Edifico Comega, a razón de ser

FOTOTECA

Uno de los gigantes racionalistas de Buenos Aires, ese fue y es el Comega. Pura funcionalidad y sobrio glamour en la mítica Corrientes.

Ya lo había dicho su racional vecino, el Safico: no más ornamentaciones. Casi que marcando el paso de la época, lo suyo serían líneas puras, la claridad visual y la simpleza  estructural. Por lo que el edificio Comega, de pie en la esquina sureste de Leandro Alem y Corrientes (sí, esa que venía ensanchando su cauce) no tardó en unirse a sus filas. Haciendo uso de materiales imprescindibles, sin accesorios y con una distribución espacial pensada para pura satisfacción de las funciones de la vida allí dentro, otro alto en el cielo marcaría para siempre la estampa de esta querida Buenos Aires.

Que empiece la funcionalidad

Dos cuerpos rectos en altura. Y vaya altura… 85 metros asomando por encima de la superficie urbana. Pero eso sí, la cosa seguía abajo, con tres sótanos destinados, dos de ellos, a estacionamiento y maquinarias. El restante, a archivos. Y allí comenzaba la escalada de este esqueleto de hormigón, sin vigas, aunque con columnas de mayor espesos capaces de absorber su tarea. Y, ufano en su materia, incorporando los llamados “contravientos”: piezas que aseguran que la estructura no se deforme. ¿Los padres de tal criatura? Los arquitectos Enrique Douillet y Alfredo Joselevich, quienes revistieron al Comega del mismo mármol travertino que al Safico. Lo que se dice, sobriedad pura los 21 pisos con los que parecía rascar las nubes. ¿Y qué había del viento, en una esquina tan expuesta como la suya, de cara al Río de La Plata? Resulta que el Comega se hizo de un sismógrafo, no fuera cosa de que empezara a “tambalear” con la sudestada… Porque si había rascacielos, que fuera con todas las de ley.

Después de usted

Compañía Mercantil Ganadera S.A. De allí las siglas que dieron bautizo al Comega, en alusión a la empresa que estuvo a su cargo, destinando sus 18 pisos a oficinas de renta. ¿Y del 19 en adelante? Primero lo primero, como se dice. De modo que comenzamos por la planta baja. Constituida en dos niveles, además del “chiche” del sismógrafo, contaba ella con un elegante buzón de madera que se conectaba directamente con las oficinas, pues el Comega contaba con código postal propio ¿Qué tal? Actual joya del recuerdo, era éste apenas un detalle en medio de tan eficiente glamour. Vea usted, las vidriadas puertas de acceso con detalles en bronce, hechas en la Casa Markus de Berlín, antecedían a una alfombra de goma roja que conducía al hall. Revestido éste en acero inoxidable bruñido, facilitaba así su limpieza al tiempo que suavizaba las luces; mientras que el mostrador de granito negro denotaba elegancia en su punto justo, sin rimbombancias. Claro que la perlita mayor aguardaba en la cima, coronando ese postre delicioso que supo ser el Comega para su época.

Entre copas

Revestida de madera patinada en tono verde dorado y con piso de parquet de corcho para absorber ruidos, la confitería ubicada en el mirador que el piso 19 dio que hablar. Se trató del mítico Comega Club, desde cuya loggia o galería exterior, revestida de mármol blanco y gris, con piso de cerámica azul, era posible ver la orilla charrúa o, simplemente, copa en mano, perderse uno contemplando el horizonte rioplatense. ¡Otro que los roof top actuales! A decir verdad, nada que envidiar. Por lo que, en este sentido, lo del Comega era vanguardia al 100%. Empezando ya por los ascensores de alta velocidad que hasta ella conducían, y de los que más de uno se bajaba ya casi que copeteado, haciendo honor a don Aníbal Troilo y Francisco Fiorentino con su tango “los mareados”. ¿Qué si la jornada laboral había resultado agotadora y la pinta para una velada por aquellas alturas no era la mejor? Que no se diga, si el Comega contaba incluso con peluquería propia para los empleados. ¿Qué tal?

Cierto es que los tiempos han cambiado y demasiado. Que las alturas de Buenos Aires ya se encuentran saturadas de ejemplares de tiempos, para entonces, venideros. Y que incluso la otra orilla del Río de La Plata pareciera haberse alejado aún más en distancia, ante tanta intromisión visual. También lo es, que la cosmopolita Buenos Aires, esa que crece voraz y vertiginosa, parece engullir cada reliquia en su andar frenético, en el ajetreo de esa babel arquitectónica en la que ha sabido convertirse. Sin embargo, recto como siempre, como solo así sabe, el Comega sigue de pie. Para que, de tanto en tanto, le eche un vistazo y alcance a asombrarse con cuanto tantas veces no somos capaces de ver a simple y cotidiana vista. Su racionalidad ha sido su razón de ser. Y cuanto, a fin de cuentas, tampoco ha perdido.