Reacio a las multitudes, desentendido del divismo que ostentan el Barolo y La Inmobiliaria, junto con tantas perlas arquitectónicas que se agolpan en la avenida de Mayo, el Otto Wulf es una de esas joyas olvidadas. ¿Desidia?, ¿desinterés? Por sobre todas las cosas, falta de brillo. Y ojo que el Otto Wulf tiene mucho por lucir y relucir… Tantas veces ignorado por las retinas de los transeúntes, lo que le falta es, más bien, una buena lustrada. Desandando su historia es que, desde estas líneas, intentamos pulir su grandiosa historia.
La esquina memoriosa
¿Y si le decimos que el asunto comenzó antes de que el propio Otto Wulf estuviera de pie? Cosa de gigante, vio… Ocurre que su solar cobró importancia ya en la Gran Aldea que supo ser Buenos Aires. Fue en dicha esquina de Belgrano y Perú que vivió el mismísimo virrey Joaquín del Pino y Roza, octavo del virreinato del Río de la Plata y esposo de Rafaela de Vera Mujica y López, con quien tuvo siete hijos. Claro que la doña terminó siendo casi más recordada que el propio virrey; al menos, en lo que a la historia del Otto Wulf refiere; puesto que su buena salud le concedió una viudez de 12 años. Ya fallecida en 1816, y devenida la casona en residencia obispal de la ciudad, la esquina no dejaba de ser apuntada como “la casa de la vieja virreina”. Incluso, durante sus posteriores destinos: vivienda del ministro de Portugal y Banco Municipal de Préstamos. Ya para 1914, y a casi 100 años del fallecimiento de Rafaela, se demolieron los últimos restos de la original casona para dar paso al gigante que nos compete: el Otto Wulf.
A lo gigante
Todo un rascacielos, toda una reliquia. Ese fue el Otto Wulf, pretencioso en su diseño y ornamentación tanto como en la “eternidad” que acusan sus cúpulas, esas que parecen arañar las nubes. ¿Y qué hay de los padres de la criatura? Los empresarios Otto Wulf y Nicolás Mihanocivh fueron quienes se hicieron del terreno allá por 1912, subasta mediante. Y menudo sería su destino… Albergar la sede de la delegación diplomática del Imperio Austrohúngaro, de quien Mihanovich era, precisamente, su cónsul honorario en suelo nacional. El desafío arquitectónico fue para el danés Morten F. Rönnow, quien impartió sus directivas a los ingenieros Dirks y Dates. Sí, todo made in Europa, materiales inclusive. Por lo que el resultado visual no podía aspirar a menos. ¡Gran deleite gran para las miradas agudas! ¿El estilo? Se lo considera un digno hijo del jugendstil, el art nouveau alemán, aunque con aires renacentistas y góticos. Lo que se dice, un ecléctico mayúsculo.
En clave Wulf
Claro que si de mirar entre líneas, o entre pisos, va la cosa, el Otto Wolf bien puede presumir de su simbolismo. Una suerte de “selva” puebla su fachada a puro cóndores, lechuzas, pingüinos, osos y demás ejemplares del mundo animal. Aunque también hay lugar para la raza humana eh… Ocho atlantes de cinco metros (figuras masculinas que figuran columnas), parecen sostener con toda su fuerza viril, desde el segundo piso, la edificación que se alza sobre ellos. Repartidos entre el frente de la avenida Belgrano y la calle Perú –tres y dos, respectivamente–, estos fortachones no son ningunos fulanos; sino que rinden homenaje a su abanico de creadores: albañiles, herreros, pintores y demás portadores de oficios encuentran aquí su grata alegoría. Y para no perder la sana costumbre de tantos y tantos edificios europeos, se dice que hasta uno de ellos ofrece el rostro del propio Rönnow. ¿Qué tal?
Y la historia no termina allí, puesto que si hay protagonistas absolutas del Otto Wulf y su belleza, esas son las torres cupuladas. ¿Acaso nunca se le dio por echarles un vistazo? Pues a más de uno son capaces de desnucar. Construidas en hormigón armado, rematan con la figura del sol y la luna. ¿O más que eso? El emperador Francisco José I de Austria y su esposa, Isabel de Baviera –más conocida como Sissí–, dicen que dicen, merodean también aquellas alturas a través de tal figuración astral. ¿Será que ambos custodian a esta furiosa Buenos Aires?, ¿a su frenético andar y desenfadado transcurrir? Inmerso en su traza urbana, el Otto Wulf y su ordinaria funcionalidad (está ocupado por oficinas en sus pisos y tiendas en su planta baja) se las ingenian para echar chispas aún en la más opaca de las superficies y memorias.