..Siglo de centenarios fue para esta patria el 1900, y para don Martín Fierro no fue la excepción. Pieza simbólica de aquella Argentina de pampas eternas, gauchos, indios y fortines; de pulperías, pulperos y parroquianos por doquier, la Ida y la Vuelta del personaje emblema de la literatura nacional tuvieron para comienzos de los años 70 su merecido aniversario. Cien años no se cumplen todos los días, y el menudo encargo de ilustrar las ediciones plurilingües de la obra para celebrarlos no era para cualquiera. Pero Tomás Ditaranto tenía con qué. Sí, el pintor que en el 2025 es desconocido por la IA, tenía ya entonces su buena trayectoria a uno y otro lado del charco. Y sin más motor de búsqueda que nuestra curiosidad, aquí se la presentamos.
Haciendo la Argentina
Ditaranto no era de Taranto, peo apenas unos centímetros a la izquierda en el mapa. Su ciudad natal fue Montescaglioso, bien cerquita de la más afamada ciudad de Matera (fue incluida en la lista de patrimonio mundial por la Unesco en 1992). Allí asomó al mundo un 24 de febrero de 1904, pero con apenas dos años de edad emigró a Buenos Aires con su familia para instalarse en el barrio de Liniers. Y aunque sus primeros pasos consistieron en seguir los de su padre y dedicarse al oficio de herrero, a los 13 años ingresó en la Academia Nacional de Bellas Artes, de donde saldría con el título de profesor de diseño y pintura bajo el brazo. Mientras tanto, su casa en el oeste, ubicada en el pasaje El Trébol al 6847, hizo las veces de casa al tiempo que de atelier. Sin embargo, sus horizontes habrían de ampliarse tanto como los de su repertorio artístico. Tomás Ditaranto emprendió numerosos viajes por el país, captando de manera espontánea en sus pinturas, como quien toma una nota al paso, el perfume cotidiano de los pueblos recorridos: la esencia local en su más natural expresión, con especial debilidad por las provincias del norte. Así, cerros y quebradas habrían de convertirse en un distintivo de su obra.
De rostro al mundo
Lo cierto es que, a partir de la obtención de algunas becas, también llegó el turno de los viajes al exterior. Llegando, incluso, a permanecer por más de doce meses al otro lado del Atlántico, recorriendo destinos de Europa y África. Por lo que los años ’60 y ’70 lo encontraron bajo las luces de la fama, del talento reconocido. Tomás Ditaranto vivía, pues, de lo suyo, cosa difícil en el mundo del arte. Y no solo a partir de la venta de sus pinturas sino a través de colaboraciones en revistas, diarios, almanaques, ¡billetes de lotería! y, cómo no, libros. Así pues, el proyecto de dar imagen a la historia de fierro era todo un desafío. Claro, Ditaranto no fue el único en poner pinceles a la obra: Carlos Castagnino fue otro de los que realizó versiones ilustradas de Fierro. Pero el tratarse de la edición aniversario, de aquella que en español, inglés, francés e italiano habría de entregarse como obsequio a los diplomáticos y embajadores del mundo (¿alguna vez imaginó a don Fierro como una suerte de souvenir argento?), la cosa tenía otro color. Y lo tuvo. Otras paletas en las que Ditaranto navegó para la ocasión, otros rostros, otra expresión. Porque si algo caracterizó al trabajo de Tomás Ditaranto fue no solo el hecho de ilustrar pasajes de la obra, sino focalizarse en los rostros de los principales personajes, darles expresión. Y vaya si todo ello tenía valor. En una época en que mucha gente sabía recitar el Martín Fierro como si se tratase del preámbulo de la Constitución Nacional pero sin saber leer, las imágenes pesaban tanto como las palabras. Y del puño de Ditaranto tuvieron su consistencia, su llegada…
A prueba y acierto
¿Cuántos rostros de don Fierro habrá ensayado? Si bien ha llegado a pintar unos cuantos, se desconoce si la elección del rostro que ocupó la portada de madera de los ejemplares en cuestión fue elegida por el propio Ditaranto o si se trató de una decisión editorial. De lo que sí no caben dudas es que las pruebas fueron muchas, muchísimas. Donde había un papel, Ditaranto garabateaba un rostro, una especie de, una posibilidad… y así es como hasta el día de hoy se conservan bocetos hechos en hojas con escritos cotidianos, domésticos, como ser un número de teléfono de vaya uno a saber que don o doña. Eso sí, para la época, nada de largas cifras: apenas los siete números con los que se identificaban a las líneas fijas para entonces. ¿Otro juego del bueno de Tomás? Intentar una cara de Fierro partiendo de la de su alma páter, José Hernández. Así, el rostro de don José, también dibujado por el artista, comienza a metamorfosearse hasta dar con el de su criatura. Y es que, como se dice, mejor que sobre y no que falte. Por lo que los múltiples gauchos no paraban de multiplicarse en el día a día del pintor.
A ojos cegados
Claro que a Ditarnato también le llegaría el turno de la sombra, aunque esas que empezaron a dibujarse dentro de sus ojos. Los cristalinos del hombre que supo entrever los rostros de Martín Fierro y compañía, haciéndolos susceptibles de miradas, que, lápices de por medio, llenó su vida de libretas con instantáneas del mundo y que en acuarelas pequeñas pintó rincones del continente forjando casi que una obra documental (registró construcciones que el tiempo habría de llevarse y semblantes de ciudades que no volverían a lucir como tal); Los cristalinos de ese hombre comenzaron a opacarse, tornando su visión no solo borrosa sino tendiente a los colores ocres. Sin embargo, antes de que las cataratas le pasaran factura completa, Tomás Ditaranto dibujó su paleta de pintor en una hoja, dejando indicados en ella el orden en que los colores debían disponerse. Ese dibujo fue la guía de su esposa, quien, desde entonces, preparaba su paleta siguiendo tales indicaciones para que Ditaranto pintara aquello que ya no podía ver con los materiales que tampoco alcanzaba a distinguir, pero haciendo uso de su memoria pictórica; de su memoria de vida. Así Tomás Ditaranto llegó a pintar por última vez en 1984, un año antes de su muerte. Incluso, en aquellos tiempos de oscuridad visual hasta llego a realizar un impreciso rostro que, sus nietos deducen, pudo haber sido un último intento del personaje que atravesó su carrera artística: el gaucho fierro.
¿Qué se supo de Tomás Ditaranto desde su partida? Poquito y nada. Como si su obra hubiera sido recubierta por la misma veladura que pobló sus ojos en sus últimos tiempos. Mientras una plazoleta en su Liniers de infancia y primeros pasos de artista lleva su nombre, un museo de Nocara, en la provincia Italiana de Cosenza, alberga tres salas de exposiciones permanentes de su obra desde 1993. Los tiempos de la IA y las narrativas transmedia encuentran la obra de Ditaranto abriéndose paso también en el saber nacional, intentando volver a la escena como el bueno de Fierro supo hacerlo: con una vida a cuestas y toda la sabiduría del tiempo transcurrido.