“No soy de aquí ni soy de allá”, entonaban los pagos de Mataderos en tiempos en que, lejos de ser constituir un barrio más, oficiaba de puente entre el campo y la ciudad. Corrían entonces los primeros años del siglo XX y la faena de animales colmaba su escena y hacía su fama, la de la “Nueva Chicago”; tal como se lo conocía en plan de reeditar los industriales aires de la Chicago de los Estados Unidos. Sin embargo, Mataderos habría de tener su propia perla en el fondo del fango, del rojizo cauce del arroyo Cildañez al que fluidos vacunos hicieron llamar “arroyo de la sangre”, y no sería otro que el barrio de Naón. Ese que, entre las avenidas General Paz, Emilio Castro y Alberdi, constituye aún uno de los más reservados rincones de la ciudad de Buenos Aires.
Alcoyana, alcoyana
Ni unas, ni algunas. Fueron centenas de familias de trabajadores las que se asentaron en la zona allá por 1930, cuando la inauguración del frigorífico Lisandro de la Torre fue lo que la miel a las moscas para la clase trabajadora. La Nueva Chicago no parecía entonces una fantasía ni una aspiración pretensiosa. La fisonomía de Mataderos era la de un barrio definitivamente industrial, pero aquel trajín urbanístico habría de tener su remanso. Aunque no librado al azar. El barrio de Naón se trazó con determinación y planificación, como una suerte de barrio residencial por fuera de la actividad frigorífica. Y claro que el nombre también tuvo su por qué. ¿Acaso resuena en sus oídos desde que comenzó a leerlo en estas líneas? Déjeme decirle que no es para menos, pues en esta Buenos Aires en que la historia es un pañuelo, Mataderos y Caballito casi, casi, han sabido ser un solo corazón.
Asunto de familia
¿Recuerda al genovés Luis Navone? Sí, sí, aquel que se haría cargo de la famosa pulpería del Caballito tras la muerte de su fundador, un paisano suyo de la vieja Italia. ¿Y recuerda también que su apellido se acriolló, pasando de ser Navone a Naón? ¡He ahí el meollo de la cuestión! Pues resulta que el pulpero de la veleta también tenía tierras por estos lados. Pero no sólo eso, sino que fue el tío de otro Naón, sacerdote de la iglesia San Vicente de Paul, situada en las cercanías de la entonces futura urbanización. Con la desgracia de que el pobre párroco murió insólitamente al caerse de lo alto del campanario un día antes de la inauguración del templo, el 15 de abril de 1922. Ahora bien, ¿a quién debemos el honor del nombre del barrio? ¿A Naón tío, quien dispuso las tierras en que éste se construyó, o a Naón sobrino, como reconocimiento a su labor religiosa en las cercanías de los mataderos allí presentes? Aunque sin certezas a la vista de la historia, como se dice, todo queda en la familia.
Verde que te quiero verde
El caso es que para mediados de siglo, el barrio de Naón era más futuro que otra cosa. Nada por aquí, nada por allá. Y fue precisamente la Sociedad de San Vicente de Paul quien construyó las primeras cuarenta casas. Claro que, desde entonces, la historia no se detendría, y como un reflejo del transcurrir nacional, al barrio le quedaría un mojón de cada época. Veamos, en los tiempos de presi Juan Domingo Perón, Naón se constituyó como una urbanización proletaria, con más de 400 casas de estilo californiano, el cual consta de algunos aspectos originales de las típicas casas coloniales mexicanas con cierta impronta hollywoodense. Esto es, techo a dos aguas, tejas españolas y paredes blancas en convivencias con grandes aberturas de madera. Para entonces, el barrio contaba con una parroquia, una escuela, un cine teatro, un centro comercial y una plaza forestada de cero. De hecho, el verde siempre fue un punto alto para el barrio, pues la gran cantidad de árboles y espacios de vegetación presentes entre las calles circulares de Naón responden a un diseño inspirado en los paradigmas del inglés Ebenezer Howard, fundador del movimiento “Ciudad Jardín”. Una propuesta para sustituir las ciudades industriales por otras más pequeñas, rodeadas de tierras agrícolas, en las que la impronta de ciudad se permeara con la del campo, mejorando así los estándares de salud y confort de los trabajadores.
¿Pasamos página? Sí, años ’80. Pues la década es quien acapara las miradas del hoy en las calles de Naón. De ellas han quedado grandes caserones sin una línea determinada, pero con la pomposidad como figurita repetida. Ya los años ’90 vendrían con sus dúplex y tríplex bajo el brazo. Todo cuanto ha hecho de Naón un palimpsesto en el que la Argentina ha escrito sus subidas y bajadas, su crecimiento y sus vaivenes. Y así, navegando siempre las aguas de la historia, el barrio de Naón se mantiene a flote. Lo hace en su preciado rincón porteño. Allí donde l@s curios@s se preguntan sobre sus motivos. Aunque sin más que, simplemente, callejear las respuestas.