Que si es la estación del amor, que si el florecer de sus flores exalta los corazones o la calidez de su aire, despojándonos de los abrigos del señor invierno, es capaz de reverdecer el arrojo y la libertad de los tiempos de juventud. ¡Primavera, vuelve primavera! Pues su llegada siempre ha sido motivo de multitudinarios y joviales festejos. Claro, no sólo de púberes iba la cosa. A fin de cuentas, lo que nunca acababa de envejecer era el espíritu. Y de recuperar el desaliento de aquellos viejos tiempos mozos van estas festivas líneas.
Bella juventud
La estudiantina copaba la parada. Y si… aquello no ha cambiado mucho en estos tiempos cibernéticos. ¿O sí? Pues el día de la primavera, parece que no hay rectángulo de verde en el que mate no gane la pulseada. Verde va, verde viene, alguna que otra viola recordará los clásicos nacionales de los ’70, aquellos años en que los pantalones anchos se zarandeaban entre los pastos del Parque Tres de Febrero, y las coronitas de flores que portaban las muchachitas eran la envidia del mismísimo rosedal. ¿Qué si el último grito de la moda andaba suelto por las plazas porteñas? No precisamente. Eso era asunto de las grandes vías comerciales. Más precisamente, de la nunca tan engalanada avenida Santa Fe.
Santa moda
Nada de liquidaciones anticipadas ni de percheros plagados de trapitos livianos cuando aún la temperatura obliga a una fornida bufanda. Poco menos de una cincuentena de años atrás, las vidrieras ponían a relucir lo más “top” de la venidera temporada el mismísimo día de la primavera, ni uno antes ni uno después. Y si de tiendas hablamos, la avenida Santa Fe era el as de los ases. Así la historia, cada 21 de septiembre todas las miradas se posaban allí: con decirle que se organizaban desfiles callejeros, con carrozas y todo. Sí, sí. Engalanadas jovencitas vestidas a todo trapo y con los cabellos bien batidos se alzaban en ellas cual princesas, al abrazo del público que copaba veredas y balcones (¡sí que eran palcos preferenciales!) a puro aplauso y serpentina. Caravanas de autos decorados para la primaveral ocasión aportaban color y calor al asunto, mientras que grupos musicales varios se encargaban de amenizar aún más la jornada.
Con ingenio francés
¿Y si le contamos que un francés estuvo detrás de esta iniciativa? ¡Cómo olvidar a Jean Cartier! Popular modisto y diseñador que cosechaba su buen raiting televisivo con el programa “el arte de la elegancia”. ¡Imagine que se mantuvo tres décadas al aire! Y fue el mismísimo Cartier quien comenzó con el asunto de los desfiles primaverales, trasladando, cada 21 de septiembre, la transmisión de su programa a un camión de exteriores del viejo Canal 7, desde donde el mentado desfile llegaba a la pantalla chica los hogares. Así, pues, la ceremonia se convirtió en un clásico. Y nadie quiso quedarse afuera: empresas automotrices, productoras de cosméticos, perfumerías y tiendas de indumentaria, por supuesto, ponían los suyo para “el” evento del año en materia de moda. Y vaya si tenían sus motivos, pues el desfile alcanzó magnitudes y longitudes insospechables.
Las primeras ediciones del desfile de la primavera tomaron el tramo de la avenida santa Fe que iba desde Callao hasta Plaza San Martín. Luego se extendió hasta Callao y, cómo no, hasta la mismísima plaza Italia. ¿Un detalle más? En el cruce con La 9 de Julio, un palco era testigo de la elección de la reina. ¿Qué tal? Cierto es que el tiempo y sus prisas han barrido con cetros, guirnaldas y toda cuanta parafernalia supo existir de aquellos viejos festejos; pero la primavera y su espíritu siempre vuelven. Tanto así, que no solo invitan a recordarla; sino a saborearla, palparla, sentirla y vivirla como siempre ha sido: sin años calendarios que medien en la simple alegría de su agradecido florecer.