Confesiones de un adoquín

FOTOTECA

Soy un adoquín pisoteado por los antiguos carruajes. Soy un fragmento que guarda en forma de recuerdos, la historia y geografía del barrio.

Soy un fragmento de mapa que guarda en forma de recuerdos la geografía del barrio. No me ofende que mi nombre se use para llamar a una persona torpe. ¿O me van a decir que nunca se burlaron diciendo: ¡Qué pedazo de adoquín!”? En cambio, sí me molesta la indiferencia de quienes creen que progreso es sinónimo de desecho.

Barrio de tango

No esperen que les hable con modestia, me presento como ciudadano del mundo desde hace siglos, tantos que ya ni me acuerdo. Conocí la Roma Imperial y me amparó nada menos que Napoleón. Sin embargo, de todas las calles del mundo, las porteñas me atraparon. Y sí, ya todos cantamos, aunque nunca podamos finalmente develar ese qué se yo que tienen las callecitas de Buenos Aires. Sin embargo, y sabrán disculparme la arrogancia, antes de que desembarcara en este Puerto, transitar por aquí era casi imposible. En verano… pura polvareda; en época de lluvias… lodo infinito. Los virreyes Vértiz y Arredondo fueron mis primeros anfitriones por estos pagos.

Bien pulenta

En 1800 la Reina del Plata ya contaba con sus principales calles empedradas. En 1868, el Congreso propuso la “construcción de las obras de adoquinado, caños de desagüe y aguas corrientes”. También por esa época se dispuso sobre mis materiales y dimensiones. “Serán de piedra sólida y compacta, midiendo cada uno de ocho a nueve pulgadas de largo, sobre tres a cinco pulgadas de ancho y cinco de profundidad”. Igual, nunca dejé de tener esta pinta irresistible, pero ¿hacía falta que a mi forma se le llame “paralelepípedo”? ¡Habrase visto! Por ese entonces, viajaba desde Inglaterra ¡Había que hacer ese trayecto, se las regalo hoy en día, que todo es a las corridas! Sin embargo, al poco tiempo se dieron cuenta que podían fabricarme acá nomás, en la Isla Martín García. Al principio extrañaba un poco la neblina aristocrática y misteriosa. Pero ¡no hay con qué darle al olorcito a río!

Buenos Aires, vos y yo

Desde 1883, con la llegada del ferrocarril a Tandil, comenzaron a fabricarme allí. En diez horas de viaje, estaba en Buenos Aires. Pero también vinieron otros cambios: además del granito también empezaron a producirme con madera. ¡Y eso que en el tango soy puro firulete! Mi corazón empezó a latir a ritmo de caldén o quebracho. ¡Claro que acá hay buena madera! Según algunos historiadores (aunque mejor tomarlo con pinzas porque suelen ser muy charletas) a principios de 1900, Buenos Aires contaba con 424 cuadras de adoquín de madera y 1402 cuadras de adoquín de granito sobre base de arena. ¡No caben dudas que siempre fui un tipo versátil!

Es cierto que el mundo cambió, que ya no estoy para cubrir el ajetreo de tanta velocidad. Pero los barrios pierden misterio si no los recorro. Y les puedo asegurar que si Malena bailaba el tango como ninguna, ¡yo guiaba sus pasos! ¿Y quién mejor que yo habrá sostenido los pies del Morocho para que cada día cantara mejor?