Las olas y el viento, sucundún, sucundún… ¿y el frío de del río? Vea usted, la historia nos lleva a los pagos de Magdalena y sus dulces orillas, allí donde la pulpería La Vasquita tiene historia de la añeja y, casi que como un preciado vino, de la buena. Acódese en el estaño, pues, y conózcala con nosotros.
Campo adentro, río afuera
Viento y más viento. Por el que las cometas bailan para un lado y para otro en el cielo bajo el que confluyen verde y río. Vegetación y costa, mediadas por una arena oscura, producto del lecho de tierra sobre el que descansa el río en el que los pescadores se hacen de su preciado motín. Y la Vasquita allí, cual centinela de su agreste paraje, velando por el hambre de quienes hasta allí se acercan. Casi que un rincón perdido en el mapa, ajeno a las multitudes, más situado a tan solo 90km de la Ciudad de Buenos Aires, previo desvío en el kilómetro 45 de la Ruta 11. Y desde allí, caminos en los que tierra, arena y restos de conchillas de mar, –de cuando el don estuvo por allí hace miles de años– ofician de natural asfalto. Caliente. A la huella de bicis, autos, tractores… La vida circula allí donde parece que no, y una seguidilla de tranqueras parece dar una bienvenida interminable, como de horizonte. ¿Se llega o no se llega? Se llega. La Vasquita nos espera.
La vasquita, divino tesoro
Un legado, de bisabuel@s a abuel@s, y de abuelo@s a hijos, y de hij@s a niet@s. La cosa va de árbol genealógico para La Vasquita, una pulpería con todas las letras y pergaminos, a quien sus vasquitos han dado vida en diferentes momentos de su vida. El inmueble, así, una suerte de hojaldre del tiempo en la que cada ambiente marcó una época. Fue el bisabuelo vasco quien primero puso los pies por aquellos pagos para trabajarlos y, poquito a poco, ir comprándole parcelas del campo en cuestión al dueño de turno. Así fue como plantó bandera, semilla y amor. Más que a primera, a larga vista: una doña que vivía en un campo a 4km. La cuestión fue que, una vez juntos, procuraron su nidito: construyeron cocina y habitación que datan de fines de siglo XIX. Le siguieron las habitaciones y la despensa, para sumar luego baño y salón (ya de inicios del siglo XX). Se agrandaba la casa, sí, pero también la familia: nueve hijos. Pura algarabía que sería ya una marca registrada de estos lares. Pues la Vasquita no nació como pulpería, pero que conoció de sus buenos parroquianos, no tenga duda.
Misión pulpería
El caso es que, una generación más abajo, abuelo vasco y sus yerras (una surte de liturgia gaucha en el que los animales son marcados con hierro) daban que hablar y festejar, por lo que el salón de la Vasquita era escenario de bailes y guitarreadas durante los dos o tres días que duraba el asunto. Así la historia, el destino de pulpería, ya impregnado en esa esencia de comunión que la Vasquita pregonaba en estas costeras pampas de Madariaga, estaba al caer. Y lo estuvo para los nietos, quienes se encargaron de colocar una fachada estilo pulpería, la barra, la reja… Recrear el ambiente a imagen de los tiempos en que la historia comenzó. Y un nuevo-viejo sitio de paso, de encuentro, recreo y descanso de camino al río (la pulpería siempre un alto en el camino) se hizo un lugar en el presente. Así pues, embutidos, dulces artesanales, empanadas, así como tranquilidad, un rato de sombra bajo las copas de los árboles y la música del río, los relinchos, mugidos y chirridos provenientes del corral.
¿Alguna duda de que, si por estos pagos anda, es bienvenido sin golpear? La Vasquita espera a pura autenticidad para su interminable historia, cada día, continuar.