De construcciones derrumbadas, memorias ajadas y escombros del ayer nuestra querida Buenos Aires ha sabido de sobra. Pero cuando el tiempo se resiste a marcharse, y la historia cae en Buenos manos, la cosa cambia. De eso ha ido el rescate de la Casa de los Naranjos, una vivienda de finales de siglo XVIII cuya estructura (íntegra, de pie) asomó a la intemperie en el solar de San Juan 338. Sí, casi a la vuelta de la pulpería, en las instalaciones que hoy ocupa, nada menos, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Así pues, bienvenida la paradoja.
La base está
Las obras de ampliación del museo implicaron la unión de su antiguo edificio con otro preexistente en el lote vecino. Claro, no se trataba de cualquier construcción… La Casa de los Naranjos era, aún en ruinas, una verdadera joya de la arquitectura porteña. ¡Cualquier similitud con la casona Quilapan no es pura coincidencia! Hemos dicho, se trató de una sobreviviente del siglo XVIII, cuya cimentación ha sido rescatada de manera completa y hoy exhibida como parte del propio museo, el nuevo albergue de su historia. Y qué historia… La Casa de los Naranjos fue construida por Don Nicolás de la Rosa hacia 1798, en lo que para entonces eran las afueras de la ciudad. Dado que la posesión de tierras “extramuros” no estaba del todo regularizada, tras la muerte de Don Nicolás durante las Invasiones Inglesas de 1806, la viuda no dudó en solicitar la titularidad a su nombre. ¡No fuera a ser que la dejaran en Pampa y la vía con tres hijos! El caso es que, de acuerdo a las escrituras, el terreno había sido dividido en tres lotes, uno para cada descendiente, y aunque una de las divisiones desapareció parcialmente con la apertura de la avenida –ya en el siglo XX–, la casa mantuvo un distintivo digno de su época: el nivel original de la topografía urbana, cerca de medio metro por encima de la vereda. Sin duda alguna, la base estaba.
Metamorfosis
Al el sorpresivo hallazgo de un piso que casi no había sufrido modificaciones, se contrapusieron evidencias de cambios, remodelaciones y demás etcéteras. La Casa de los Naranjos experimentó una transformación tal que llegó a ser una gran vivienda en torno a un patio. Aunque la última gran intervención se deduce de fines del siglo XIX, cuando se construyó la cocina del patio delantero y se colocaron –sobre el primitivo piso de barro y posteriormente, ladrillo– baldosas francesas de Marsella. Para entonces coincidió también la instalación cloacal y de agua, a manos de Obras Sanitarias. Finalmente, ya hacia 1979, y estando la casa en claro deterioro, se produjo la estocada final: su frente fue derrumbado por completo, quedando como remanente una casa abierta, en forma de “U” hacia la avenida, con el naranjo que le dio popular nombre en su centro. Un año después, ya en manos de la Municipalidad, tal disposición fue aprovechada para transformar la casa –o lo que quedaba de ella– en una galería comercial. Y la “refrescada” fue total: entre otras cosas, se desmontaron los techos, se abrieron vanos y se destruyeron molduras. Todo fuera por el neocolonialismo…
Suelo abajo
Sin embargo, había mundo no solo del piso para arriba; sino suelo abajo. Entre sendos hallazgos, la excavación arqueológica dio cuentas de que en la pieza oeste, bajo los ladrillones que antecedieron a las baldosas, había un fogón de barro original. ¿El detalle? En lugar de ser circular, tenía forma triangular, quizá para mayor comodidad a la hora de colocar sobre el fuego los llamados trébedes (parrilla tradicional española con forma de trípode). El caso es que dentro del fogón se encontraron huesos de comida –mera costumbre pampeana el usarlos como leña ante la falta de madera– y platos rotos del siglo XVIII que, vaya importancia la suya, sirvieron para fechar la estructura. ¿Qué qué ha sido de éste y otros hallazgos? Resguardados por el Gobierno de la Ciudad, atesoran la memoria colectiva, es que el Museo de Arte Moderno sostiene intramuros; así como su historia propia, la de su edificación y su abrazo a una de las casas más antiguas de la ciudad.
Porque cuando hay conciencia, no todo está perdido. Y porque aún tras la desidia, el olvido, la destrucción y el abandono; siempre vale intentar el rescate.