Idioma francés, cosa de tod@s

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¿Y si le decimos que el idioma francés pujó por ser el idioma de Argentina? De la mano de Juan Bautista Alberdi, la utopía tuvo pista.

Que la París de Sudamérica se jacta de sus mansardas y almohadillados, de sus petit-hotel y boulevard, ya se lo hemos contado. Pero, ¿qué tal si le decimos que de arquitectura y traza urbana no solo fue la cosa? Sí, sí. Mucho antes de que Buenos Aires comenzara a mirarse en el espejo galo, mil palabras valieron más que una imagen. Pues el idioma francés pisó fuerte por estos lares. A punto tal que más de un intelectual lo propuso como idioma nacional. ¿Qué nos cuenta? Pase, lea y sorpréndase.

 Con lengua propia

Abogado, economista, diplomático, escritor, músico y… cómo no, político. A Juan Bautista Alberdi no le quedó casi nada por ser en la esfera pública de la sociedad. ¡Autor intelectual de la Constitución Nacional de 1853! Comprenda usted, esos tiempos post independencias requerían ponerse la causa al hombro: organizar, decidir, trazar una república a futuro. Por lo que el debate estaba a la orden del día entre los intelectuales de la época. Y la lengua, esa de entendimiento común, también estuvo en jaque. ¿Sería que ella también debía emanciparse? A fin de cuentas, el castellano rioplatense tenía sus jergas, modismos y lógicas diferencias con el castellano español, de modo que la idea de un “idioma nacional” comenzó a gestarse en el aire.

Res-publica: ¿el idioma de tod@s?

Mientras lo colonial parecía ser el rastro indeseado de un pasado cada vez más remoto, para Alberdi, el progreso y las luces de Francia (en el sentido más erudito de la palabra) asomaban como un horizonte esperanzador. La República con todas las letras. Y fue la suya una visión compartida por aquella extensa Generación del ’37, en la que, por ejemplo, Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento decían presente. La Revolución de mayo de 1810 parecía haber puesto punto final a todo sometimiento, y así también a toda herencia. Las cabezas de esta generación se abrían a favor de una nueva política y entonces un nuevo pensamiento: un republicanismo del que se sentían hijas. Y al decir del mismísimo Alberdi, “la lengua no es otra cosa que una faz del pensamiento”. Entonces… todos los caminos parecían conducir a París, sí. Y para colmo, hubo un adelantado que dejó asentadas sus buenas bases para tal “patriada” lingüística: don Lucien Abeille.

Liberté, Égalité, Fraternité

Uno más, uno de los tantos franceses que llegaron al Río de la Plata hacia fines de siglo XIX. Ése fue Lucien Abeille. Tenía poco menos que tres décadas de vida en el lomo y un olfato de aquello: algo se estaba gestando por estos pagos. Algo que no eran hechos, sino más bien una expresión, un decir. Y así es como, entre galicismos y modismos franceses que no dejaban de sonarle en los oídos desde recién llegado, publica el libro Idioma Nacional de los Argentinos. Fue en el año 1900, como resultado de un estudio filológico de nuestro castellano. Le digo más, tanto se entusiasmó con la existencia de un idioma rioplatense con raíces francesas que hasta lanzó una edición bilingüe en su país de origen y compartir así la buena nueva con sus coterráneos.

Medalla de plata

Como verá, nada de esto llegó a puerto definitivo. ¿Imagina en qué idioma estarían estas líneas de lo contrario? Sin embargo, el hecho dejó su huella. Pues vaya si tuvo su razón de ser… Así es como, desde 2016, Argentina es miembro observador de la Organización Internacional de Francofonía, la cual reúne estados y gobiernos en redor de valores compartidos transmitidos por el idioma francés. Incluso, si bien el idioma francés es el quinto más hablado en el mundo (luego del inglés, mandarían, español y árabe), es la segunda lengua más enseñada y aprendida en nuestro país. Y lo es aun cuando una clara filiación con Italia de parte de la población nacional, dada la fuerte inmigración, podría colocar al idioma italiano en el segundo lugar del podio. O, por qué no, dicho puesto podría ser ocupado por el portugués, dada la condición limítrofe de Brasil. Sin embrago, el francés alza su bandera, alta y flameante.

 

¿Y por casa, cómo andamos? Los pulperos franceses que han venido a aprender español, han hecho la senda inversa. Más, como fuera, en una dirección u otra, el puente idiomático habría de encontrarnos a mitad de camino. Difícil no entendernos, ¿verdad?