Mamá Antula, en tu santa bandera

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Mamá Antula es, desde febrero de 2024, la primera santa argentina, ¿también la primera feminista? Pase y descubra.

La primera santa de origen argentino, esa es María Antonia de Paz Figueroa en palabras grandes, dignas de neón. Sólo que, mucho antes de que las luces de la historia reciente se posaran en ella, María Antonia fue toda una referencia espiritual en tiempos en que la fe también tenía rostro masculino: el agitado y colonial siglo XVIII. Y he allí el quid del camino hacia la santidad de Mamá Antula o Mamá Antonia, como se la conoció en lengua quechua. Y desde entonces ya no cabría otro rebautizo, otro nombre bajo el que reconocer cada uno de los desafiantes y firmes pasos de la historia de su vida. ¿Nos acompaña a desandarlos?

Rebelde con causa

Nació en Santiago del Estero, allá por 1730, con todo para ser una mujer “bien”. Pues en una provincia atravesada por la pobreza, era la suya una familia acomodada. Por lo que para María Antula, el “bien” era una vocación a desarrollarse puertas afuera, donde nada abundaba. ¿Postura revolucionaria para una niña de buena posición como ella? Pues eso sería nomás el principio: ni esposa ni monja. Eso siempre lo tuvo bien claro. Pues ya desde los 15 años –edad en la que se une a las filas de la Compañía de Jesús, orden a la que pertenecieron los jesuitas– supo que no quería servir a un marido ni a la estructura verticalista de la Iglesia. De allí que su elección la llevó a pronunciarse beata. Es decir, a llevar el hábito religioso sin vivir en comunidad ni bajos reglas determinadas. Y créanos, no se trató de una rebeldía sin causa. Sin ir más lejos, las normas de la época no permitían a las mujeres viajar con hombres, y allí iba Mamá Antula, en camino junto a los jesuitas, codo a codo en la tarea de evangelizar a los pueblos originarios. Por lo que llegó, incluso, a estudiar la lengua que le entregó tan protector mote: el quichua. Además de haber aprendido a leer y escribir de la mano de los mismo jesuitas. Por lo que sí, fue ella la primera escritora rioplatense, cuando la pluma y la palabra tampoco eran potestad femenina.

Por la puerta de atrás

Sin embargo, el año 1767 marcaría un antes y un después. Por decreto real, se produjo la expulsión de los jesuitas no sólo de España, sino de territorios anexos como lo era América, expropiando todos sus bienes. Y no era para menos… la eficacia de los jesuitas a nivel educativo, tanto religioso como científico y hasta político, y la pujanza de sus emprendimientos agropecuarios, así como el buen manejo de sus producciones, los alzaba como una amenaza. Incluso por haber dotado de tanto conocimiento y estructura a los pueblos que, en la teoría, debían “someter”. De modo que la expulsión cortó la cabeza del potencial “monstruo”, asegurando, además, que ningún tentáculo quedase con vida: se prohibieron, pues, ya en ausencia de los jesuitas, la práctica de ejercicios espirituales. Algo a lo que, por supuesto, Mamá Antula hizo oídos sordos. Sin ir más lejos, fue ella misma quien tomó la posta y se propuso mantener vivo el fuego de sus maestros. Y así, sin temer a la Corona y a la Iglesia, no sólo reanudó los ejercicios en su Santiago natal sino que salió, descalza, envuelta en una capa negra que un jesuita alcanzó a entregarle antes del exilio, y acompañada por otras mujeres, a extender su práctica por el país.

Un largo camino

Del norte al centro, de provincia en provincia, hasta llegar a la capital virreinal: Buenos Aires. Mamá Antula así lo hizo. Fueron cuatro mil kilómetros a pie, evangelizando, instruyendo, mendigando. El arribo se produjo a sus 38 años, con su cuerpo envuelto en la misma capa negra aunque cubierta de suciedad, así como sus pies de tierra y lastimaduras. Cuatro beatas la acompañaban en igual estado, por lo que los señalamientos no tardaron en llegar. ¿Serían brujas dignas de la hoguera? El refugio encontrado en la iglesia de la Piedad fue oportuno, pero no definitivo. Mamá Antula no venía a esconderse. Y del desprecio supo pasar al respeto. Sus retiros espirituales comenzaron poco a poco, a ganar popularidad. A tal punto que varias figuras de la patria acabaron asistiendo e ellos: Manuel Belgrano y Mariano moreno, sin ir más lejos. Por lo que la obra de Mamá Antula ganaba en renombre, y así también en efecto. Pues la limosna recolectada durante tanto andar, así como las donaciones, dio los frutos que Mamá Antula buscaba: la construcción de la Santa Casa de Ejercicios, levantada en la actual avenida Independencia al 1100 (sí, entre Salta y Lima, a pasitos nomás de la 9 de Julio. ¡Todavía en pie!) Habilitada en 1799, pareció entonces que mamá Antula había encontrado la paz de tamaña obra, el descanso de tamaña vida. Porque en dicho año, a los 69, partió definitivamente a otro plano.

Por dos

Sin embargo, la historia no termina aquí, pues en la misma Casa de Ejercicios es que se produjo el primero de los milagros adjudicados a Mamá Antula. Fue en 1905, al producirse la cura de la grave enfermedad que aquejaba a la religiosa Vanina Rosa (perteneciente a la Sociedad Hijas del Divino Salvador), tras rezarle a Mamá Antula por su sanación. El caso es que la confirmación del milagro fue motivo de beatificación en 2016. Y tan solo un años después, la recuperación de un hombre luego de un accidente cerebro vascular que lo colocó al borde la muerte, tras del rezo de su esposa, constituyó el segundo milagro –ocurrido en santa Fe– por el que mamá Antula se convirtió definitivamente en Santa.

Para entonces, Jorge Bergoglio, compatriota y compañero de Mamá Antula respecto a la orden religiosa bajo la que mamaron su fe, siendo ya el Papa Francisco, en la lejana Roma a que conducen todos los caminos, tendría el orgullo de oficiar su santificación en febrero de 2024. Una vez más, la orden jesuita decía presente en su interminable camino.