Se ufanaba al decir que su padre así la había llamado, y que su nombre significa “dispuesta a todo”. Sin duda alguna, ningún otro le hubiera cabido mejor a Alfonsina Storni, una mujer dispuesta a abrirse paso a fuerza a arte, a meter sus narices a frente alta en un mudillo con tufo a hombre, a torcerle el brazo a la pobreza y a encarar la maternidad en soledad. Alfonsina estuvo dispuesta a todo, sí. Incluso, a ponerle punto final a su propia vida. Esa que, nobleza obliga, desde estas líneas nos disponemos a homenajear.
Tocando fondo
Alfonsina Storni nació el 29 de mayo de 1892, en la ciudad suiza de Sala Capriasca. Apenas una corta infancia en el viejo continente, pues a los cuatro años emprendió el regreso junto a su familia con destino a la provincia de San Juan. Ya para 1901 se instaló en Rosario, allí donde su madre inauguró una modesta academia de clases particulares que se convirtió en el sostén familiar. Tiempos de vacas flacas en los que la pobreza coqueteó con los Storni, agudizada la situación por el alcoholismo de Storni padre, un adicción que lo llevaría hasta la muerte. Pena, tristeza, desolación… El alma de Alfonsina acuñaba sentimientos en letras, en la poesía que habría de cambiar su vida para siempre.
Nace una artista
Apenas quince tenía Alfonsina Storni cuando se incorporó a la compañía teatral de José Tallavi, en oportunidad de su visita a Rosario, y consecuente adhesión a la gira nacional. Ya de regreso, nada fue igual. Alfonsina tenía con qué, y lo sabía. Comenzó así la carrera de maestra rural, obteniendo su título en 1911. Mientras tanto, daba rienda suelta a su puño con colaboraciones en las revistas literarias Mundo Rosarino y Monos y Monadas, donde salieron a la luz sus primeros poemas. Fue entonces cuando el amor llamó a su puerta: un hombre casado, oriundo de mundo político y periodístico en el que ella empezaba a intervenir, a pertenecer. Un inoportuno embarazo cambió el curso de su circunstancia. Sin sonrojos por la soltería que atañía a su maternidad, Alfonsina decide abandonar Rosario y mudarse a Buenos Aires. Precisamente en 1911, año en que dio a luz a su único hijo, Alejandro.
A talento limpio
Y la gran ciudad fue para Alfonsina Storni un varieté de aquellos. La metrópoli porteña la encontró desempeñando oficios varios: cajera de farmacia, empleada de tienda y hasta docente en una escuela para niños con raquitismo. Alfonsina iba y venía entre anhelos y posibilidades, pero siempre a pluma firme. Lejos de abandonar su vocación, comenzó a publicar algunos escritos en la revista Caras y Caretas, y fue gracias a dicha participación que trabó amistad con grandes escritores nacionales, como José Ingenieros y Manuel Ugarte; además del rioplatense Horacio Quiroga, a quien la unió un lazo tan fuerte y estrecho que los rumores de amorío no tardaron en gestarse. Sí, Alfonsina asomaba al mundo de los gigantes, de los pesos pesados de las letras; y ella estaba a la altura. Desconociendo sumisiones, participó intensamente del gremialismo literario, e intervino en la fundación de la Sociedad Argentina de Escritores. Para entonces, el teatro, la poesía y las conferencias se habían adueñado de su rutina, de su propósito de mundo. Era ella una artista consagrada, no exenta de la bohemia que a tantos convocó a la inolvidable peña del Tortoni, junto a Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto y demás talentosísimos artistas entre los que se hallaba a gusto y placer.
Triste adiós
Sin embargo, la vida no le sonreía al cien por cien a Alfonsina. Todo lo contrario, pues la muerte la merodeaba sin rodeos. En 1935 Alfonsina fue intervenida por un cáncer de mama. Contrariamente a los pronósticos, el tumor no resultó benigno. Y fue aquello la estocada para una salud atravesada por la depresión y hasta los ataques de nervios. Alfonsina se recluyó en sí misma, se volvió reacia a las amistadas y fue para el mes de octubre de 1938 que emprendió lo que sería su viaje final, rumbo a Mar del Plata. Desde la nunca tan irónica “ciudad feliz” escribió sus tres últimas cartas: una a su hijo Alejandro, otra a su amigo Manuel Gálvez, para que cuidara de él, y otra dirigida al Diario La Nación, en la que se despachó con un poema de despedida. En la madrugada del martes 25, Alfonsina abandonó la habitación del hotel y se dirigió a La Perla. La noticia de su suicidio se hizo efectiva luego de que dos obreros hallaran su cuerpo en la playa. ¿Se internó en el mar hasta que las aguas la desaparecieron de su doloroso mundo, tal como indican las más románticas versiones? ¿O se arrojó a ellas desde una escollera, según lo establecen investigadores y biógrafos?
Alfonsina se fue y no volvió… Alfonsina se fue con su soledad. Al decir de Ariel Ramírez y Félix Luna, en la zamba compuesta en su honor, quién sabe qué poemas nuevos la gran Alfonsina se fue a buscar.