Del vasco al gaucho, ese parece ser el derrotero de esta gorra de lana chata y redonda, sin visera, cuyos orígenes se remontan miles de años atrás. ¿Creía usted acaso que era cosa de nuestro viejo y querido llanero de las pampas? Pues no (así como tampoco lo fue su tan típica bombacha, ¿lo recuerda?) Resulta que su derrotero es tan antiguo como extenso, pues antecede, y de lo lindo, a la comunidad vasca que por estos lares ha contagiado su agradecido uso. Y que lo digan en Los Vascos, esa tienda que, hace seis décadas, de pie en el campo bonaerense, la despachaban de lo lindo…
Frío, frío…
Veamos. Polonia, Checoslovaquia, Alemania, norte de Italia y de España. Ubique nomás la localización geográfica de estos países y regiones para entender como la vieja y querida boina nació por una necesidad básica: atajar el frío que atentaba contra el balero. Y vaya si, en ese sentido, el gaucho debió vérselas fuleras en las despobladas pampas, a la buena del invierno. De allí un gaucho a cabeza descubierta, podemos decir, no es al fin un gaucho. ¿Es así como la boina comenzó a ser sinónimo de campo? “El Once huele a un vaso grande leche fresca / se adivina el Oeste de boina y alpargata…” decía Baldomero Fernández Moreno en “Once”. De modo que, símbolo campero si los hay, la boina desembarcó al fin donde debía. Ni bien arribadas de España, los almacenes de ramos generales fueron su vidriera más común. Claro que el, mientras tanto, el gaucho se las arregló más que bien arregladas. Desde un simple cordel o un pañuelo (el llamado “serenero”) capaz de cubrir su cabeza, nuca y hasta parte de su cara; el buen genio siempre estaba al servicio de sujetar la melena. Aunque aquel sombrero que ganaba por afano era el “panza de burro”, hecho en base a cuento su nombre indica. Secado el cuero en el extremo de un poste para luego estirarlo y moldearlo de manera cónica, atado de tiento mediante para que no perdiera la forma y doblez de remate para formar el ala. Del resto se ocupaba el aire, el sol, el rocío. Así se endurecía y quedaba listo para usar.
A este y oeste
Claro que la evolución hizo lo suyo y, del “panza de burro” del gaucho, la gente pasó al “chambergo”. El típico sombrero blando, de copa baja y gran ala plana que recurrió al barbijo para evitar que los vientos pampeanos o el agite del galope los volara. Aunque, sabe usted, otra doña también habría de disputarle terreno al chambergo. Sí, la boina, en tanto los vascos que vinieron a trabajar al campo argentino introdujeron pues, sus propias costumbres y usos. Esa fue la puerta de entrada de la boina. Al menos, desde el río, el puerto. Pero parece que desde la cordillera, desde los Andes, las coordenadas de origen se corrieron un poco: del País Vasco a Galicia. Pues resulta que, en Chile, la boina acusa su llegada a partir de la colonización gallega de Chiloé, a partir de 1575, siendo los chilotes que habrían de llegar a la pampa argentina en el siglo XX los encargados de “instituirla” en los campos del sur.
Más arriba o más abajo, por el este o el oeste. El caso es que, funcional como pocas, la boina es una sola. Y si bien fue presta a identificaciones de acuerdo a sus colores, la boina, tan gaucha como el propio nombre de su portador, es acaso bella al porte, pero, por sobre todo, funcional, presta al trabajo. Esa labor a la que boina más discreta y universal, en su sobrio negro, ha hecho y aún hace, camino al andar.