Allí donde nada más queda, donde el mapa parece alcanzar sus confines y un viento furibundo embravece las aguas marinas, allí hubo luz. Fue la del faro del fin del mundo, del en verdad llamado Faro de San Juan de Salvamento, quien daba señales de vida en la inhóspita Isla de los Estados, separada de Tierra del Fuego por un estrecho tempestuoso. Era la suya luz de guía para los navegantes que hasta esas aguas australes se encomendaban. Era la suya luz de frontera. Pues más allá de sí aguardaba el inimaginable territorio antártico. Allí hacia donde partían aventuradas expediciones, así como nosotr@s hacia la historia de este extinto vigía.
El principio del fin
Julio Verne y su Le Phare du Bout du Monde, publicado en 1905, fueron responsables de su rebautizo. Y vaya si fue más que acertado: faro del fin del mundo. Si es que allí acababa la tierra y las aguas conocidas, por lo que más valía una luz al final del mar. Inaugurado en 1884, fue el Faro de San Juan de Salvamento musa de Verne al tiempo que el mejor de los aliados no solo para los expedicionarios que continuaban rumbo sur a su libre suerte, sino para aquellos otros que se dirigían al océano Pacífico. Claro que las olas y la borrasca hacían de las suyas amén de su presencia, cobrándose más de una víctima a lo largo de los años. Pero allí estaban los fareros y marineros de la subprefectura naval, emplazada tan solo a metros, para salir al socorro. Valientes habitantes de aquel paraje desolado y fantasmal por los que el faro contaba en su interior con algunos camarotes para su descanso. Modestas cuchetas a cobijo de las paredes en madera de lenga y un techo de zinc. ¿Madera y zinc? Efectivamente. Pues el faro del fin del mundo no fue el típico faro que tod@s podríamos imaginar (una torre de ladrillo pintada en franjas blancas y negras o blancas y rojas, como es común en Argentina). De hecho, su altura no superaba los seis metros. Pero los grandes cristales que revestían las caras que daban al mar resguardaban al fin cuanto lo convertían en un faro hecho y derecho: las siete lámparas de petróleo que impartían la luz al servicio de los navíos.
Con acento francés
El caso fue que esas siete fuentes de luz se cegaron en pos de otra más moderna, automática, sin presencia de fareros, sin historia, sin hazañas. Sin siquiera el cuerpo mismo del faro del fin del mundo, quien cesó su actividad en 1902 para ser sustituido por otro en la Isla Observatorio, en un islote cercano. Y no fue sino hasta 1975 que la declaración de Monumento Nacional Argentino tocó a su puerta para salvarlo del olvido. ¿Qué quedaba entonces del faro? ¿Qué quedaría con el correr de los años? Eso mismo se preguntó el navegante francés André Bonner. Apasionado por su historia, Bonner no solo constituye la asociación “El Faro del Fin del Mundo”, la cual preside; sino que realiza una presentación a la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación a fines de impulsar su reconstrucción. El hecho tuvo lugar después de que conociera la Isla de los Estados en 1993, y para lograr su cometido contó con el apoyo económico del Municipio de Nantes, pagos de Julio Verne, y del Municipio de La Rochelle, tierra de Bronner. Por su parte, el Municipio de Ushuaia declaró de interés cultural tal iniciativa, brindando los apoyos necesarios. De modo que en 1998 el nuevo faro del fin del mundo fue un hecho, aunque con las polémicas del caso: las diferencias con el original, el material arqueológico que Bronner tomó del emplazamiento original. Sin embargo, el verdadero faro del fin del mundo tendría también un segundo rescate.
A mediados de 1994, el contralmirante Horacio Fisher convocó al director del Museo Marítimo de Ushuaia, Carlos Pedro Vairo y su colega del Museo del Fin del Mundo, Oscar Zanola. ¿La idea? Rescatar cuanto quedaba del auténtico faro del fin del mundo, traer sus piezas, sus restos, todo rastro de su existencia y vida en él para que su guía ya no fuera su luz extinta, sino su historia reconstruida. Por cuanto, investigación y trabajos arqueológicos mediante, una maqueta en escala 1/1 fue inaugurada en el Museo Marítimo de Ushuaia el 3 de Octubre de 1997. Acaso el debido homenaje para esta luminaria que, en la memoria, aún no se apaga. Tras ser ama del fin del Mundo, lo suyo sea tal vez el fin de los tiempos.