoteo de la garrapiñada calentita! Tiempo de compartir, tendrá de sobra. En un frasco de vidrio o en su acostumbrada bolsita de nylon, la garrapiñada permanecerá intacta durante seis meses. Siempre y cuando resista el asalto de fin de año. Por las dudas, vaya proveyéndose con ganas. No vaya a decir que no le avisamos…